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XXXIV Viernes durante el año

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación:

«Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.

Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.»

Palabra del Señor

Comentario

Al final, al final de nuestra vida y de la historia, solo importará una cosa, o pocas cosas, pero entre ellas importará la más importante, valga la redundancia: si reconocemos o no a Jesús como nuestro rey. ¿De qué servirá todo lo demás? Qué importará si tuvimos esto o lo otro, si alcanzamos nuestros sueños terrenales, si logramos tener más o menos bienes. ¿Qué sentido tendrá haber gastado tantas energías en miles de cuestiones, si al final de cuentas en ese instante tan crucial no le decimos a Jesús: mi rey, mi amor, mi maestro, mi Señor, mi todo? Solo eso importará, solo eso nos debería importar hoy, tomando el Evangelio del domingo pasado, reconocer en definitiva que la vida y la historia recobran sentido solo en él. Hacia allá vamos, hacia Vos, Jesús, vamos juntos. Venimos de vos y vamos hacia vos. El cielo y la tierra pasarán… Todo lo que tenemos a nuestro alrededor, si miramos ahora, va a pasar, todo va cambiando, todo tiene su principio y su final; nuestra propia vida también, aunque sabemos que nuestra alma es inmortal. Y como todo lo que tenemos a nuestro alrededor pasará, tenemos que saber ponerlo en su lugar.

En estos días –como es el final del año litúrgico– venimos meditando los tiempos finales, cuando Jesús anuncia su segunda venida; pero hoy te propongo que traslademos este anuncio del Maestro de que «hay que estar atentos a su venida», de que «hay que aprender a distinguir», así como distinguimos en la naturaleza a través de signos y manifestaciones que hay algo que vendrá después; así mismo, te propongo y me propongo que hoy pensemos esto llevado a nuestra vida espiritual, concreta, de cada día, no tanto que pensemos en la «segunda venida», sino en las venidas continuas de él a nuestra vida, a la presencia del Reino de Dios en nuestro corazón, en cada cosa que hacemos.

Y para eso tenemos que escuchar estas palabras de Jesús que nos invita justamente a estar atentos; en realidad, nos invita a saber interpretar, porque ahí es donde fallamos muchas veces. Nos cuesta muchísimo interpretar que detrás de lo que vemos y hacemos, de lo que nos pasa, de lo que se nos manifiesta, de las personas, de las situaciones, de todo, tanto de lo bueno como de lo malo; tenemos que aprender a ver ahí detrás de estas realidades la bondad de las cosas, la manifestación de un Dios tan bueno que siempre aparece en los acontecimientos. Así como a través de la cruz de Jesús nosotros aprendemos a ver el amor que él nos tiene, también tenemos que aprender a ver incluso en las situaciones difíciles de nuestra vida la presencia del Padre. Porque tenemos una gran capacidad a veces para ver lo malo, tenemos una gran capacidad para juzgar las cosas difíciles que pasan, incluso para etiquetar situaciones y personas, juzgar, prejuzgar y sacar conclusiones de cosas que vemos, de situaciones que nos han pasado, y muchas veces somos muy implacables en mostrar las cosas malas de los demás.

¿Por qué no aprendemos a ver lo bueno? ¿Por qué no aprendemos a ver, por ejemplo, que detrás del enojo de una persona hacia nosotros, podemos darnos cuenta que puede ser una corrección para nuestra manera de ser? ¿Por qué no aprendemos a ver que detrás del enojo de tu marido, de tu mujer, de tus hijos, por ejemplo, en realidad lo que te están manifestando es el amor que no saben mostrarlo, no saben ejercitarlo? Sí, es verdad, no lo están haciendo bien, pero se puede decir que nos están pidiendo, nos están reclamando amor. Aprendamos a ver la bondad de las cosas que hay detrás de lo que nos pasa. Aprendamos a ver –como decimos a veces– la parte llena del vaso y no quedarnos con la parte vacía. Si nos ponemos a pensar en este día que empezamos, en nuestro trabajo, mientras estás viajando, mientras estás haciendo las cosas de la casa o mientras estás queriendo descansar; podrías empezar por levantar la mirada y darte cuenta que hay un montón de situaciones que, si las aprendemos a leer mirando más allá, lo que vendrá, siempre podemos sacar algo bueno, siempre.

Siempre, incluso del mismísimo pecado. El pecado inaugura en nuestra vida el tiempo de la misericordia, el tiempo del perdón, el tiempo del nuevo acercamiento a Jesús. Por eso «hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve que no necesitan perdón».

Bueno, ojalá que en este día todo lo que nos pasa podamos interpretarlo con la bondad que Jesús nos pide.

Y esto no es para caer en un optimismo ingenuo, sino para que realmente veamos la presencia del Padre en nuestra vida. Porque si no, reducimos su presencia y la experiencia que nosotros tenemos de las cosas buenas y a las cosas que nosotros consideramos que son buenas. Qué pobre es nuestra experiencia de Dios cuando la reducimos solamente a lo que nosotros percibimos como bueno; al contrario, qué distinto es cuando decimos: «¡En esto que me pasó tiene que estar Dios!», en esta situación «mala» que incluso me hizo sufrir, tengo que encontrar a mi Dios, en este compañero de trabajo, en mi marido, en mi mujer, en mis hijos, en mis sobrinos; bueno, en todo lo que nos pasa cada día.

Que este día sea una oportunidad para darnos cuenta que se acerca el verano, que se acerca algo mejor, que siempre podrá venir algo bueno si aprendemos a ver las cosas con fe. Acordémonos que tener fe no es creer únicamente que Dios existe, sino creerle a él. Hoy creámosle a él: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».