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XXXIV Sábado durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre.»

Palabra del Señor

Comentario

Mientras, como cada fin de año, una especie de «fiebre consumista» –o «epidemia de deseos» de comprar y comprar– quiere invadirnos por un lado y por el otro, a medida que se acerca la fiesta más tierna de nuestra fe, la Navidad. Mientras millones de personas en este mundo, incluso vos y yo, nos deshilachamos en cansancio para ver cómo compramos cosas más baratas y ofertas creyendo que necesitamos todo lo que compramos. Mientras salen fotos en los diarios de gente que se pelea por llevarse algo más barato y mejor que lo que tenía; no sabiendo bien qué va a hacer con lo anterior, que en realidad ya no es tan viejo. Mientras al mismo tiempo hay mucho sufrimiento en el mundo, pero se olvida, y los medios de comunicación nos bombardean con ofertas y descuentos de todo tipo y color para endulzarnos el oído consumista y convencernos de que teniendo esto o lo otro estaremos mejor. Este sábado en Algo del Evangelio, casi como una ironía de la providencia divina que quiere «salvarnos» pero en serio de tanta anestesia mundana, aparecen estas palabras de Jesús como un anillo al dedo, «al corazón» de los creyentes; pero que finalmente se lo pondrá quien quiere ponérselo, quien sabe escuchar.

Te ánimo y me animo, como siempre, a que nos examinemos, a que de algún modo nos «midamos» la fiebre del consumismo y que nos animemos a ponernos el «termómetro» de la fe para ver hasta dónde nos llega la temperatura consumista y si nos estamos adecuando a esta realidad que nos invade. Muchas veces movidos por una enfermedad oculta que nos engaña y nos hace creer que necesitamos siempre algo distinto para poder subsistir y para poder estar mejor. Sé que lo que estoy diciendo no es políticamente correcto, pero, al mismo tiempo, sé que Jesús no siempre fue políticamente correcto. Y si quiero transmitir la Palabra de Dios, a veces me toca la parte más fea, la parte que menos amigos produce.

Porque así es la Palabra de Dios: espada de doble filo (corta para ambos lados). Y aunque a veces nos obstinemos en ocultar algunas cosas que nos dice, ella nos sigue hablando y nos sigue diciendo siempre lo mismo. Ella sigue insistiendo en «no dejar pasar» las cosas que no deben pasar de moda jamás. ¿Te acordás lo de ayer: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»?

En general, si nos cerramos, siempre encontraremos excusas para que Dios no nos diga lo que no queremos que nos diga, o bien para decir que Dios en realidad no dice lo que en realidad sí dice. Somos así de débiles, todos. Así somos de escurridizos los hijos de Dios. Y por eso podemos andar por la vida diciendo que escuchamos a Dios, que lo amamos, que tenemos fe, pero no haciendo nunca lo que él nos recomienda. «Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes”». Él nos dice a nosotros, a los que nos consideramos sus seguidores, a los que lo amamos y deseamos su amor: «Tengan cuidado». Siempre, para todos es un peligro. Imagínate si hace dos mil años Jesús tuvo que advertir sobre los excesos, sobre la embriaguez y las preocupaciones de la vida –que las había–. Pero hoy qué podríamos decir sobre lo que vivimos, porque hoy sobreabundan estas cosas. ¿Qué nos queda para hoy? ¿No crees que estas palabras son más actuales que nunca? ¿No habría que escucharlas con más corazón que nunca? Los excesos nos aturden, no nos dejan oír y escuchar la dulce voz de Jesús que nos dice: «Tengan cuidado».

La embriaguez de todo tipo, las del alcohol y drogas, pero también de todo aquello que nos hace perder la capacidad de razonar, de pensar bien, de ser sensatos y mirar un poco más allá; de encontrar tanta bondad dando vueltas y de ocuparnos de cosas que nos harían mucho mejor de lo que a veces elegimos; las preocupaciones por esto y por aquello, por tener más y más, por darle algo material a nuestros hijos, olvidándonos de lo que más necesitan, que es nuestro amor; por no haber solucionado esto o aquello; preocupaciones legítimas incluso, pero que en definitiva cuando nos sacan más energía de la necesaria o de la que corresponde, nos impiden estar con el «corazón preparado» y darnos cuenta que lo esencial pasa por otro lado.

«Tengan cuidado». Tengamos cuidado. Que no tenga que pasarnos algo duro para que nos demos cuenta que la vida va por otro lado y no el tener esto o lo otro.

Dios quiera que no lleguemos un día a tener que decir: «Uy, qué manera de perder tiempo en mi vida, si me hubiera dado cuenta antes». Gracias a Dios Padre. Como sacerdote, Jesús siempre se encarga a veces en la semana de enfrentarnos con el dolor y la muerte. De una manera u otra, nos despierta de esta «fiebre consumista» que también nos quiere atacar a nosotros y por qué no decir que ya nos invadió el corazón. Es un regalo poder estar siempre cerca del dolor, aunque duela. Una vez –me acuerdo– estando en un momento así, en un responso de una niña muy pequeña, mientras rezaba por ella y especialmente por sus padres, le pedí también a Dios que me dé la gracia de conmoverme, de que el dolor no me pase por encima sin hacerme nada, para saber estar al lado del que sufre y dejar de pensar un poco en mis cosas y en lo que tengo que hacer. La madre y el padre de esa niña me conmovieron solo por verlos. Aun sufriendo de una manera indescriptible, la madre tuvo corazón para decirles a todos los que estaban acompañando en ese momento: «¡Gracias por venir!».

Mientras este «mundo» se regocija de tener su pequeño mundo de ofertas, millones de personas se esfuerzan día a día por tener por lo menos un lindo día, un día con menos sufrimientos. Nosotros, los discípulos de Jesús… ¿qué nos mueve el corazón?, ¿qué nos conmueve?