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XXVIII Sábado durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios.

Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.

Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir.»

Palabra del Señor

Comentario

Al terminar una semana siempre es bueno ver un poco el camino transitado. Lo hacemos en muchos aspectos de la vida, al terminar un año; a veces hacemos una evaluación al terminar un curso, al terminar una materia de la universidad. Se nos evalúa de alguna manera. Es verdad que nosotros no tenemos que caer en esa mirada, de alguna manera, llena de competencia que nos rodea en este mundo y estar evaluándonos como si fuera que Dios nos va a poner una calificación; pero de alguna manera tener una mirada crítica, en el buen sentido de la palabra, de nosotros mismos nos hace bien, porque nos ayuda a animarnos a progresar, a querer cambiar, a no quedarnos quietos.

Acordate que siempre se dice que, en la vida espiritual, si no se rema, se vuelve para atrás. Es como ir en contra de la corriente, de un río, del mar. Si no remamos, nos vamos para atrás. Por eso, siempre en la semana, al terminarla, es bueno decir: «¿Cómo estuve escuchando estos días?». No tanto una evaluación moral, si estuve muy bien o muy mal, sino cómo estuve escuchando: ¿estuve poniendo mi corazón?, ¿dónde estuvo mi corazón? «Donde esté tu tesoro, estará tu corazón», dice la Palabra. Por eso, poder mirar así nos ayuda a ver dónde está nuestro corazón y rectificar si hay que rectificar, afirmar si hay que afirmar, alegrarse si hay que alegrarse, dar gracias o pedir perdón si tenemos que hacerlo. Por eso siempre los sábados aprovechemos para mirar para atrás y decir: «Bueno, ¿cómo estuve escuchando esta semana? ¿Escuché a mi Señor o me escuché mucho a mí mismo?, ¿o escuché muchas cosas que, finalmente, no me aportaron nada?». Dios quiera que podamos hacer también este camino en este día.

Algo del Evangelio de hoy tiene que ver de algún modo con lo que venimos diciendo en estos días, porque Jesús dice: «Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios». En cierta manera, es esa actitud –que venimos hablando en estos días– que necesitamos todos: la actitud de humildad, la actitud de no caer en la hipocresía, en la doblez de corazón, en la soberbia, en pensar que todo lo que tenemos es gracias a nuestro esfuerzo, que todo lo que tenemos es gracias a nuestro trabajo; sino al contrario, darnos cuenta de que Jesús es el que nos da la gracia. Jesús es el que nos da la fuerza cada día para poder hacer lo que él nos enseña. Él, con su Espíritu, es el que nos inspira a las obras buenas que hicimos. Por eso, siempre es necesario dar gracias.

Por eso, en este sábado, te propongo un remedio contra la soberbia, el orgullo y la arrogancia; esas enfermedades del alma que se nos pueden meter en el corazón, que nos pueden invadir y nos hacen tanto mal, que hacen tanto mal a los demás. El remedio es que de nuestros labios se caiga una y mil veces la palabra GRACIAS; que cada uno pueda ponerle a esta palabra rostros, situaciones, gestos, cosas que nos pasaron.

Gracias, Señor, por darnos la vida. Gracias por darnos el ser y las ganas de levantarnos esta mañana. Gracias, aunque a veces nos cansemos. Gracias por dejarnos existir un día más, hasta hoy. Gracias por darnos tantos años y oportunidades para volver a empezar, para pedir perdón, para dejar que nos perdonen y que nos sigan amando a pesar de nuestras debilidades.

Gracias por la familia que nos diste, por nuestros padres, hermanos y hermanas, hijos e hijas. Son nuestro mejor regalo, aunque a veces no nos comprendamos, aunque nos equivoquemos, aunque ellos no hayan sido siempre los que hicieron todo bien; pero, sin embargo, son un regalo. Son nuestro mejor regalo porque es en nuestra familia donde aprendimos a amar, a veces cayéndonos; pero aprendimos, y a ser amados también.

Gracias por el lugar donde nacimos y nos criamos, por la escuela o el colegio donde nos tocó estar y aprender, por los compañeros y amigos, por nuestros maestros y profesores, por cada una de las personas que nos marcaron y ayudaron con su esfuerzo (silencioso y cotidiano) y nos ayudaron a ser lo que hoy somos.

Gracias por los dolores que también nos ayudaron a ser fuertes en el amor, por las enfermedades que nos enseñaron la paciencia. Gracias por las tristezas que nos golpearon para darnos cuenta de que amar es necesario, y que para amar es necesario entregarse.

Gracias, Señor, por el don de la fe, que nos permite ver todo distinto en un mundo que se empecina por no creer y vivir al margen de Dios Padre. Gracias por los sacramentos que recibimos y que nos enriquecieron. Gracias por ese alimento de la Palabra que nos guía, fortalece y consuela siempre. Siempre gracias. Señor, gracias por las personas, sacerdotes, amigos y familiares que nos ayudaron a confiar en tu amor; que siempre nos precede, que siempre se nos anticipa a pesar de nuestras caídas. Gracias porque cada día te las «ingeniás» para buscarnos, amarnos y perdonarnos, para alimentarnos a pesar de nuestras debilidades y olvidos. Gracias por darnos la oportunidad, en este momento, de decirte gracias.

Gracias es la única palabra que deseamos juntos que se nos quede en el corazón en el momento que nos llames a tu encuentro. Gracias es la única palabra que vale la pena decir en el silencio de la oración. Gracias es la palabra con la que queremos terminar esta semana.

Señor, por todo ¡gracias! Y ayudanos a que, cuando nos toque hablar frente a los demás de tu amor, no tengamos miedo; que no tengamos miedo de decirle al mundo que gracias a tu amor estamos vivos y tenemos el corazón alerta para amar siempre.