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XXVII Martes durante el año

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.»

Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada.»

Palabra del Señor

Comentario

La dureza del corazón es la que nos impide la limpidez del alma para comprender y aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas, su ley, que en definitiva es su voluntad la que nos conduce a la verdadera felicidad. Ese fue el reproche que Jesús le hizo a los fariseos en la Palabra del domingo. Sin embargo, el relato, y todo el Evangelio, muestra que no solo los fariseos eran duros de corazón, sino también los discípulos, vos y yo, a los que Jesús les tenía que explicar una y otra vez las cosas, y sin embargo no entendían. Lo mismo pasa hoy… Es entendible que hacia afuera de la Iglesia no se entiendan los mandamientos de Dios, pero cuesta entender o parece menos lógico que dentro de ella todavía cuestionemos las palabras de Dios. Pero bueno… es así… somos débiles, somos duros de corazón. Jesús lo dijo claramente: «Fue debido a la dureza del corazón de ustedes», podríamos decir que nuestras incomprensiones se deben básicamente a esa dureza que tenemos, nuestros corazones son bastante de piedra.

Somos propensos a alejarnos del origen, de los primeros deseos, por eso Jesús al responderle a los fariseos, los remitía al origen, al principio: «Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer». Cuando nos olvidamos del principio, el camino finalmente se desvía y el evangelio se desvirtúa. Es tarea de la Iglesia, de los pastores, de todos los fieles también, procurar que no nos olvidemos de esta verdad, porque continuamente a lo largo de la historia, digamos con redundancia… la historia se repite. San Pablo lo decía claramente sin miedo a parecer duro: «Ya se lo dijimos antes, y ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado! ¿Acaso yo busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Piensan que quiero congraciarme con los hombres? Si quisiera quedar bien con los hombres, no sería servidor de Cristo». No predicamos la ley de Dios para congraciarnos con los demás, no es ese el fin; si hacemos eso, no somos verdaderos servidores de Cristo. Jesús no habló de las cosas de su Padre para que lo quieran o aplaudan. No tuvo miedo de «quedarse sin fieles» por quedar bien con aquellos que lo escuchaban. Muchas veces por querer conformar a todos, en el fondo, no conformamos a nadie y «aguamos» el evangelio, nos olvidamos de la ley de Dios. Como hemos dicho tantas veces, tenemos que decir la verdad con amor, pero decirla; si no, de nada sirve lo que hacemos.

En Algo del Evangelio de hoy, te propongo que nos quedemos con esta imagen y estas palabras de Jesús: «… María eligió la mejor parte…».

Hoy pensemos en María: María eligió la mejor parte; Marta era buena, es verdad, hacendosa, elige hacer cosas buenas, pero María eligió la mejor. A Marta ya la conocemos, digamos así, todos somos un poco «Marta» del corazón. No es necesario profundizar mucho en eso, por lo menos es lo que quiero hacer hoy: no profundizar tanto en la figura de Marta.

María se distingue porque elige lo mejor. Cuando elegimos lo mejor, nadie nos lo puede quitar, porque lo mejor nos abre las puertas para ver todo de otra manera, para hacer las cosas de otra manera, es mucho más fructífero. Por otro lado, elegir lo mejor entre muchas cosas buenas es lo más difícil en nuestra vida espiritual, es lo más difícil al momento de ejercer nuestra libertad que muchas veces se encuentra en encrucijadas de indecisiones o bien elige «así nomás», sin discernir lo suficiente. Por eso podemos hacernos algunas preguntas sencillas que nos marquen el rumbo en el día a día, porque, en definitiva, lo que nos interesa es decidir concretamente en lo cotidiano lo mejor, lo que quiere Jesús.

¿Qué debemos elegir entre dos cosas buenas, dos decisiones en sí mismas buenas? Lo mejor. ¿Y qué es lo mejor? ¿Únicamente lo que yo pienso? Depende. ¿Lo que otros dicen que me conviene? No siempre. ¿Lo que me lleva al aplauso y a la felicitación? No siempre.

«Lo mejor, lo mejor de lo mejor es lo que más nos conduce hacia el fin para el cual fuimos creados», decía san Ignacio de Loyola; lo mejor es lo de María: es estar a los pies de Jesús cuando Jesús estaba frente a ella, es quedarse con Jesús en cada cosa que hacemos. ¿Pero entonces qué significa estar a los pies de Jesús? Y bueno, ahí está lo difícil. Es difícil para mí decirlo en un audio, sino que cada uno tiene que descubrir en qué situación también se está a los pies de Jesús, según tu vocación, tu estado de vida; hay miles de maneras de estar con Jesús y que eso signifique quedarse con lo mejor. Para saberlo, tenemos que ejercitar nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestra oración, para aprender a discernir y buscar la paz del corazón; de eso se trata la vida cristiana, no de «recetas» ya estipuladas, sino de seguir a Cristo, que es lo mejor, e ir día a día sentándose a los pies de Jesús, a veces en un Sagrario, otras cumpliendo nuestro deber con amor, algunas veces abrazando a un enfermo, otras siendo un buen samaritano, algún día rezando en silencio, y así miles de formas más.

Lo importante es que elijamos lo mejor, que elijamos siempre a nuestro Maestro, aunque el mundo esté inquieto y agitado por muchas cosas; dejemos todo a un lado, porque una sola es necesaria. Hagamos el esfuerzo hoy por elegir siempre lo mejor, pensemos qué es lo que más nos conduce al fin para el cual fuimos creados…