Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador.» Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más.»Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»
Palabra del Señor
Comentario
Buen día. ¡Qué lindo sería que hoy como gesto, en algún momento, miremos al cielo!, por lo menos simbólicamente. Mirar al cielo e invocar al Espíritu Santo, que está en todas partes y que especialmente habita en cada corazón creyente, es una linda actitud de los hijos de Dios. Si vos y yo creemos en Jesús, no en cualquier cosa, sino en Jesús, es gracias al Espíritu de Dios que nos anima interiormente. No podríamos creer en Él si no fuera por el Espíritu Santo que clama desde nuestro interior y nos «conecta» con el misterio de Dios. Es la tercera persona de la Santísima Trinidad quien nos va a decir hoy lo que más nos conviene, lo que más necesitamos para nuestra vida. San Pablo lo decía así: «El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido». Él es el que nos ayuda a rezar, por eso invoquémoslo con confianza sabiendo que todo es distinto en la oración, si rezamos desde el Espíritu Santo, con el Espíritu Santo.
Retomando la Palabra del domingo, pienso que nos hace bien preguntarnos: ¿De qué nos serviría saber el día y la hora del fin de los tiempos, del fin del mundo? ¿De qué nos serviría saber con extremada certeza nuestro propio fin en la tierra? Es verdad que son dos cosas distintas, pero pueden relacionarse. El fin de este mundo, en donde todo pasará, «cielo y tierra pasarán», claramente es imposible saberlo, y justamente eso es lo que nos permite estar siempre en «vela», siempre a la espera y deseosos de lo que será el triunfo final del amor de Dios sobre tanta maldad acumulada a lo largo de toda la historia. Creo que en eso no vale la pena indagar demasiado, solo saber lo poco que nos anticipó el mismo Jesús, eso de que habrá signos que nos ayudarán a discernir sobre su venida. Con respecto al final de nuestro paso por la tierra, excepto en situaciones inesperadas, accidentes o incluso deseos propios de morir en contra de nuestra tendencia natural, sí podemos decir que de alguna manera podemos vislumbrarlo e incluso prepararlo. De hecho, no hay mejor manera de morir para un cristiano que entregar la vida, o sea, sabiendo que nos llega el momento de disponernos al abrazo eterno. Tenemos que pedir que Dios nos permita experimentar una buena muerte, una linda partida.
Hay dos momentos fundamentales de Algo del Evangelio de hoy que nos pueden ayudar a reconocer en nuestra vida de fe lo que significa creer, lo que quiere decir ser cristiano, lo que significa verdaderamente haberse encontrado con Cristo y que eso tenga consecuencias reales para nuestra vida, cambios reales. Porque tener fe no es ni un sentimentalismo barato que nos lleva a vivir como esclavos de lo que sentimos en cada momento, sin perseverancia, sin constancia, ni tampoco una simple aceptación de verdades y doctrinas muy lindas, pero abstractas, que después no se traducen en un cambio de vida, en un compromiso real, especialmente con los que más sufren. Te dejo dos frases del Evangelio, que esconden algo de estas dos verdades. Dice Lucas que Zaqueo quería ver quién era Jesús. No podemos encontrarnos con Jesús si no hacemos algo para encontrarlo, hay que querer para poder. Zaqueo hace todo lo posible. Era de baja estatura, era petiso, como decimos, y se sube a un árbol, seguramente empujando entre la gente, y logró ver a Jesús. Jesús nos busca y la mayoría de las veces nos gana de mano, pero al mismo tiempo, Jesús pudo ver a Zaqueo, porque Zaqueo hizo lo posible también para verlo. Tiene que haber algo de nuestra parte para crecer en la fe, para seguir encontrándonos con él. No podemos conocerlo si no hacemos algo. Pensemos, son muchísimas las cosas que podemos hacer, para crecer en nuestra fe, en nuestra oración personal, vivir los sacramentos que tenemos, y a veces desaprovechamos la caridad, la posibilidad cotidiana de amar a otros. Jesús está pasando siempre por nuestra vida. Preguntémonos si hacemos lo posible para verlo pasar o si creemos que ya lo conocemos lo suficiente.
¿Cuánto tiempo dedicamos a lo que nos gusta y cuánto tiempo a lo que debería gustarnos cada día más, que es el amor de Jesús?
Por otro lado, dice Lucas que una vez que Jesús entró en su casa, Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». El que conoce a Jesús, el que lo deja entrar en su casa es el que se reconoce pecador, débil, necesitado de un amor más grande y, por eso, termina dándose cuenta que tiene que hacer algo, que tiene que dar algo a los demás, bienes, dinero, tiempo, pero fundamentalmente el corazón en todo lo que hace. No podemos ser cristianos sin hacer nada, cerrando el corazón a tantos. Un corazón perdonado es un corazón arrepentido y un corazón arrepentido es un corazón agradecido. Un corazón agradecido, en definitiva, es un corazón en el que entró Jesús, y una vez que entra, pueden entrar muchos más. Jesús no quita espacio a nuestra casa-corazón, al contrario, nos amplía los ambientes, los refresca, y les da vida.