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XXVIII Lunes durante el año

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.

El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.

El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.»

Palabra del Señor

Comentario

La Palabra de Dios se hace vida. Nos da vida cuando nos damos cuenta de que se va ensanchando el corazón y nos va ayudando a sumar digamos así -aunque no es con números-, pero a aumentar los afectos en nuestras vidas, hermanos y hermanas, que jamás hubiéramos conocido si no hubiese sido por el amor de Jesús. Preguntate hoy: ¿Cuántas personas conocés gracias a la fe, gracias a la Palabra de Dios? Incluso en esto de enviarnos los audios, ¿cuántos vínculos hemos ganado en tu grupo de oración, en tu comunidad, en tu movimiento o incluso -como digo- virtualmente? Es lindo empezar este lunes sumando corazones, sumando rostros a nuestras vidas, incorporándolos a nuestras oraciones, incorporándolos a nuestros grupos, incluso el envío del evangelio diario que tantos lo necesitan y todavía no se dan cuenta. Recordá que, si querés recibirlo directamente, en nuestra web: www.algodelevangelio.org podés fijarte los distintos modos de recibirlo.

El rey del mundo, Dios, nos dio la vida para eso, para aceptar su invitación, para que vivamos esta vida como un gran banquete de bodas en donde todos podamos encontrarnos, como lo hacemos habitualmente con nuestras familias.

Recordemos Algo del Evangelio de ayer para ir deshilachándolo día a día y así descubrir nuevos matices. Decía la Palabra: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, todo está a punto: vengan a las bodas». El Reino de los Cielos, entre tantas cosas, es esto, una invitación a un banquete, a una comida, a un casamiento. Nosotros diríamos acá, en Argentina, a un gran asado, con muchos terneros. Dios invita, no obliga. Propone, no impone. Nadie puede sentirse bien yendo obligado a una comida, por más rica que sea. Lo atractivo de ir a una comida es haber sido invitado. ¡Qué lindo que es cuando nos invitan! ¡Qué lindo que es sentirse querido por el que nos invitó! Por eso, lo atractivo de una invitación no solo es la comida en sí, aunque sume -por supuesto- si es rica, no es lo que nos den de comer, sino que es estar con el que nos invita y con los invitados. ¿Qué es lo que recordás de tu comida familiar de ayer? ¿Qué recordás incluso de tu casamiento o de un casamiento? ¿Recordás la comida? ¿o recordás el haber compartido tiempo con los que querías? El Reino de Dios no se vive por imposición, sino como una gran invitación.

Durante los evangelios de esta semana vamos a reconocer que el tema del orgullo o de la soberbia aparece constantemente como una gran crítica que Jesús hace hacia los fariseos. Todo lo contrario, a la humildad y sencillez de saberse invitado a un banquete. Somos invitados, no los dueños de la fiesta.
La actitud de soberbia es la de querer de alguna manera sobresalir, querer destacarse, «exhibirse». Y el orgullo significa también una cierta arrogancia, presunción, y por otro lado el exceso de la propia estima, el quererse demasiado, el buscar ser tenidos en cuenta, ser estimados, más de lo necesario.

Bueno, en definitiva, vemos que el orgullo y la soberbia son de alguna manera lo mismo, son hermanas muy cercanas. Y la misma Palabra de Dios es muy dura con la soberbia en la que puede caer el hombre. Solo un ejemplo del Antiguo Testamento dice así: «La soberbia es odiosa al Señor y a los hombres. El petulante no quiere que le corrijan, por eso no va con los sabios».

Bueno, si hay algo que al Señor no le gusta de nosotros, podríamos decir, es que seamos soberbios y orgullosos. Vamos a ver cómo esta soberbia y este orgullo se manifiestan muy sutilmente en nuestra vida. No hay que pensar que soberbio es aquel que se lleva todo por delante, que es arrogante en exceso o aparatosamente, sino que la soberbia es mucho más sutil y difícil de percibir de lo que imaginamos. Por eso se opone a la humildad cristiana y no es únicamente como, popularmente, se la entiende. Justamente lo difícil de nuestra soberbia y nuestro orgullo es que a veces no podemos detectarla, sabe ocultarse. Somos soberbios y orgullosos y a veces no nos damos cuenta. Esa es nuestra gran debilidad.

Y para resumir un poco lo de hoy podríamos decir que hay como cuatro especies de soberbias, para que vayas pensando y meditando en estos días y le pidas a Jesús que te ilumine.

Los hombres de Algo del Evangelio de hoy le piden un «signo» a Jesús. Son arrogantes, desafiantes. Quieren, de alguna manera, «ver para creer» y no quieren ver más allá de lo que estaban viendo. Bueno, es así. La soberbia en nuestra vida puede manifestarse, por ejemplo, en creernos que los bienes recibidos de Dios los poseemos por derecho propio, que los conseguimos por nuestro propio esfuerzo. La otra forma de soberbia puede ser la de creer que los bienes que recibimos de Dios nos los merecemos. Seguro que lo merecíamos. Ese es el pensamiento que a veces subyace en nosotros: «lo merezco».

Otra manera de ser soberbio es pensar y decir que poseemos cosas que, en realidad, no tenemos. Decimos y pensamos que tenemos o hicimos tal cosa cuando, en realidad, no es verdad.

Y la última forma de soberbia, la cuarta, es llegar incluso a despreciar a los demás con el deseo de que se fijen en nosotros. A veces despreciamos a otros para que nos miren a nosotros. Por eso, te propongo ir viendo esta semana la sutileza con que la soberbia se puede manifestar en nuestras vidas. La iremos descubriendo en estos enfrentamientos que tendrá Jesús con los fariseos, pero fundamentalmente confrontándolo con nuestras propias vidas.