Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!»
Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.»
Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos.» Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»
Palabra del Señor
Comentario
La envidia, este tema que te propuse desmenuzar esta semana, reflejada en la actitud de Juan al querer evitar el bien que vio hacer en otros, es una especie de tristeza ante el bien ajeno o alegría ante el mal que otros pueden sufrir, incluso nos puede producir una cierta aflicción que se nos puede manifestar en el cuerpo. Las personas envidiosas son pesimistas, malhumoradas, y critican continuamente. Es un vicio que se nos enquista y se nos puede notar en la cara, el envidioso hasta puede tener cara de envidioso. Pero lo peor de todo, es que es una enfermedad hasta psicológica, que el que la padece no se da cuenta, y eso hace que se haga muy difícil ayudarlo. El que tiene envidia es perezoso también, porque no trabaja por hacer el bien, sino que gasta energías en criticar, en mirar continuamente lo de otros, en dar cátedra de todo, pero finalmente no es capaz de mover un dedo por amor. Por otro lado, también existen los celos, un hermanito menor de la envidia, que en realidad tienen que ver con un amor excesivo a lo propio, junto con un gran temor por ser superado por los otros.
El celoso no quiere que lo superen, tiene miedo a ser menos, porque pone su autoestima en la aprobación ajena. Los celos también nos consumen, nos traen mal humor y tristezas. Producen intrigas, tensiones, enemistades entre las personas, en las familias, en los trabajos, en las amistades, en las comunidades, en los consagrados. Como decíamos el lunes, en definitiva, todo esto tiene su raíz en la soberbia que nos engaña y no lleva a creer que el gozo está más en la aprobación ajena, en mantener una supuesta excelencia, en no perderla. El verdaderamente humilde no se hace problema por estas cosas, porque se alegra y se goza con sentirse amado por su Padre, no necesita de la aprobación ajena para saber quién es, para conocerse así mismo. Incluso, el que es humilde, aprende y acepta la infinidad de oportunidades que se le presentan para aceptarse tal como es, y buscar superarse en aquello que no le sale bien, sin compararse, sin frenar a otros, sin distanciarse.
Cerca de mi parroquia, en un semáforo hay una vendedora de “chipá”, que es un pan de origen paraguayo y del norte argentino, muy rico. Cada día que paso, sea a la mañana temprano, al mediodía o a la tarde, la veo sonriendo. Con lluvia, con calor, con frío, ella pasa con su canasta acercándose a los autos con una sonrisa que admiro. Ayer justo me dije a mí mismo: ¡Qué lindo como sonríe esa mujer! Hasta me produjo eso que a veces decimos mal, una “sana envidia”, que en realidad no lo es, porque no hay envidia sana, la envidia es mala. Después me pregunté: ¿Por qué sonreirá tanto? Hoy lo entendí, porque vive sin envidias, feliz con lo que es y hace, con vender en la calle algo sencillo para poder vivir. ¡Cuánta gente buena y sencilla hay así por este mundo! Sin envidia, no teniendo nada, pero en realidad teniendo todo. Y por otro lado lo contrario… ¡Cuánta gente hay que tiene todo, pero no sonríe! ¿Por qué? Porque seguramente algo de envidia hay en su corazón. ¡Cuántos consagrados y sacerdotes andamos sin sonreír porque en el fondo envidiamos y celamos a los demás! ¿Vos ahora tenés una sonrisa de oreja a oreja?
En Algo del Evangelio de hoy te propongo preguntarte algunas cosas, algunas preguntas para que nos ayuden, algunas líneas, algunos caminos para poder profundizar este relato tan lindo que nos quiere tocar el corazón.
Jesús que nos invita a seguirlo y que parece “duro”, parece duro ante las respuestas que hoy da.
Él no tiene donde reclinar la cabeza; no hay que diferir el llamado de Jesús para ir a hacer otras cosas; y el que pone la mano en el arado –el que está ya sirviendo a Dios– y mira para atrás, no sirve.
Son como tres actitudes que podemos tener ante el seguimiento, que de alguna manera todos estamos haciendo, porque cada uno en su estado de vida está siguiendo a Jesús.
Bueno, si estamos siguiendo a Jesús; no vale la pena mirar lo que dejamos, mirar para atrás, añorar las cosas pasadas; sino más bien hay que disfrutar lo que estamos haciendo. Si estamos siguiendo a Jesús no podemos ponerle “peros” y excusas: “bueno tengo que ir a hacer tal cosa” “primero tengo que ir a terminar otra”. Jesús nos invita a una respuesta inmediata y comprometida, a entregar el corazón hoy, ¡hoy!; no pienses en que mañana vas a seguir a Jesús, ¡hoy podés seguirlo! ¿Estás haciendo eso? ¿Estás siguiendo a Jesús realmente con esa disposición?
Y finalmente, en Jesús no podemos buscar simplemente consuelos humanos, comodidades “terrenales”; sino ser como Él, que no tuvo donde reclinar la cabeza.
Jesús nos quiere libres y gozosos, sin envidias, sin entristecernos por el bien ajeno, y mucho menos alegrarnos por el mal de otros.