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XXXI Miércoles durante el año

Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».

¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres, puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.

De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

Palabra del Señor

Comentario

No alcanza con saber los mandamientos para estar en el Reino de los cielos; si fuera así, Jesús, al ver que el escriba había respondido tan acertadamente, le hubiese dicho: «Tú estás en el Reino de Dios». Pero no, parece ser que no alcanza. De hecho, es algo que experimentamos vos y yo cada día, eso de que por más que sepamos los mandamientos, por más que tengamos claro qué es lo mejor o lo más importante, no siempre tenemos la fuerza para vivir eso, no siempre nuestro corazón está dispuesto a aceptar a hacer el bien, sino que incluso experimenta la impotencia de tener el bien a su alcance y no poder cumplirlo. San Pablo lo describe maravillosamente, aunque por momentos parezca difícil. Dice así: «Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. Pero entonces, no soy yo quien hace caso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí». Por eso Jesús no solo necesitaba lindas o acertadas respuestas, sino que necesitaba el corazón, necesita nuestro corazón. A él no le alcanza que sepamos qué es lo mejor, sino que quiere que lo aceptemos y podamos vivirlo. Los escribas de antes y los de ahora son los «idealistas» de la fe, diría el papa Francisco los «gnósticos», así lo describía: «El gnosticismo supone “una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”». A los escribas les interesa una serie de razonamientos, que los reconfortaban e iluminaban, pero que en el fondo no los conectaban con el amor al prójimo. Jesús pretende eso de nosotros, que no solo sepamos lo que debemos hacer, sino que, descubriendo su amor, podamos hacerlo.

Bueno, hasta aquí Algo del Evangelio del domingo pasado, pero con respecto a hoy nos pueden surgir muchísimas preguntas: ¿qué es todo lo que poseemos y debemos dejar, a qué se refiere Jesús? ¿Qué quiere decir cuando nos dice que para seguirlo tenemos que amarlo más que a todos, incluso más que a nuestros propios hijos? ¿Es posible realmente algo así? ¿Es tan así? Si no renunciamos a todo lo que tenemos, ¿no podemos ser discípulos? ¿No se puede hacer las dos cosas al mismo tiempo: ser discípulo y amar mucho a los demás también? ¿No será demasiado «exigente» el Señor? ¿No será que por eso tiene tan pocos amigos y seguidores –como diría santa Teresa–? ¿No hubiese sido mejor que fuese un poco más blando para atraer más corazones a él? ¿No lo hubiesen seguido más personas? ¿No habría hoy más cristianos comprometidos? ¿Tiene derecho a pedirnos tanto o pedirnos todo? ¿Qué significa «cargar la cruz» para ser discípulo? ¿Cuál es la cruz? ¿Cuál es nuestra cruz? ¿A qué se refiere Jesús?…

Imagino que estarás pensando: «¿Por qué en vez de hacerme tantas preguntas este sacerdote, no las empieza a responder?». Porque quiero que todos nos hagamos estas preguntas, cada uno personalmente; y, además, porque tampoco considero que tengo todas las respuestas, y mucho menos para un audio de unos pocos minutos.

Lo dije muchas veces en muchos audios durante todo este tiempo; que lo que pretendo siempre es que cada uno de nosotros haga su «camino», que cada uno personalmente escuche la Palabra de Dios, para que no nos quedemos en un palabrerío vacío y superficial de otro. No dejemos de escuchar la Palabra de Dios, no la dejemos de escucharla nunca; «la Palabra de Dios es viva y eficaz» y se hace carne en personas concretas como vos y yo, y si vivimos lo que escuchamos.

Tratemos hoy de vivir algo de lo que escuchemos, tratemos de preguntarnos: ¿estaremos juntos llevando amor por donde nos toque estar? Jesús hoy nos pide TODO, pero ¿sabes por qué? Porque antes nos dio TODO y, además, porque nos da TODO continuamente, siempre.

Por eso no nos asustemos con la Palabra de Dios de hoy. Es lógico, tiene lógica, vos a tu mujer, a tu marido, a tu novia, a tu amigo, a tu amiga que le das todo tu amor, ¿le pedís que te ame más que a todos? ¿Jesús no puede hacer lo mismo con nosotros? La cruz de cada día será para cada uno la lucha continua por amar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con toda la mente al Señor. La cruz de cada día será aceptar siempre las realidades que no elegimos y en principio no podemos cambiar. La cruz de cada día serán las propias debilidades, incluso los pecados que a veces no podemos dejar y nos atormentan, el mal que no podemos evitar. La cruz de cada día será en definitiva el amor que podemos dar y nos cuesta manifestar. Pidamos a Jesús que nos ayude a cargarla con alegría, con paz.