Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre.»
El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo.»
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»
Palabra del Señor
Comentario
La propuesta desde Algo del Evangelio de hoy, de este sábado, es que puedas meditar y rezar por tu cuenta; es ayudarte a que hagas un poco el esfuerzo de tu parte, no porque todos los días no lo hagas -porque ya escuchar en sí mismo es un esfuerzo-, sino porque también creo que siempre se puede hacer algo más. Por eso, solo dejaré algunas pinceladas, por decir así, sencillas de lo que nos dice la Palabra de Dios de este día.
Igualmente, me vienen al corazón hoy esas palabras del salmo 118 que dice así: «Nunca me olvidaré de tus preceptos, por medio de ellos me has dado vida». Intentemos aplicar esta enseñanza del salmo. ¿Cuáles son las palabras que recuerdo de lo que acabo de escuchar? ¿Qué palabras me dieron vida? ¿Qué palabras no quisiéramos olvidar? Seguramente, mientras yo te estoy hablando, ya algo te vino a la cabeza y al corazón, incluso algo de la semana o de hoy, algo que pudiste escuchar y meditar.
Creo que eso es lo más importante, que espontáneamente te animes a tomar tu Biblia otra vez y anotes en un cuaderno o grabes en tu corazón qué palabras de Dios escuchaste especialmente de un modo distinto; esas que naturalmente se grabaron en tu corazón, se quedaron guardadas, como Dios grabó la ley en las tablas.
Por ahí no te acordás literalmente de lo que Dios te dijo, pero te acordás de lo que te quiso decir, o sea, de esa idea, de ese camino que te marcó. Eso también es importante. Por eso, no es cuestión solamente de acordarse de «memoria» un versículo, como un loro que repite algo que le enseñaron o le dijeron, sino que recordar es también experimentar, es volver a pasar por el corazón eso que uno interpretó de lo que Dios nos dijo. Porque eso es lo que jamás te vas a olvidar y eso es lo que no tenemos que olvidar. Porque si lo recordamos, es porque realmente fue importante, o porque algo nos quiso decir o porque algo nos marcó. Era lo que necesitábamos escuchar en ese momento.
Bueno, hagamos ese esfuerzo. Si realmente no recordamos nada de los evangelios de esta semana o el de hoy, volvamos a escuchar alguno -por ahí eso también te ayuda-. Vuelvo a decir que, por ahí, no fue una frase literal; pero sí una escena, un gesto, una actitud que sentiste que Dios te pidió cambiar o afirmar, un modo de ser que te invita a vivir, un consuelo que te regaló, cualquier cosa que cada uno puede haber vivido de una forma especial.
Hagamos este ejercicio: sentate, recordá y escribí si podés y, una vez que lo escribas, podés hacer ese método que utilizan algunos monjes de repetir esa frase; repetirla, repetirla interiormente para que quede más grabada en el corazón.
Y bueno, si es algo que tenemos que cambiar, algo que debemos hacer, pidámosle a Dios la gracia de que nos ayude a vivirlo estos días: «Ayudame Señor a cambiar esto. Ayudame a vivirlo». «Ayudame a acercarme a tal persona». «Ayudame a dejar de lado ese sentimiento que me atormenta. Ayudame a perdonar». Bueno, cada uno pida la gracia que más necesita del Padre. Ojalá que puedas recordar lo que Dios te dijo. Porque cuando Dios dice algo al corazón, jamás se olvida y, si no se olvida, eso es lo que nos da vida.
Es lindo reflexionar, sencillamente, desde Algo del Evangelio de hoy la actitud de los discípulos al volver de misionar, sus sentimientos; y, por otro lado, la respuesta de Jesús y su enseñanza según lo que ellos habían experimentado. Jesús es tan maestro que no solo nos envía a misionar, sino que nos enseña a regresar y a saber qué hacer con lo que vivimos gracias a su envío. Esto es algo particular y lindo para pensar. Siempre él ayudando a sus discípulos a que vean más allá de lo que veían sus ojos, más allá de lo que experimentaban sus sentidos. Es, por un lado, natural y lógico el sentimiento de gozo de los discípulos al ver que «hasta los demonios se sometían en su Nombre». Pero, por otro lado, es necesaria la actitud y, de algún modo, la corrección de Jesús para que sus amigos no se adueñaran de lo que habían logrado y que su alegría esté fundada en algo más profundo, y no únicamente en el poder que experimentaban.
No hay que olvidar que detrás de toda obra evangelizadora, de toda acción misionera, además de la gracia de Dios, por detrás está la acción del demonio también, que quiere destruir y dividir, y que, si no sabemos discernir, por más bien que hagamos, todo puede venirse abajo. Sin embargo, Jesús les dice: «Nada podrá dañarlos», como diciendo: «Si están conmigo, si se dejan guiar por mi amor, nada podrá destruirlos». El demonio, dice la Palabra, «ronda buscando a quién devorar», ronda buscando a quien destruir y mucho más a los que están siendo enviados por Jesús para hablar del Reino de su Padre. Por eso la oración y la cercanía con el Maestro debe ser nuestro anhelo y nuestra alegría de cada día. La alegría y el gozo de evangelizar no debe ponerse tanto en los frutos de la misión, sino en todo lo que hagamos; por más que no veamos nada, por más que nuestro corazón esté árido y seco, tiene su sentido, tiene su recepción en el corazón del Padre que todo lo ve, todo lo recibe, todo lo acepta.
Alegrémonos de que, por amar, seguir y trabajar por Jesús, nuestros nombres están escritos en el cielo de un modo especial.