Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?»
Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y también: “El tiempo está cerca.” No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin.»
Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en cielo.»
Palabra del Señor
Comentario
«…Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera entregado…», le contestó Jesús a Pilato en el Evangelio del domingo. De alguna manera, Jesús le estaba mostrando la diferencia entre el modo de reinar mundano, siguiendo la lógica de los hombres, y el modo de reinar de Dios. Paradójicamente los poderosos de este mundo necesitan estar rodeados de protección, necesitan ser protegidos para poder andar libremente por el mundo. Paradójicamente, a mayor poder, más necesidad de seguridad, de custodia, y, por el contrario, Jesús llegó hasta el final, hasta la cruz, sin necesidad de que nadie lo custodiara, sin necesidad de que nadie lo defendiera; es más, cuando quisieron defenderlo, lo prohibió y dijo: «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O pensás que no puedo recurrir a mi Padre? Él pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles». El que ama, el que reina amando no necesita ser custodiado por nadie, porque no le teme a nada. En cambio, los poderes de este mundo, los poderosos, los que siguen la lógica del mundo, necesitan que los cuiden, porque su modo de vivir, divide; su modo de actuar genera resentimiento, recelos, envidias y odios. Vos y yo podemos caer en lo mismo también, es por eso que debemos volver a mirar a Jesús una y otra vez, volver a sentirlo como nuestro rey, manso y humilde, y que nos pide actuar en definitiva de la misma manera.
En Algo del Evangelio de hoy, Jesús nos advierte creo que sobre tres actitudes: No poner nuestra confianza en lo que pasa, no curiosear sobre lo que vendrá y, por último, no confiar en los que se presenten en su nombre y nos pueden engañar. Dicho en positivo, sería algo así: Poner la confianza absoluta en el Señor, tener puesta nuestra esperanza solo en él y saber distinguir a los adivinos del fin o de las catástrofes.
Ante la admiración por la majestuosidad del templo de Jerusalén, Jesús advierte que de lo que ven no quedará piedra sobre piedra. Él estaba prediciendo lo que finalmente pasó en el año setenta de nuestra era, la destrucción del templo, pero al mismo tiempo es una enseñanza para que no pongan todo su corazón en lo material, para que no nos creamos que todo lo que vemos con nuestros ojos es eterno. Todo pasará, todo, incluso lo mejor de este mundo y por eso no vale la pena hacer de las cosas que vemos una especie de «mini dioses» creados por nosotros y admirados también por nosotros. Jesús relativiza, de algún modo, el valor de las cosas materiales, incluso del mismísimo templo de Jerusalén. Los judíos se quedaron finalmente sin templo y entonces se quedaron sin culto a Dios, por eso siguen teniendo su muro, el muro de los lamentos donde van a pedir y lamentarse por no poder rendirle culto a Dios. Nosotros, los cristianos, es verdad, tenemos templos, para manifestar la presencia de Dios en medio de este mundo, pero el verdadero templo de Dios es Jesús, él mismo, con su Cuerpo que finalmente somos nosotros. Vos y yo somos templos de Dios. Y por eso, aunque haya hoy una catástrofe mundial y todos nuestros templos se vengan abajo, jamás nos quedaremos sin acceso a Dios, porque nosotros mismos somos las piedras vivas del nuevo templo que es el mismísimo Jesús. ¡Qué distinto pensar así!, ¿no? Qué distinto es saber que podemos encontrarnos con nuestro Padre en primer lugar en lo más íntimo de nosotros mismos porque ahí habita él siempre, y más que nunca cuando lo dejamos entrar simbólicamente.
Lo segundo se entiende mejor, por supuesto, sabiendo lo primero. ¿Para qué entonces curiosear? ¿Para qué querer saber cuándo será el fin y cómo será? No vale la pena. Si estamos convencidos de que todo es pasajero y de que pase lo que pase él siempre está y él es el dueño y el Rey de la historia, ¿qué sentido tiene saber y esperar con temor el fin total? Los que andan queriendo saber el futuro son los que en realidad no están sabiendo vivir el presente y no confían en la presencia y el poder de Dios en este mundo.
Todos los adivinos que andan por ahí, los que tiran cartas, los que supuestamente saben lo que nos pasará, son engañadores y manipuladores de la necesidad que tenemos muchas veces de saber lo que pasará. Confiar en él y en sus palabras, es lo difícil, pero al mismo tiempo lo que consuela y da paz al corazón.
Por último, tengamos cuidado de los falsos profetas y aprendamos a saber distinguirlos. Son miles lo que ya predijeron lo que va a pasar y cuando será el fin de los tiempos. Muchas veces también –cuidado– algunos católicos pierden el tiempo en eso, pierden energía y se preguntan estas cosas, y no es por maldad, sino por ignorancia, es por no haber escuchado a Jesús que lo dice claramente. «No los sigan, no los sigan». No sigamos a nadie que no sea Jesús, todo lo demás es pasajero y hay que saber distinguir. ¡Cuántas ansiedades nos ahorraríamos si confiáramos en las palabras de Jesús y nos dedicáramos a vivir el presente con paz, entregando el pasado a su misericordia y perdón y confiando lo que vendrá a su providencia!