Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario.”
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: “Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme.”»
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Palabra del Señor
Comentario
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¡No hay que desanimarse, no hay que desanimarse, hay que seguir este camino! Tiene algo que ver con el Evangelio de hoy, con Algo del Evangelio de hoy, donde Jesús nos cuenta una parábola para enseñarnos que tenemos que orar sin desanimarnos. Si vemos de algún modo el lado negativo de esto, tenemos que reconocer que el desánimo es parte de nuestra vida, que podemos perder el ánimo, o sea, esas ganas, esos deseos de vivir. No porque nos queramos quitar la vida, sino porque perdemos la fuerza, perdemos el combustible del amor en el corazón. Se nos va acabando el aceite, ese que nos ayuda a mantener la lámpara encendida, y por eso hay días que –es la verdad– no tenemos ánimo, no tenemos ganas, no tenemos deseos profundos de seguir creciendo en las cuestiones de nuestra vida espiritual. Que sí o sí siempre hay que decir que es una lucha, que es una lucha continua, que es un volver a levantarse; y por eso también la oración, también la escucha continua. Tenemos que reconocer que el desánimo es parte de nuestra vida. Por eso, si estás desanimado, desanimada; por eso, si te das cuenta que no tenés las mismas ganas que antes, no te asustes. Es normal, es parte de nuestra vida. En algunas ocasiones podemos caer en la ingenuidad de pensar que porque nos desanimamos hemos perdido la fe, y en realidad hay que decir que en la fe el desánimo es parte del crecimiento, como nos pasa en todos los ámbitos de la vida.
Y bueno, es lindo volver a escuchar y volver a recalcar de labios de Jesús que hay que orar siempre, sin desanimarse, o sea, insistir una vez más en la oración, insistir en este camino tan lindo que es dialogar con nuestro buen Dios. Que siempre nos está escuchando, que siempre está atento a nuestras necesidades, que jamás se va a tapar los oídos para decir que tiene que hacer otra cosa. Que nunca podemos pensar en la fe que Dios no nos escucha; que en realidad somos nosotros los que perdemos el ánimo y creemos que Dios no nos escucha. Pero por eso también es bueno preguntarse cómo estamos rezando, qué estamos pidiendo, qué estamos deseando. Esta parábola, que hoy Jesús nos enseña, de algún modo nos muestra que sí, es verdad, hay que insistir. Hay que insistirle a Dios. No hay que cansarse. Pero también hay que revisar qué es lo que estamos pidiendo, porque no siempre pedimos lo que Dios desea que pidamos. No siempre pedimos lo que él nos enseñó a pedir en el Padrenuestro. No siempre estamos en sintonía con nuestro Padre. Y si no estamos en sintonía y pedimos cosas que en realidad no necesitamos o que creemos que necesitamos, pero en el fondo no es así, podemos creer que Dios no nos escucha, que Dios no nos responde y que él no atiende nuestras súplicas. Es por eso que el fondo de esta parábola nos quiere enseñar que, en realidad, el pedir y el hablar con nuestro buen Dios es, más que nada, un camino de encuentro de voluntades; un camino donde tenemos que darnos cuenta que, más que exigirle a Dios que haga nuestra voluntad, tenemos que aflojar nosotros para darnos cuenta que tenemos que hacer su voluntad y que tenemos que reconocerla. Qué importante es descubrir esto en nuestra vida espiritual. Qué importante que es para conseguir la paz y la humildad, para no ser soberbios tampoco frente a Dios y estar exigiéndole cosas que en definitiva no nos hacen bien o él no quiere para nosotros.
Por eso, hoy volvamos a elevar nuestro corazón al cielo, volvamos a elevar nuestro deseo a Dios para reconocer su deseo y hacerlo nuestro y abrazarlo con toda el alma.
Señor, enséñanos a orar con insistencia, pero enséñanos a orar según tu voluntad. Enséñanos a que nuestro ego y nuestra voluntad se doblegue frente a la tuya y aceptemos de una vez por todas que hacer tu voluntad y ser feliz es lo mismo. Enséñanos a descubrir tu voluntad.