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XXX Martes durante el año

Jesús dijo:

«¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas.»

Dijo también: «¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.»

Palabra del Señor

Comentario

¡Cómo quisiera ser Bartimeo por un momento! ¡Cómo quisiera ser ese ciego que no tiene tanto problema en gritar y expresar su necesidad aun cuando los otros lo querían callar! ¡Cuántos Bartimeos hay en este mundo, tirados, sentados al costado del camino, silenciados por una sociedad que descarta lo que considera que no sirve! Pero, al mismo tiempo… ¡qué lindo es saber que hay miles de corazones entregados al Señor en la Iglesia y de algún modo también fuera de ella, queriendo ayudar a los que están al costado del camino, mientras todo continúa, mientras todo avanza, mientras en los medios de comunicación se exalta la vanidad y la superficialidad de este mundo! ¿No será que vos y yo a veces estamos más ciegos que Bartimeo, o, mejor dicho, con una ceguera que es más profunda?

Retomando el Evangelio del domingo… podemos preguntarnos: ¿Quién estaba más ciego en esa escena: Bartimeo o los que los querían callar? Me parece que el evangelista quiso trasmitir una realidad más profunda, además de lo que realmente pasó… El ciego no podía ver con sus ojos, pero supo escuchar y ver con el corazón a Jesús que pasaba por su vida, en cambio, los discípulos y la multitud veían con sus ojos a Jesús, pero no pudieron ver la necesidad de un hermano tirado al borde del camino, señal de que en el fondo no conocían el corazón de su Maestro que siempre estaba atento a las carencias de los más abandonados. Por eso dije al principio: «¡Cómo quisiera ser Bartimeo por un momento!». Sentirme también necesitado de una curación, de una sanación, carente de un bien que solo puede darme Jesús, la capacidad de ver con el corazón Te propongo que hagamos nuestro este deseo y pidamos –como el ciego del camino– un milagro para ver a Jesús, que pasa siempre por nuestras vidas, mientras muchos nos pasan por encima. No olvidemos que cada página de la Biblia, cada escena del Evangelio, es una carta personal de Dios Padre para con cada uno de nosotros. Cuando leemos y escuchamos, es Dios que nos habla a todos.

Y con respecto a Algo del Evangelio de hoy, pensemos qué contestaríamos si nos preguntarán hoy a qué se parece la relación que tenemos con nuestro mejor amigo o amiga, con tu marido, con tu mujer o con tu familia –esas relaciones afectivas cotidianas–; sería bueno que, para responder a esto, usáramos la comparación que hace Jesús con el Reino de los Cielos, porque nos va a ayudar a comprender el misterio de esta relación con nuestro Dios, que es el Rey.

Pensemos entonces en una buena y sana amistad, pensemos en la familia, cuando hay amor verdadero, fecundo, cuando es un amor que busca siempre el bien del otro; amor que ama, valga la redundancia, que se entrega, un amor que no excluye a los demás, sino que suma, que nunca quiere restar, ¿no es verdad que esto atrae a los otros? ¿No es verdad que también hace fermentar los lugares y los hace agradables y alegres? Ese es el verdadero termómetro que nos permite saber si una amistad o una familia vive un verdadero amor que es abierto a los otros. ¿A cuál termómetro me refiero? Al que nos demuestra que otros pueden cobijarse en él también, si este amor transforma las realidades que nos rodean desde dentro como la levadura hace con la masa.

Siempre recuerdo un consejo de un sacerdote amigo que me dijo algo que nunca se me borró del corazón y quiero compartirlo con ustedes: «Una verdadera amistad –me decía– nunca es exclusiva, sino que es inclusiva», y también me dijo: «No uses tanto la letra “O”, o sea, esto o lo otro, esta amistad o la otra, esta persona o la otra, sino más bien, usá la letra “Y”, que sería esto y lo otro, este amigo y el otro, esta familia y la otra…». El Reino de los Cielos, me animo a decir, es el Reino de la «Y», de la letra que incluye y hace crecer. El Reino de los Cielos es el Reinado de Dios en los corazones, en el tuyo y en el mío, y en el de tantos miles de millones de personas. El Reino de los Cielos existe desde que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Dios y hombre; humano y divino; muerto y resucitado; el que amó y quiere ser amado; el que une pero al mismo tiempo divide, porque invita a unirse a él, invita a decidirse por el amor. Es el reino de la «Y»; ese modo de vivir que Jesús adoptó y nos propone, se transformó en un gran arbusto que abarca todos los tiempos y hoy nos da cobijo para que aprendamos a cobijar. Tu familia, tus amistades sanas son como pequeños Reinos de los Cielos donde, si está Dios en tu corazón, podés atraer a otro, donde podés ayudar a ser arbusto y levadura, donde pueda haber algo de cobijo y crecimiento para los otros. El Reino de los Cielos comienza en el corazón de cada uno de nosotros, en este momento, cada día, si lo aceptamos con amor, si ayudamos a los Bartimeos tirados al borde del camino a levantarse y a ponerse a caminar junto con nosotros y Jesús.

Acordémonos que la letra clave de hoy es la «Y», incluíla, así como Jesús nos incluyó a todos en su corazón a través de su amor, porque el amor cobija y el amor hace fermentar la masa del corazón de aquellos que estén abiertos al mensaje de amor a Jesús. Tu familia –ya lo sé–, la mía es chiquita, tu grupo de oración también, tu parroquia, tu movimiento, tu amistad; todo es chiquito en comparación con la cantidad de personas de este mundo. Son chiquitos como el grano de mostaza, y la acción que puede tener en esta sociedad, en nosotros parece imperceptible como la levadura, porque al mundo le gusta lo grandioso, le gusta el show, pero ¿qué importa? ¿Y si probamos hacer crecer cada cosa sin excluir y cobijando? Solo hay crecimiento y fermentación cuando se recibe, cuando se incluye a los demás. Pensemos hoy con quién y en qué situaciones vamos a usar más esta letra, la «Y».

Lo opuesto se puede unir, lo que está fuera puede sumar, menos el pecado. Por eso intentamos hoy revisar con qué personas podemos ser arbusto y levadura. Parece difícil sí, pero es posible; o, mejor dicho, es difícil y posible, posible y difícil.