«Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor
Comentario
Hoy en este domingo, día del Señor, es bueno frenarnos y detenernos como se detuvo Jesús en Algo del Evangelio de hoy. Jesús se detiene a mirar; mira para conocer lo profundo, y después llama a los discípulos para enseñarles a mirar, a mirar como mira Él. «Mientras el hombre mira las apariencias; Dios mira el corazón», dice la Palabra de Dios; y menos mal que Dios mira así, ve para mirar, de otra manera.
Los que saben un poco de historia y de la Biblia, dicen que en esa época la alcancía del templo de Jerusalén, donde la gente depositaba su limosna, era de bronce, era como un gran embudo que estaba ubicada a la vista de todos; por eso en el momento en el que la gente se acercaba a poner su ofrenda no solo todos te veían, sino que se sabía más o menos cuánto podías poner, porque al tirar las monedas se escuchaba el ruido. Entonces a mayor ruido, más monedas, más riquezas, seguramente más bien visto por todos; y a menor ruido, menor cantidad de monedas, menor riqueza, o por lo menos menor limosna, menos tenidos en cuenta. Todo un signo, ¿no?, todo un signo que nos puede ayudar para que –a través de esta imagen– podamos encontrar el corazón del mensaje de hoy. Porque Jesús mira bien, nos mira bien y quiere enseñarnos a mirarnos bien entre nosotros y a nosotros mismos; en definitiva, nos ayuda a ver para mirar, a poder ver con los ojo,s pero mirar con el corazón. Y por eso, es bueno poder hacerse algunas preguntas: ¿Es posible que todo lo midamos por lo que se ve con los ojos? ¿Es posible que midamos todo por el ruido que hace o por la propaganda que tiene? ¿Es posible que midamos todo por la cantidad? ¿Es posible que midamos todo por lo que dicen los demás? Sí, es posible, es muy posible; nos pasa muchísimo, somos así.
Muchas veces, sin querer –porque lo tenemos como incorporado al corazón– andamos por la vida evaluando todo por las cantidades; en general siempre relacionamos que, a mayor cantidad, parece que todo es mejor. Nos evaluamos con números, nos ponemos calificaciones, nos premiamos con números también, pensamos en tener más cosas, más dinero, más bienes, más y más, más seguidores, más aplausos; y además, sin querer, muchas veces le transmitimos esto a nuestros hijos o a los que tenemos a cargo. Y esta mentalidad mundana lo único que logra es que miremos todo superficialmente, haciendo que todo se nos vuelva en contra de alguna manera, después de una frustración cuando no alcanzamos las cantidades que aparentemente hay que alcanzar, cuando no cumplimos con los «parámetros» que nos ponen o nos ponemos.
¿No es medio infantil esta manera de vivir? Sí, creo que es bastante infantil; sin embargo, está muy arraigada en nuestra vida, incluso en la vida de la Iglesia también. Las preguntas clásicas que nos revelan esta forma de pensar o de ir por la vida, por ejemplo, serían:
—¿Cuánta gente fue? ¡Uy, qué bueno! o ¡uhh, qué lástima! –decimos, ¿no?–, no fue tanta gente. — ¿Cuántos chicos fueron? — ¿Cuántos «likes» o «me gusta» te pusieron? —¿Cuántos seguidores tenés? —¿Cuántos te escuchan? — ¿Cuántos seguidores tiene ese famoso o esa persona? ¿Viste cuánta gente lo sigue y lo quiere? ¡Qué infantiles que somos a veces! ¡Cuánto necesitamos de los números, como si fuera que nos dan algo! En realidad, sí nos dan algo, y ese es el engaño, por eso los buscamos; nos dan cierta «seguridad» afectiva, nos agrandan el ego, nos permiten convertimos en foco de atención. ¿No será que estas palabras de Jesús, esta imagen de Jesús mirando a la viuda, necesitamos volver a escucharla, volver a contemplarla con el corazón? Eso es lo que te propongo y me propongo hoy: miremos como mira Jesús, para poder mirar profundamente.
Todos tenemos que proponernos esto, los sacerdotes y consagrados también.
Porque mientras tanto, Jesús nos dice: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquier otro», «les aseguro que Yo no miro las cantidades que miran ustedes», «les aseguro que ustedes pierden el tiempo pensando y sintiendo que siempre es lo mejor lo que más cantidad tiene», «les aseguro que pueden pasarse la vida midiendo todo por la cantidad; mientras Yo, miro otra cantidad u otra calidad: la del corazón». O sea, no es que a Jesús no le interesen las cantidades; sí le interesan, pero le interesa la cantidad del corazón, le interesa con cuánto corazón hacemos lo que hacemos. Le interesa que nuestras limosnas, nuestras obras, nuestras actitudes cotidianas en la familia, en el trabajo, en el apostolado, en lo que hacemos, en cada cosa; sea hecha con una buena cantidad de corazón, con todo lo que podamos. Podemos «dar mucho» en apariencia, podemos dar todo incluso, pero con poco corazón. Podemos dar todo lo que tenemos, pero no dar nada de lo que somos. Podemos dar todos nuestros bienes, pero vacíos de amor.
En cambio, podemos dar casi nada a los ojos de los demás y estar dando todo, podemos dar algo insignificante materialmente, podemos dar muy poco tiempo de nuestra vida para un trabajo o para ayudar a alguien; pero podemos estar dando todo de nosotros. Por eso la clave está en dar todo desde adentro, porque así nos estaremos asegurando de dar lo más necesario, así nos estaremos asegurando de dar lo mejor. Si damos todo lo que poseemos desde adentro, no importará tanto cuánto demos ante la mirada de los demás.
Que la viuda de hoy – esta pobre mujer necesitada, pero con el corazón lleno de amor– y la mirada de Jesús que nos ayuda a ver lo profundo y dejar de perder el tiempo en las superficialidades de la vida, nos ayuden a empezar a mirarnos mejor entre nosotros; que nos ayuden a salir de esta mirada mundana y superficial, y empezar a mirar como mira Jesús: sin estar preocupados por la cantidad, sino por lo que realmente a Él le interesa.