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XXVII Domingo durante el año

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.

Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.

Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo.” Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.

Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?»

Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo».

Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras:  “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?”

Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos».

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Palabra del Señor

Comentario

Cada domingo intentamos de alguna manera -aunque te darás cuenta de que casi sutilmente- decir algo sobre el valor del domingo, sobre lo que significa el domingo para nosotros -los que creemos en Jesús-, y sobre la necesidad de participar de la misa del domingo. Sé que muchos de los que escuchan los audios por ahí no van siempre a misa, incluso sé que lo escuchan algunos que no son católicos. Pero no lo hago por eso. En serio, no lo hago por los que no van. No lo digo exclusivamente para lograr también que vayan a misa los que no van -aunque es lindo que retornemos a la misa-, sino para que todos, vos y yo, sigamos profundizando que, justamente, la celebración de la misa del domingo es parte, por decirlo así, de un modo de vivir el domingo y que la pérdida del valor del domingo tiene mucho que ver con la forma en la que vivimos hoy. Y el no valorar la misa tiene que ver con eso, con no darnos cuenta de lo que se nos propone, del bien que nos perdemos. Por eso, nos ayuda a todos: a los que van siempre convencidos, a los que van y no saben bien porqué, a los que no van seguido, pero van cada tanto, a los que no van porque consideran que no es relevante, que no es tan importante.  ¿Qué nos pasó a los católicos?, nos podríamos preguntar, o ¿qué nos pasa?

Algunos dirán: ¿Será que no terminamos de amar la misa porque nos obligaron a ir sin verdadera libertad cuando éramos chicos o en una época distinta? Puede ser, pero no podemos echarles toda la culpa a los otros únicamente. Nosotros, muchos de los que escuchamos, ya somos grandes y libres como para profundizar y descubrir e intentar elegir siempre lo mejor. Habrá mil razones y cuestionamientos sobre esto, pero, en definitiva, lo que cuenta es que cada uno se examine y evalúe el cómo participa o por qué no participa. Intentaré seguir con esto cada domingo y espero que nos ayude. Pero solo te digo algo, que lo dije el fin de semana anterior: ¿Y si pensamos la misa como la oportunidad de ir a comer con nuestra familia, que siempre me espera cada domingo? No nos hace bien dejar a nuestros seres queridos con el plato servido en la mesa y no ir a estar con ellos.

Algo del Evangelio de este domingo nos puede resultar un poco alejado de nuestra vida, porque es un reproche directo contra las autoridades del pueblo judío de ese momento, que se «adueñaron» de los frutos de la viña de Dios; y es más, terminaron matando a todos los enviados, llegando al colmo de matar incluso al Hijo de Dios, al hijo del dueño. Es verdad, nosotros no tuvimos nada que ver en eso. Nosotros somos el nuevo pueblo de Dios. Pero sí hay algo que sí podemos aprender. Hay algo que también nos pasa a nosotros. De algo también nos sirve esta advertencia. Tendemos también a apropiarnos de los dones de Dios. Tendemos a no valorar lo que tenemos. Tendemos a «matar» a los enviados de Dios, que a gritos nos quieren ayudar a despertarnos de tanta mediocridad. «Matar» simbólicamente. Y también tenemos que decir que la muerte de Cristo, el rechazo al Hijo de Dios tiene que ver con nuestros pecados. Jesús murió también por nuestros pecados.

Volviendo a lo de adueñarse, tenemos que decir que nos pasa a todos, con las cosas de cada día, con los afectos, con lo material; y, por supuesto, nos pasa con los dones espirituales que hemos recibido. Por eso, no esperemos a perder lo que creíamos tener para valorar lo que tenemos. Estamos en esta vida de regalo -vivimos de regalo- y no por lástima, sino por amor de Dios; por amor de un Dios que no solo nos crea, sino que nos salva cada día y nos quiere enamorados de él. Sin embargo, el trajín de cada día, el acostumbramiento a la fe, el adormecimiento de la vida consumista a veces que llevamos, el relajamiento de nuestras consciencias, la falta de esperanza de que las cosas pueden cambiar, entre tantas cosas, nos hacen olvidar que, como «viñadores», no somos propietarios. Somos hijos del dueño, no dueños.

¡Qué lindo es vivir la vida así, sabiendo que todo es don y que nada es nuestro! ¡Qué lindo es vivir el domingo de esta manera, reconociendo que todo es regalo y que debemos dar gracias siempre, pase lo que pase!; como dice San Pablo: «Hermanos: No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración, a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios». El antídoto para no olvidarnos de los dones de Dios, el remedio para no adueñarnos de las cosas que son de Dios, es dar gracias siempre, pase lo que pase. Nunca nos olvidemos de dar gracias por todo lo que el Padre nos da.