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XXXIV Viernes durante el año

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación:

«Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.

Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.»

Palabra del Señor

Comentario

Muchas veces nos podemos preguntar o te habrás preguntado: ¿Cuál es la voluntad de Dios para nuestra vida? ¿Qué es lo que quiere que hagamos? Cuántas veces nos preguntamos eso en la vida. ¿Qué tengo que hacer concretamente para vivir sirviendo, para hacer lo que Dios quiere? Y así muchas veces podemos pasarnos la vida intentando descifrar la voluntad de Dios. Como si fuese una especie de fórmula matemática, un teorema complicado de comprender, rompiéndonos la cabeza y el corazón para saber casi «matemáticamente» en dónde nos quiere Dios, en dónde quiere que podamos servirlo. Como si fuese que su voluntad es una especie de camino ya trazado que tenemos que descubrir. Casi como una predestinación. ¡Cuidado!, hay mucho de eso en la Iglesia también. ¿No te pasó alguna vez?

Muchas personas, y también lo hice muchas veces yo, vienen al sacerdote y le preguntan: ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿Padre, qué tengo que hacer? ¿Cómo puedo saber lo que Dios quiere de mí? Como si fuera que nosotros tenemos la «bola mágica» de las películas en donde podemos ver el futuro y saber lo que Dios pensó para cada uno.

Es un tema muy complejo, no podemos agotarlo en este audio. Pero creo que el evangelio del domingo, en realidad todos los evangelios, nos ayudan mucho a descifrar, por decirlo así, ese supuesto «enigma» que todos pretendemos conocer, y que en realidad ya está mil veces dicho –y es más simple de lo que imaginamos–. Es simple: «…porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber».

¿Qué es lo que Dios quiere de vos y de mí? Que no seamos indiferentes al sufrimiento de los demás y que al amar a los que más sufren – que puede ser incluso nuestra propia familia – tenemos la posibilidad de amarlo a él. ¿Qué más estamos buscando? Por eso, no importa tanto el qué hacemos, sino el cómo lo hacemos. También no importa mucho dónde lo hacemos, sino cómo lo hacemos. Amar a los otros por amor a Jesús y con el amor de Jesús: esa es la voluntad de él. Por eso, en el fondo no es tan complicado saber cuál es la voluntad de Dios, sino el cumplirla; el despertarnos y darnos cuenta que ya la tenemos ahí frente a nuestros ojos y nuestro corazón.

Todo lo que tenemos a nuestro alrededor, todo va a pasar, todo va cambiando. Todo tiene su principio y su final; nuestra propia vida también, aunque sabemos que nuestra alma es inmortal. Y como todo lo que tenemos a nuestro alrededor pasará, tenemos que saber ponerlo en su lugar, en donde corresponde. Y tenemos que amar donde estemos: a veces será en un lugar, a veces será en otro; a veces será en una situación o en otra. Tenemos que amar estemos donde estemos y estemos como estemos.

Con Algo del Evangelio de hoy te propongo que traslademos este anuncio de Jesús, de que «hay que estar atentos a su venida», de que «hay que aprender a distinguir», así como distinguimos en la naturaleza a través de los signos y manifestaciones que hay algo que vendrá después. Asimismo, te propongo y me propongo que hoy pensemos esto llevado a nuestra vida espiritual, pero concretamente a nuestro día a día. No tanto que pensemos en el futuro, en su «segunda venida», sino en las venidas continuas de él a nuestra vida; a la presencia del Reino de Dios en nuestra vida cotidiana, en cada cosa que hacemos.

Jesús nos invita a saber interpretar, porque ahí es en donde fallamos muchas veces. Nos cuesta muchísimo interpretar el detrás de lo que vemos y hacemos, de lo que nos pasa, de lo que se nos manifiesta, de las personas, de las situaciones; de todo, tanto de lo bueno como de lo malo. Detrás de todo eso siempre o en todo eso siempre está Dios.

Siempre hay algo bueno para aprender. Así como a través de la Cruz de Jesús nosotros aprendemos a ver el amor que él nos tuvo, también tenemos que aprender a ver incluso en las situaciones difíciles de nuestra vida la presencia de nuestro Padre. Porque tenemos una gran capacidad de ver lo malo.

Tenemos una gran capacidad para juzgar las cosas malas, incluso para etiquetar situaciones y personas; juzgar, prejuzgar y sacar conclusiones de cosas que vemos, de situaciones que nos han pasado. Y muchas veces somos muy implacables en mostrar las cosas malas de los demás. ¿Por qué no aprendemos a ver lo bueno? ¿Por qué no aprendemos a ver –por ejemplo– que detrás del enojo de una persona hacia nosotros podemos darnos cuenta que puede ser una corrección para nuestra manera de ser? ¿Por qué no aprendemos a ver que detrás del enojo de tu marido, de tu mujer, de tus hijos, en el fondo lo que te están manifestando es amor? Sí, de alguna manera un poco rara, pero finalmente amor. Pero se puede decir que están pidiendo, reclamando amor de algún modo. Aprendamos a ver la bondad de las cosas que hay detrás de lo que nos pasa.

Si nos pones a pensar en este día que empezamos –en nuestro trabajo, mientras estamos viajando, mientras estamos haciendo las cosas de la casa–, podríamos empezar por levantar la mirada y darnos cuenta que hay un montón de situaciones que, si aprendemos a leerlas mirando más allá de lo que vendrá, siempre podemos sacar algo bueno; siempre, incluso del pecado. El pecado inaugura en nuestra vida el tiempo de la misericordia, el tiempo del perdón, el tiempo de una nueva oportunidad, de la resurrección, del acercamiento a Jesús. Por eso, «hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan perdón».

Y esto no es para caer en un optimismo ingenuo, sino para realmente ver la presencia de Dios en nuestra vida, como él quiere. Porque si no, reducimos la presencia de Dios y la experiencia de Dios a las cosas buenas que nosotros vemos y a las cosas que nosotros consideramos que son buenas. Dios está siempre. Él está en todas partes, está en nuestro corazón, solo hace falta aprender a descubrirlo.