Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
El le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo.»
«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.»
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver.”
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?»
«El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera.»
Palabra del Señor
Comentario
A veces podemos empezar los lunes con la cabeza un poco gacha, por diferentes motivos. Por eso hoy te propongo y me propongo levantar la cabeza junto con el corazón; por eso, si ahora estás por la calle, si estás yendo a trabajar o a estudiar, o si todavía estás en la cama, levántate rápido, no pierdas el tiempo, levantá la cabeza y el corazón; no te sumes a esa masa de gente que va inmersa en su mundo y no levanta la cabeza por miedo a comprometerse. Cuando caminamos mirando para abajo, no vemos como Dios nos ve, no vemos bien. Hay que levantar la cabeza para estar atentos y ver si encontramos a alguien tirado al costado del camino. En realidad, está lleno de gente al costado del camino de la vida, como Nerina, esa mujer que vino a la parroquia de hace unos días con tres niños y casi sin hogar; estaba por quedarse…está por quedarse en la calle y no tiene a donde ir. ¡Cuánta gente hay así!, tirada al costado del camino, que necesita de nuestra ayuda, que necesita que hagamos algo sin juzgar, mientras en este mundo todos van a su ritmo, y a veces el mundo nos lleva a su ritmo. Pero tenemos que parar, tenemos que aprender a parar, porque a veces vemos y seguimos de largo. Todos somos parte de este mundo que a veces se hace un poco el distraído.
Por eso, empecemos esta semana atentos a la Palabra de Dios, a lo que Dios nos dice, para dejarnos «ablandar un poco más el corazón» que muchas veces se endurece y no quiere comprender las enseñanzas de Dios. Así decía la Palabra de ayer, ¿te acordás?, el domingo: «…fue debido a la dureza del corazón de ustedes». Me gustaría en estos días que profundicemos en esta actitud o incluso en este modo de ser del corazón humano, del tuyo y del mío, la dureza que impide que aceptemos la ley de Dios. En realidad, el problema no es que no miramos, sino que no podemos parar o no queremos parar porque parece que el tiempo nos pasa por encima; el tiempo es oro, decimos, por eso hay que usarlo bien.
Hoy es un buen día para que Algo del Evangelio no sea solo una parábola linda de Jesús, para proclamar y decir: «¡Qué linda parábola!, ¡qué lindo lo que dice!»; sino para darnos cuenta que Jesús nos cuenta esto para que nos vayamos transformando en buenos samaritanos de los demás, de tanta gente que está tirada al costado del camino, de los que tenemos cerca de nosotros. Y esto es algo muy importante, porque nosotros, los católicos, muchas veces corremos el riesgo de ser muy solidarios y caritativos, pero que digamos algo así… un poco «a la carta». Hacemos un montón de cosas por los demás –incluso las podemos hacer con mucho esfuerzo–; pero hacerlo con personas que elegimos, con actividades que nosotros decidimos hacer y realizamos fuera del ámbito de nuestra vida personal para otros que nos necesitan; y eso está muy bien –no digo que está mal–, hay que hacerlo, pero no termina de estar bien si no aprendemos a ser buenos samaritanos con los que nos cruzamos por el camino, con los que nos cruzamos providencialmente como demuestra la parábola, mientras vamos a hacer lo que nosotros queremos hacer.
Está bien el planear la caridad, pero también tenemos que aprender a hacer caridad y ser buenos con los que se nos presentan, con los que «interrumpen» nuestro caminar, nuestro tiempo y nos «sacan» el tiempo que habíamos pensado dedicarlo a otra cosa. Y eso es lo que muchas veces olvidamos, no hacemos el bien para calmar nuestra conciencia o para calmar nuestra sed de ser «buenos», sino que hacemos el bien y tenemos que hacerlo porque Alguien lo hizo por nosotros: JESÚS, se hizo nuestro buen samaritano. Jesús se hizo cercano, se hizo prójimo a nosotros.
No podemos olvidar que nosotros, los hombres y mujeres, de este tiempo y de todos los tiempos, fuimos rescatados del borde del camino, él nos salvó porque Jesús nos miró y se detuvo y se hizo muy bueno con nosotros. Si pensamos así, cambia la motivación por la cual hacemos el bien, porque descubrimos que nosotros fuimos los primeros rescatados.
Tratemos hoy de andar un poco más despacio; hagamos el esfuerzo, tratemos de no correr, porque si no corremos, vamos a poder ver mejor a nuestro alrededor. Y si vemos mejor, seguro que vamos a poder compadecernos de alguien que la pasa peor que nosotros. Es casi imposible pasar un día –por lo menos en nuestra querida Argentina– sin ver a alguien al costado del camino que necesita de nuestra ayuda. Y si no –si no estás en un ambiente así–, pensá, pensá en alguien, rezá por esa persona, ayudá al que te necesita, pero no solo con dinero y de lejos, sino conmoviéndote, acercándote, vendando heridas, cubriéndolas con aceite, poniéndolo sobre tu montura, llevándolo a donde pueda ser cuidado y pagando el excedente si es necesario. Todas esas actitudes son signos de que no se puede «amar a la distancia», no podemos amar virtualmente, no podemos amar en serio si no vemos con nuestros ojos, si no tocamos, si no hablamos, si no conocemos al que sufre.
Elijamos hoy ser buenos samaritanos de alguien. Ojalá que el Señor se nos presente de alguna manera en alguno que nos necesita, que nos dé la oportunidad de no pasar otra vez de largo, de ver al que nos necesita y quedarnos con él.