Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. “Señor, que yo vea otra vez”.
Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Palabra del Señor
Comentario
Empezamos una vez más otra semana, queriendo rezar con Algo del Evangelio de cada día; pidamos al Espíritu Santo que en esta semana nos ayude a tener una actitud de apertura, a leer, a dejarnos mirar por Jesús y a escuchar lo que nos dice. Leer, dejarnos mirar por Jesús y escuchar lo que nos dice; es un caminito posible y seguro. Algo de esto tenemos que proponernos en estos días, en medio de tantas cosas que tenemos que hacer, de los proyectos y actividades que tenemos por delante: tenemos que hacernos un tiempo para leer con nuestra propia Biblia, para quedarnos quietos por momentos y dejarnos mirar, y finalmente callar un poco para poder escuchar.
Son incontables las veces que «falsos profetas» vaticinan el fin del mundo, como pretendiendo tener la5 primicia de algo que, en definitiva, no se sabe, y no sabe no por capricho divino, sino para nuestro bien. Jesús lo dejó bien claro en el Evangelio de ayer: «En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre». Puede parecer misterioso, extraño, pero si Jesús lo dijo, tenemos que pensar que fue para el bien de la humanidad, de hecho, dice que ni él mismo lo sabe. Sin embargo, el hombre sigue intentando saber el día y la hora del fin de los tiempos, o algunos hombres por lo menos, como pretendiendo más de lo que les corresponde, como queriendo ocupar el lugar de Dios y no pudiendo evitar una oculta compulsión por descifrar el futuro. Todo lo que nos lleve a querer saber lo que pasará evitándonos afrontar el presente… todo lo que nos impulse a querer determinar lo que vendrá olvidándonos de que eso le corresponde a nuestro Creador… todo lo que nos haga perder la confianza en Dios Padre para ponerla en «adivinos», «futuristas» o cosas similares que se ofrecen en el mercado religioso de este mundo; todo eso… no es cristiano, no se condice con nuestra fe. No se sabe ni el día ni la hora del fin de los tiempos, del fin de nuestras vidas; solo podemos aproximarnos de alguna manera, por diferentes signos, y con eso continuaremos en estos días.
La escena de hoy te acordarás que la escuchamos hace algunos domingos, pero del Evangelio de Marcos. Está llena de detalles que nos invitan a seguir profundizando en lo que Jesús dice para cada uno de nosotros, en lo que nos quiere decir. Esa es la clave, ese es el desafío, que hoy podamos escuchar a Jesús y dejar que nos mire, mientras nos preguntamos: ¿Quién soy yo en esta escena? ¿Cómo vengo viviendo y quién quiero ser también de acá en adelante? ¿Soy el ciego que está al costado del camino y aunque no puede ver a Jesús lo escucha cuando pasa y pregunta? ¿Pregunto dónde está Jesús? Aunque no veamos bien, por lo menos tenemos que aprender a escuchar; tenemos que escuchar que Jesús está siempre por ahí, pasando por allá; está siempre. Podemos ser como el ciego que, ante la proximidad de Jesús, no para de gritar y le importa muy poco que lo quieran callar. ¡Cómo quisiera tener esa fe de este hombre que grita olvidándose de todo! ¿Quién de nosotros puede decir con seguridad que siempre ve a Jesús en el camino de esta vida, que lo ve en todos lados? No nos creamos como esos que estaban alrededor de Jesús, que además se dan el lujo de callar a los demás. Somos un poco ciegos y por eso nuestro Maestro viene a curarnos de la ceguera del corazón que nos tiene un poco quietos, sin avanzar, tirados al costado del camino; con fe, pero muchas veces tirados, no haciendo nada, no haciendo nada por seguir adelante, mientras la vida nos pasa por al lado.
¡Qué lindo sería también dejar que Jesús nos pregunte hoy a todos, pero particularmente: «¿Qué querés que haga por ti? ¿Qué necesitás de mí?». ¿Qué querés que haga por vos? Pensemos, porque Jesús nos da una oportunidad de que podamos pedirle aquello que realmente necesitamos. Pidamos ver un poco más, pidamos verlo a él, pidamos cosas importantes; lo mejor que podemos pedir, no perdamos esta oportunidad.
En un himno de la liturgia hay un verso que siempre me quedó grabado en el corazón, que dice así: «Yo como el ciego del camino pido un milagro para ver». Que esta petición sea la que nos acompañe durante el día, pidamos un milagro para ver a nuestro Maestro. Y que esta petición se transforme en oración, en oración personal, en diálogo; por eso termino con una oración de un sacerdote que me pareció muy buena para que la escuchemos juntos, dice así: «Señor, me imagino que soy el ciego Bartimeo, estoy en el camino con inmensos deseos de verte, por eso gritaba y grito, aunque tus apóstoles todavía no imbuidos de tu mensaje, me mandaban que callara. El milagro de verte es5 el gran placer de cualquier creyente que está unido a ti ya en este mundo; mientras tanto, Señor, quiero que mis manos sean constructivas, te pido que mi corazón se mantenga cálido y no frío, tú me llamas a que sea una persona así: bondadoso, amable, acogedor, tierno y fuerte al mismo tiempo».
Que esta oración nos ayude a poder pedirle con todo el corazón a Jesús que «queremos ver», que ese es el gran placer de aquel que busca a Jesús; verlo en este mundo, aunque a veces Jesús se hace escurridizo –pareciera– y nos cuesta, pero en realidad siempre está, nunca se escapa de nuestro lado. Pidamos esta gracia en este día…