En ese momento se acercaron algunos fariseos que le dijeron: «Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte.»
El les respondió: «Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado. Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! Por eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán más, hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»
Palabra del Señor
Comentario
El ciego del camino, Bartimeo, pidió un milagro para ver, pero lo lindo del relato, es que no se quedó únicamente con eso, no se llevó como trofeo su curación, sino que, a partir de ahí, dice la palabra de Dios, que se “puso en camino”. Eso quiere decir que se quedó con Jesús, lo siguió, suponemos que hasta el final. No sabemos qué pasó después, el final quedó abierto, pero lo importante es que se puso en camino, no se quedó ahí tirado, ni tampoco se fue a su casa para mirarse el ombligo. Bartimeo seguro que está en el cielo disfrutando de Jesús eternamente.
Esto es todo un signo de lo que desea Jesús de cada uno de nosotros. Quiere que le supliquemos poder ver el camino, en realidad poder verlo a Él, para seguirlo por la vida, como podamos, incluso rengueando. La mayoría de las personas, incluso vos y yo, no es que seamos malos, sino que, en realidad, estamos un poco ciegos y eso hace que demos pasos en falso, o tomamos caminos errados, o bien vamos andando con Jesús, pero sin ver, sin entender, sin amar como Él quiere. Para llegar a esa instancia, cada día, debemos reconocer que no vemos todo, no percibimos todo con los ojos de Jesús, sino que vemos lo que podemos ver, o bien vemos lo que queremos ver, esquivando lo que no queremos ver. Si cada día nosotros pudiéramos decir: “«Maestro, que yo pueda ver».” ¡Qué lindo sería! Si cada día pudiéramos escuchar de labios de Jesús: “«¿Qué quieres que haga por ti?»” ¡Qué distinto sería! No es que Jesús no sabe lo que necesitamos, sino que en realidad quiere que seamos nosotros los que le descubramos nuestro corazón, que seamos nosotros los que humildemente aceptemos nuestra fragilidad para que sea Él el que la supla. ¡Cómo nos cuesta aceptar que somos débiles y que necesitamos ayuda! No nos gusta, pareciera ser que pedir ayuda es un signo de debilidad, en realidad lo es, pero quiero decir que parece ser que ser débil no es bueno, no es de hombres, no es de fuertes. Sin embargo, todo el evangelio, y en especial esta escena, nos enseñan que él único camino para reconocer y amar a Jesús verdaderamente, es el de la humildad, el de reconocer que solo Él y los demás, pueden venir en nuestra ayuda para seguir adelante. El camino de la humildad, es el de la sinceridad, con nosotros mismos y con Jesús.
Jesús, tenemos que decirlo, fue sincero. Algo del Evangelio de hoy es un claro ejemplo. Rezó con sinceridad, de cara a su Padre, sin ocultarle nada de lo que sentía y además, fue muy sincero con los demás cuando tuve que serlo, cuando tuvo que expresar lo que sentía y pensaba. Ser sinceros no quiere decir buscar el “sincericidio” o sea, de estar diciendo en todo momento, lugar y frente a toda persona lo que sentimos y pensamos. Ese no es el camino. Pero ser sinceros, sí nos puede llevar muchas veces, a tener que enfrentarnos con personas y situaciones. Cuando Jesús lo tuvo que hacer, lo hizo, y no tuvo, como se dice, “pelos en la lengua”. Le dijo zorro a Herodes y les dijo en la cara a los fariseos lo que les tenía que decir. Por supuesto que no les gustaba… pero… ¿Vos pensás que Jesús se detuvo mucho en lo que pensarían los demás? ¿Te pensás que Jesús hubiera hecho todo lo que hizo, si hubiese estado pendiente de los “me gusta” de los demás? Muchas palabras y acciones de Jesús no fueron “políticamente correctas”, todo lo contrario. Generaron la ira y la bronca de muchos. Y eso fue lo que lo terminó llevando a la muerte. ¿Y a nosotros hoy que nos pasa? ¿Por qué nos cuesta tanto ser sinceros y veraces? ¿No será que muchas veces vivimos camuflados en un mundo que le encanta la mentira y la hipocresía? ¿No será que la mentira nos molesta únicamente cuando nos toca de cerca, pero mientras tanto vivimos en un mundo que nos miente y eso parece que es parte de la vida? Hay muchos Herodes zorros que hoy quieren matar a los que dicen la verdad. En muchos lugares del mundo hay hombres y mujeres que mueren por hablar, por ser sinceros, por ser cristianos. Nosotros ¿De qué lado queremos estar? ¿Queremos ser zorros encubriendo la mentira en nuestros ambientes, en los trabajos deshonestos, en la política que no busca el bien de los demás con sinceridad, en la Iglesia que dice lo que hay que hacer y no lo hace, en nuestra familia? Hay algo que tenemos que tener claro. Si somos sinceros, tarde o temprano nos costará algo. La sinceridad no viene gratuitamente, a Jesús le costó, porque el mundo la odia, el mundo odia la sinceridad. A nosotros también nos va a costar y nos cuesta día a día.
El otro día un amigo me contó algo que le pasó. Fue a denunciar un intento de corrupción en su trabajo. Fue decidido y fue recibido con mucho entusiasmo por su jefe. El salió orgulloso de haber hecho el bien, lo que debía hacer. Pero la alegría y la ilusión de pensar que la situación corrupta iba a cambiar duró lo que dura una estrella fugaz. ¿Sabés qué pasó? Nunca más lo llamaron para un trabajo en ese lugar. La sinceridad cuesta, pero da la verdadera alegría. ¿Vos crees que este amigo ahora está en la calle, no puede mantener su familia? No, nada de eso. Tiene otros trabajos, Dios no nos abandona cuando somos sinceros. Se puede, se puede ser sinceros, se puede vivir en la verdad, se puede…solo se debe querer.