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XXXI Lunes durante el año

Jesús dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!»

Palabra del Señor

Comentario

Ayer pensaba en que decir en este lunes y me acordé sobre el porqué algún día se me ocurrió llamar a esta iniciativa de enviar el evangelio diario grabado… Algo del Evangelio. Quería recordártelo por las dudas que no lo sepas, pero imagino que te habrás dado cuenta alguna vez. Simplemente porque considero que nunca se puede decir todo, lo que uno quisiera o lo que se puede decir, nunca como sacerdote puedo pretender agotar las innumerables aristas que tiene la palabra de Dios, sería pura presunción. Considero que Dios me inspira algo y simplemente desde mi experiencia puedo transmitir algo. De la misma manera que te pasa a vos día a día, si te disponés a escuchar con seriedad. El otro día, tres jóvenes que escuchan todos los días la palabra de Dios, me contaban que en su grupo de WhatsApp tienen la costumbre de comentar, que le dijo a cada una la palabra según lo que escucharon, como para aportar algo entre ellas, y justamente me decían que se daban cuenta que a cada una la misma lectura le decía cosas distintas, que siempre comentaban cosas distintas. Es así, eso es lo lindo de la palabra de Dios, a cada uno nos dice “algo”, a mí me dice algo, y siempre podemos decir algo, nunca todo.

El escriba del evangelio de ayer, ese hombre que se acercó para preguntarle a Jesús cuál era el mandamiento más grande, “no estaba tan lejos del Reino de Dios”, según las palabras de Jesús al escucharlo responder bien. Propongo que esta escena nos acompañe toda la semana, para ayudarnos a comprenderla mejor. ¿Qué habrá querido decir Jesús con eso de que “no estaba tan lejos del Reino de Dios? Siempre es bueno revisar el contexto del texto. No se puede entender el evangelio con palabras sueltas o frases dispersas. Muchas veces los sacerdotes lo hacemos, tomamos una frase que nos gusta, pero en el fondo para que nos ayude a decir lo que nosotros queríamos decir, y en realidad el camino es el inverso. Antes que nada, debemos saber qué quiso decir el evangelista al escribir lo que escribió, y para eso hay que tener en cuenta la escena en su contexto, que venía antes y que viene después. Vamos a intentar hacer ese camino estos días.

Vamos a la escena de hoy. ¿Alguna vez te pusiste a pensar que para Jesús no hay personas que son mejores y otros peores, no hay personas de primera o de segunda? ¿Te habías dado cuenta alguna vez que la verdadera salvación se da cuando Jesús logra destruir todo muro de enemistad que a veces construimos entre nosotros por diferentes razones? ¿Te diste cuenta que la lógica de este mundo lo único que hace y fomenta, es la división, es la “etiquetación”, es la comparación, es la discriminación, son las diferencias que distancian y no las que unen? ¿Te das cuenta que este mundo nos divide y enfrenta y que sus “remedios” terminan siendo venenos que jamás nos pueden curar? ¿Nos damos cuenta que nosotros somos parte de ese mundo y que también colaboramos de alguna manera a todo esto, cuando nos miramos de reojo, cuando nos tenemos miedo o recelos?

Jesús nos propone, en Algo del Evangelio de hoy, eliminar distinciones, pero para vivir como hermanos. No podemos hacer caridad con aquellos que sabremos que tarde o temprano nos retribuirán. No podemos hacer las cosas buscando algo a cambio. Se puede esperar algo, es humano, es natural, ahora… otra cosa es hacer las cosas buscando eso, solo buscando la retribución.

Siempre me parece gracioso y me enojo al mismo tiempo, cuando veo los carteles que ponen en las calles nuestros funcionarios públicos, gastando nuestro propio dinero, no importa el partido y el color, mostrando todo “lo bueno” que hacen, todo lo buenos que son, jactándose de lo que en realidad es su deber y no deberían refregar. ¿Para qué lo hacen? ¿Para qué gastan nuestros bienes en publicitarse a sí mismos? Es como pensar que una madre, o un padre, les dejen un cartel a sus hijos a la mañana temprano antes de ir a la escuela, o a la tarde cuando vuelven diciéndoles algo así: “Hijo, hija, hoy fui a trabajar, lo hago por vos” O que los hijos les digan a sus padres: “Mirá que hoy fui a la escuela, lo hago por vos” ¿Desde cuándo hay que publicitar lo que cada uno debe hacer? El deber y el amor no se publicitan, es lo que tenemos que hacer para vivir en paz. Pasa en la Iglesia también y es triste. Podemos hacer caridad, estar con los más pobres y después publicitarlo para que todos nos digan lo buenos que somos. ¡Qué increíble! Con los pobres no se lucra. No se busca recompensa y aplauso. Se ama por amar, no para que nos retribuyan. A veces criticamos a los funcionarios, pero nosotros también podemos hacer lo mismo.

Mejor hagamos lo del evangelio de hoy. Invitemos a un pobre a comer… vayamos a la casa de un pobre a ayudar… demos limosna a alguien que no nos agrada tanto, sin esperar nada a cambio, sin esperar ningún “me gusta”, sin que nos vea nadie. Si buscamos que nos vea alguien ya tenemos nuestra recompensa, el pasajero aplauso de los hombres. Si no nos ve nadie, en realidad solo nos ve Dios Padre. ¿Necesitamos más que eso? Si necesitamos más que eso es porque todavía no consideramos al otro como hermano, igual que nosotros.