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XXX Viernes durante el año

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Delante de él había un hombre enfermo de hidropesía.

Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: «¿Está permitido curar en sábado o no?» Pero ellos guardaron silencio.

Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió. Y volviéndose hacia ellos, les dijo: «Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en seguida, aunque sea sábado?»

A esto no pudieron responder nada.

Palabra del Señor

Comentario

«El segundo mandamiento es semejante al primero», decía Jesús en el evangelio del domingo. ¿Te acordás? No es un detalle más. Una predica que escuché una vez de un monje me hizo caer en la cuenta. Los monjes tienen una gran sabiduría. – aprovechá si algún día tenés la oportunidad de visitar un monasterio-. Pero hoy pensaba en que no podemos olvidar que hay palabras de la Palabra de Dios –valga la redundancia– que son clave, que hacen la diferencia, que cambian todo, que ayudan a penetrar en lo profundo del corazón de Dios Padre y que, por distraídos, a veces pasamos de largo. Por eso, es importante decir… «semejante» no es igual, no equipara, sino que compara. La palabra «semejanza» aparece desde el principio, en el libro del Génesis donde dice que fuimos creados a «imagen y semejanza» del Creador. Jesús en los evangelios compara muchas veces al Reino de los Cielos con diferentes cosas –con una perla, con un tesoro, con una red, con una semilla, con diferentes situaciones–, diciendo que el Reino «se parece», «se asemeja» –podríamos decir–. Quiere decir que por un lado compara Jesús, para que comprendamos. Pero, por otro lado, compara para que sepamos reconocer la distancia, la diferencia –por decirlo así–, para que caigamos en la cuenta de que no es lo mismo. Es mucho más grande, mucho más inimaginable, mucho más importante de lo que nosotros creemos.

El segundo mandamiento, el amor al prójimo, es semejante al primero, no es igual. No es lo mismo amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu, que amar al prójimo como a uno mismo. Hay mucha tela para cortar con esto, muchas migas de pan que podríamos saborear con estas palabras. Pero te dejo con esta idea esencial, de fondo. Siempre los extremos se tocan, como se dice, para un lado o para el otro. Pero también escuché por ahí algo interesante. Que no solo se tocan, sino que los extremos hacen que lo otro también se exacerbe. El extremista siempre termina afirmándose en su posición al ver que el otro piensa distinto. Todo lo contrario, a lo que deberíamos hacer.

Pero los extremos –decíamos– en el fondo se desvían de la verdad. Tanto el que dice amar a Dios que no ve y no ama al prójimo que ve a cada paso, como aquel que dice amar al hombre que ve y no ama al Dios que le permite ver, que le permite vivir; o no ama al Dios que se hizo hombre por él y puede verlo con los ojos de la fe, como por ejemplo en la Eucaristía. Tanto el uno como el otro se olvidan de una parte de la verdad.

En Algo del Evangelio de hoy Jesús, como siempre, los deja a todos callados. En realidad, fijate bien en el relato, los principales fariseos no hablan. Dice que observan «atentamente» y termina diciendo que no pudieron responder nada. También guardaron silencio.

Los fariseos de hoy y los fariseos de ese tiempo son los que observan para criticar y después se callan porque no tienen qué decir. La soberbia, hoy por lo menos, en este caso tiene un límite. Porque sabemos que después la gran soberbia de los fariseos llevará a Jesús a la muerte. Pero en la escena de hoy la soberbia de los fariseos tiene un límite, y es la gran bondad de Jesús.

Hay algo importante y es que nuestro Maestro no solo dice cosas verdaderas, porque él es la Verdad, sino que además quiere ayudarnos a que nos encontremos con la Verdad, que es él mismo, y con la verdad de nuestra vida, que en definitiva es encontrarlo a él.

Por eso pregunta, por eso pregunta hoy dos veces y quiere sacarles de algún modo lo mejor a estos hombres. Sin embargo, ellos solo responden con un silencio.

Jesús pregunta para ayudarles a encontrar su verdad. Él nos pregunta para ayudarnos a nosotros a encontrar nuestra verdad: que es que seamos sinceros, verdaderos, transparentes, veraces. Principalmente eso es seguir encontrando la Verdad: encontrarlo a él, a nuestro buen Jesús. Siendo verdaderos en las palabras que decimos, en los sentimientos, en nuestras expresiones, en los gestos, en las convicciones y en las relaciones humanas.

Esto es muy importante, porque la verdad no es solamente algo que se piensa. No son enunciados vacíos y abstractos con mucha lógica. La verdad no solo es algo que se dice con las palabras. Es algo que se dice con la vida, que se vive según la Verdad, que en el fondo se encuentra, y es Jesucristo.

Por eso los fariseos no pueden contestar porque no se animan a encontrarse con su propia verdad y enfrentarse con sus cerrazones, con su soberbia y egoísmo, con su tozudez.

Que esta actitud de Jesús de hoy nos ayude a animarnos a que él mismo nos pregunte y nos saque del fondo del corazón nuestra verdad, lo que somos. No importa lo que seamos. Lo que guardamos, nuestras grandes bondades, nuestros sueños, nuestras alegrías. Pero también nuestros enojos, nuestras broncas, nuestras incomprensiones, nuestros pecados y tristezas. Todo lo que tenemos guardado y no queremos sacarlo, para que sacándolo y diciéndolo podamos confrontarlo con él, que viene a amar esa verdad de nuestro corazón y a sacarnos de nuestras cerrazones que a veces nos hacen creernos los dueños de verdades chiquitas. Acordémonos que no somos la verdad, no tenemos la verdad; que solo Jesús es la Verdad.

La verdad de nuestra vida no se encuentra a los gritos, no se encuentra peleando, ni se encuentra imponiendo a los demás las cosas que pensamos. Sino que se encuentra amando y dejando que nos amen, que nos pregunten, que nos escuchen, que nos cuestionen, para animarnos a dejar de lado nuestra cerrazón, que a veces es tan absurda y que nos aleja del corazón de los demás. Pero sin la verdadera Verdad, que es Jesús, jamás llegaremos a las verdades de nuestra vida.