En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
Palabra del Señor
Comentario
En estos días, si nos ponemos a pensar, también parece que el sol se oscurece y deja de alumbrar, ¿no? –simbólicamente–, parece que ya no hay ese «calor» de cosas buenas, como cuando nos acostumbramos a ver y a escuchar tanta gente que muere por el odio, por la injusticia, por el fanatismo religioso, por ideologías políticas, por egoísmos y ansias de tanto poder en tantas personas. Parece que el sol ya no brilla para los buenos.
En estos días también parece ser que la luna deja de brillar, que las estrellas se vienen abajo y los astros también se tambalean. Y ni siquiera esta luz, esta luz de la luna ilumina un poco a la noche oscura del mundo que está lleno de angustia y de guerra, de peste y de maldad.
Cuando vemos tanto mal, tanta pobreza, tanta injusticia, tanta desigualdad, las cosas tan mal distribuidas, dolores tan profundos en muchos y vidas tan holgadas en pocos, muerte de tantos inocentes no nacidos o nacidos… ¿no te da bronca muchas veces? Y también dan ganas de que todo se termine lo antes posible y que Dios haga justicia en serio de una vez por todas, en nuestras vidas y en el mundo entero.
¿Quién no pensó esto alguna vez? ¿Cuándo se terminará el sufrimiento de nuestras vidas y en la de los demás? ¿Cuándo las cosas serán como Dios quiere que sean y como la mayoría de los hombres queremos que sean?
Las palabras de Algo del Evangelio de hoy, creo que parecen más actuales que nunca. Son duras y por ahí difíciles de comprender, pero tan reales, por las cosas que pasan, que están pasando y, además, por el deseo de que se cumpla su promesa de venir y terminar con todo esto de una vez; de venir «lleno de poder y gloria», como dice la Palabra.
Una prueba más de que lo que Jesús dice siempre es verdad, son estas palabras: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Pensemos en esto, pensá en esto: pasarán mil cosas en la vida, en la tuya y en la mía –cosas buenas y no tan buenas–, pasará lentamente este mundo como viene pasando hace siglos y siglos, pasarán los elogios, los éxitos, las felicitaciones, las cosas materiales, lo que tuve, lo que tengo y lo que tendré, pasarán mis seres queridos, pasaré yo también algún día, todo va a pasar; pero las palabras de Jesús no pasan. Y por eso en cada tiempo siguen diciendo algo y sigue salvando, como a vos y a mí, porque no pasan, siempre dicen lo que está pasando y lo que tenemos que hacer para dejar algo permanente en esta vida.
El mejor «negocio» –por decirlo de algún modo– que podemos hacer hoy con este Evangelio, los que creemos en Jesús, es aferrarnos a lo que no pasa y dejar que pase lo que tiene que pasar. Aferrarnos a las palabras de Jesús es aferrarnos a lo que permanece y nos ayuda a vivir todo lo pasajero de la vida en su justa medida. Pero agarrarse de lo eterno, de las palabras de Jesús, no significa dejar que nos pase la vida por encima y esperar que venga algo mejor cruzados de brazos, ¡no!, por favor, eso no es cristianismo; eso es en el fondo un cristianismo sin vida y sin actitud, un cristianismo sin esperanza activa, sino con una esperanza pasiva, mediocre, que cree que vendrá algo mejor, pero mientras tanto no hace nada. Nada más alejado del Evangelio que eso.
No sabemos el día ni la hora en la que Jesús vendrá a derrotar el mal para siempre; por eso mientras tanto, tenemos que ser nosotros mismos –con nuestras vidas– los que llevemos las palabras de Jesús que permanecen para siempre.
¿Sabías que tu vida y la mía es la única palabra de Jesús que alguien podrá escuchar alguna vez? ¿Sabías que nuestra vida, nuestra presencia en este mundo, es un «decir» de Jesús en medio de un mundo que es violento y egoísta?
El Evangelio de hoy no es el anuncio inevitable de una historia que va hacia la destrucción, sino todo lo contrario, es un anuncio esperanzador de una historia que va hacia algo mejor y que justamente necesita de nosotros para lograrlo. Por eso Jesús no dijo ni el día ni la hora.
¿Qué sería de nosotros si supiéramos que dentro de unos años Él vendrá a derrotar el mal? Esperaríamos sin hacer nada, dejando que todo lo hiciera Él. Sin embargo, Él no lo dijo para que hoy, en este domingo, nosotros digamos: «Como no sabemos cuándo viene, mientras tanto trabajemos para ayudar a que otros se den cuenta que así no podemos vivir más, que nos merecemos algo mejor, que tenemos que creer en las palabras de Jesús que dan vida y nos dan la Vida eterna». Bueno, para terminar…
¿Cómo imaginás tu vida, el final de tu vida? ¿Cómo algo que pasará sin dejar nada, sin dejar algo permanente? ¿O te imaginás una vida que deje palabras de Jesús que no pasen?
Acordate que las palabras de Él no pasarán, y si tu vida fue una palabra del Maestro, tu vida no va a pasar, tu vida permanecerá en la vida de los otros, como la de los santos.
Por eso, nuestro mejor «negocio» es aferrarnos a lo que no pasa jamás, que es el amor que podemos dar mientras parece que todo se viene abajo y todo pasa.
Aprovechemos el día de hoy para hacer cosas que permanecen para siempre, cosas que no pasen; aprovechemos para amar, aprovechemos hoy para vivir las palabras de Jesús.