Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!»
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes.» Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado.»
Palabra del Señor
Comentario
«El esposo se hace esperar», nos decía Jesús en la parábola del domingo. La gran certeza que tenemos es que no sabemos con certeza cuándo vendrá Jesús a nuestro encuentro. Pero lo que sí sabemos es que será como el encuentro de un esposo que recibe a su esposa. A Jesús parece que le gusta hacerse esperar, le gusta que lo esperemos, porque la espera es un signo del amor. «El amor lo espera todo» dice también san Pablo. Y lo lindo de todo esto es que no es necesario esperar a nuestra partida para encontrarnos con Jesús ya –de algún modo–, desde ahora, sino que podemos hacerlo todos los días. Esa es la gran diferencia. Jesús es el esposo que está siempre y viene a nosotros de mil maneras para despertarnos de nuestra «dormición». Por eso, para estar preparados lo que debemos hacer es estar atentos todos los días a las pequeñas venidas del Señor: en la oración personal, en los hermanos, en nuestros servicios.
Me gusta de Algo del Evangelio de hoy esta pregunta de Jesús: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve ¿dónde están?». ¿Dónde está la gente que es curada por Jesús, que le pidió insistentemente algo, y después desaparece? Podríamos preguntarnos todos esto hoy: ¿Dónde estamos nosotros los que alguna vez fuimos curados, esos que corrimos hacia Jesús suplicándole algo y nos lo dio, y después desaparecimos? ¿Tenemos esa vivencia de la fe del samaritano, del que vuelve a agradecer?
Por eso hoy te propongo que pensemos de algún modo en tres características de la fe que nos pueden ayudar a ver si tenemos una fe madura, completa, una fe plena, una fe que realmente salva y que toca la vida entera. No solamente una fe que cura desde afuera, sino una fe que nos hace levantarnos y vivir como personas salvadas, en comunión con Dios.
Primero, una característica de la fe es la confianza, que es la que tienen los diez leprosos. Todos confían. Jesús les dice: «Vayan a presentarse a los sacerdotes», que era la condición que tenían que pasar para ser aceptados otra vez en una comunidad, y todos confían. Todos se ponen en camino y finalmente, gracias a esa confianza, son curados de su lepra, de su enfermedad corporal.
Hay un primer movimiento de la fe que es una respuesta a la invitación de Jesús –que nos hace a todos en la vida– y esa respuesta es la confianza, en confiar en su Palabra; confiar que el estar cerca de él de algún modo nos va a curar.
Y por eso la primera consecuencia de esta confianza es la curación. Los diez se curan porque confían, como tantas veces nosotros nos hemos curado de algo por habernos acercado a nuestro maestro. Por eso tenemos que acercarnos a Jesús y confiar en él para curarnos de algo en la vida, de algo que arrastramos, de algún pecado, de alguna debilidad, de algún vicio o de algo que no nos deja vivir, que nos tiene como «aislados». Porque eso es la lepra: el estar aislados de todos.
Pero hay una segunda característica de la fe que es la acción de gracias y es la que únicamente tiene el samaritano, uno de diez. Pensemos en esto: la acción de gracias. La fe nos tiene que llevar a agradecer, nos tiene que llevar a arrojarnos a los pies de Jesús con el rostro en tierra dándole gracias de corazón y alabarlo en voz alta con todo nuestro ser.
Esta segunda característica de la fe es la que pocos tienen, es la de vivir dando gracias, vivir dándose cuenta que todo lo que tenemos lo recibimos de Dios Padre por medio de Jesús, en el Espíritu. Pensemos si a veces nos falta un poco esta característica de la fe: el saber agradecer.
Y la tercera característica de la fe es: ponerse en camino. Jesús finalmente le dice al samaritano, al que agradeció: «Levántate y anda. Levántate y vete, ponete en camino». La fe es ponerse en camino, es caminar, es seguir a Jesús. Eso es la salvación. Una cosa es ser curado, una cosa es haber pedido algo y que Dios nos lo haya dado; y otra cosa es ser salvado. Ser salvado es ponerse en camino para entrar en comunión con Jesús, en una relación de amor con él, con su Padre, para conocerlo verdaderamente.
Porque «esa es la Vida eterna –dice Jesús–: Que te conozcan a tí, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo». La fe madura y completa es la que me hace ponerme en camino a la salvación, que es conocer cada día más a Jesús.
Bueno, Dios quiera que hoy podamos pensar en estas tres características de la fe, en qué momento estamos, en qué cosas tenemos que hacer más hincapié porque nos hemos olvidado un poco. Confianza, acción de gracias y ponerse en camino: eso es ser salvado. A veces fuimos curados y nos faltó mucho el agradecimiento o a veces agradecimos bastante, pero nos quedamos en el camino, no nos pusimos a caminar.
Pidámosle a Jesús que hoy, como el leproso samaritano, vivamos en acción de gracias y podamos caminar un día más en este transitar, que es seguir a Jesús en el día a día de nuestra vida.