Un escriba se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
Jesús respondió: «El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que estos».
El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
Comentario
Son muchas las veces que a los sacerdotes se nos parte el alma, de alguna manera, cuando un niño, por ejemplo, durante una confesión, aunque estrictamente a veces no son confesiones y por eso se puede contar, nos dice casi con lágrimas en los ojos: «Padre, mi papá no me escucha, mi mamá no me escucha, no me prestan atención». Es muy triste escuchar eso. Es triste, la verdad, pero pasa, son muchos los niños, y también te puede pasar a vos en tu matrimonio o en una amistad, que no se sienten escuchados, por diferentes razones, pero que en definitiva es lo mismo; cuando no nos escuchan, no importa tanto el porqué. ¿Será que a Dios Padre le pasa lo mismo con nosotros? Si el domingo anterior el milagro del ciego nos quería enseñar que andamos un poco ciegos del corazón todos, hoy, aunque no se habla de milagro, sí nos enseña sobre la escucha. Bartimeo no veía, pero dice la Palabra de Dios que se «enteró» de que Jesús pasaba por ahí, aunque podríamos decir que «escuchó» que pasaba por ahí, tenía el oído atento, listo para escuchar.
Por eso la gran tarea de nuestra vida, lo mejor que podemos hacer es trabajar para escuchar. Algo del Evangelio de hoy nos enseña que primero hay que escuchar, antes que nada. ¿Qué tenemos que hacer? Escuchar. No ama el que no escucha y no escucha verdaderamente el que no ama. «¿Cuál es el primero de los mandamientos?», le preguntaron a Jesús. «Escuchar para amar». «Amarás, si escuchás», podríamos decir. Es lindo saber que el mandamiento también es una promesa, de algún modo… «Amarás, amarás», dice la Palabra. Vamos a terminar amando, pero si empezamos por escuchar. Escuchar es lo primero que quiere Dios de nosotros. Sin escucha del corazón no hay posibilidad de amar, no hay amor que prospere. A veces creo que los cristianos sin darnos cuenta queremos empezar por el final del camino y nos olvidamos del principio del trayecto. Siempre es bueno empezar por el principio. Como dice una canción: «Crece desde el pie, musiquita, crece desde el pie». Todo crece desde el pie, desde el principio. ¿Cómo pretender que Dios sea todo si no le damos lo primero y principal que es el oído del corazón, el tiempo que hace que las palabras lleguen a nuestra alma? ¿Quién se puede enamorar de alguien al que jamás escucha y le presta su atención? Por eso es bueno volver a escuchar que el primer mandamiento en realidad es escuchar, valga la redundancia. No se puede amar a quien no se escucha. No podemos darle a Dios Padre lo mejor de nosotros si no le damos lo principal.
Mirá a tus hijos, a tu marido, a tu mujer, a tus hermanos, miralos y preguntate con sinceridad si es posible amarlos de verdad, si no los escuchás de corazón, si no te tomás el tiempo para saber qué piensan, qué les pasa, qué sienten, qué necesitan, sentándote un rato con ellos. Cuando empezamos a escuchar a los que tenemos al lado, nos llevamos muchas veces sorpresas, para bien y a veces para mal. Nos sorprendemos para bien cuando nos damos cuenta y descubrimos una riqueza inimaginable en personas que antes no teníamos en cuenta. Nos sorprendemos para mal cuando sin darnos cuenta o conscientemente nos distanciamos de personas que, en realidad, no conocíamos bien, porque, en el fondo, no nos escuchábamos. Nos sorprendemos para mal, pero en el fondo para bien cuando nos damos cuenta que estábamos llenos de prejuicios por no haber escuchado sinceramente, por haber supuesto cosas, por haber emitido juicios que no nos permitieron saber lo que tenía el otro en el corazón. ¿No será que con Dios nos pasa un poco lo mismo? ¿No será que nos alejamos de Él porque nos perdemos de escucharlo, nos perdemos la mayor riqueza que nos regaló, la capacidad de amar escuchando? ¿No será que algún día nos enamoraremos perdidamente de Él cuando nos decidamos a escucharlo?
El amor a Dios brota y crece casi naturalmente cuando se escucha su Palabra, la escucha es como la lluvia que riega las plantas, porque al escuchar cosas lindas, cosas de nuestro Padre, nos purifica el corazón para poder verlo más nítidamente y, una vez que lo vemos, empezamos a amarlo con todo el corazón, con toda el alma, el espíritu y las fuerzas. No se puede no amar a un Dios tan bueno. En cambio, cuando las cosas quieren ser al revés, o sea, obligarse a amar a un Dios, a una persona que no se escucha y no se sabe bien quién es, es casi imposible, es como estar ciego o sordo y querer enamorarse a la distancia de alguien que ni siquiera veo ni escucho.
Empecemos entonces por el principio en este domingo y el camino será más posible y más lindo. En realidad, en los Evangelios anteriores, Jesús venía respondiendo discusiones y pruebas, y se podrían decir muchísimas cosas con la respuesta de hoy de Jesús. Pero quería centrarme en esta, que a veces pasa desapercibida a nuestro paladar del corazón, a veces no escuchamos la primera palabra importante del mandamiento más importante, y nos preguntamos cómo hacemos para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo. ¿Sabés cómo? Escuchando. Otra vez te lo digo: si no escuchamos a Jesús, no hay posibilidad de amar a Dios Padre con todas las fuerzas y al prójimo como Él desea. La escucha diaria, continua, paciente, perseverante, es la que nos dispone para andar en el camino del amor. Si escuchamos a Jesús, amaremos; si no escuchamos, no amaremos, subsistiremos. ¿Vos creés que amás y en el fondo no escuchás? ¿Vos creés que amás y nos sos capaz de estar un tiempo sentado escuchando a los que decís que amás?
Probemos hoy escuchar más y profundamente, y que el escuchar nos abra el corazón para amar a Dios y a los demás, porque en realidad escuchar ya es de algún modo empezar a amar.