• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XXVI Miércoles durante el año

Mientras Jesús y sus discípulos iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!»

Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.»

Y dijo a otro: «Sígueme.» El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.» Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios.»

Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos.» Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»

Palabra del Señor

Comentario

La gran pregunta del evangelio del domingo que pasó y que seguimos meditando era esta -acordate-: «¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?» «El primero», le respondieron los sacerdotes muy seguros. Los que hacen la voluntad de Dios no son los primeros en responder que la harán, sino los que finalmente la hacen. No es una cuestión de quién se adelanta a responder, sino quién responde con su vida. Así de sencillo. Por eso, esto nos ayuda también a comprender esa otra sentencia de Jesús del otro domingo, sobre que «muchos de los primeros serán los últimos y que muchos de los últimos serán los primeros». Hay muchísimas personas que hoy, en este momento, ahora, no están haciendo lo que Dios pretende y desea de ellos. Sin embargo, pueden y están siempre a tiempo de comportarse y vivir como hijos, de sentirse hijos amados del Padre. Y, por el contrario, hay muchísimas personas que hoy, en este momento, incluso sacerdotes  -como yo-, dicen y se creen muy religiosos. Pero ¡cuidado!, por ahí no están viviendo fielmente a lo que Dios les pide o que dicen vivir. No todo lo que brilla es oro. ¡Qué lindo es que nos sintamos todos posibilitados a decir siempre sí y a hacer lo que ese sí significa! ¿Te das cuenta de que decirle que sí a Dios puede cambiar muchas cosas en tu vida y en la de los demás? ¿Nos damos cuenta de que hacer o no hacer la voluntad de Dios es determinante, es realmente importante? ¿Nos damos cuenta de que, en definitiva, estamos en esta vida para hacer lo que sentimos y pensamos que Dios nos pide? Vamos para ese lado. Te invito hoy a ir para ese rumbo, a tomar ese camino. A veces podemos responder que no y nos arrepentimos, y cumplimos la voluntad de Dios; pero peor es lo otro, decir que sí y no hacerlo.

Algo del Evangelio de hoy me hace pensar bastantes cosas. Podríamos preguntarnos si estos hombres habían comprendido al acercarse a Jesús, con tanto entusiasmo para seguirlo, lo que les quiso decir. ¿Qué habrán hecho después de estas palabras?, ¿lo habrán seguido o no? Me gusta preguntarme eso. No sabemos, no lo dice. Lo que sí sabemos es lo que les respondió Jesús y es lo que nos sirve a nosotros hoy.

¿Y los «peros» de las respuestas? Los «peros» de las respuestas de estos hombres son evidencia de que, en realidad, no comprendían todavía muy bien a quién seguían o a quién querían seguir. Cuando uno sabe lo que quiere, cuando uno tiene bien claro el fin y sus deseos, no hay «pero» que valga. Todo es superado por el anhelo de alcanzar ese deseo. Seguir a Jesús o querer seguirlo poniendo «peros» es, en el fondo, un signo de que todavía no se lo conoce bien y que, por eso, no nos animamos a dar el paso definitivo. Por eso, hay que enamorarse de él, hay que buscarlo, hay que conocerlo, para que se nos vayan todos los miedos.

Jesús hoy otra vez es incomprendido. Lo quieren, pero no lo quieren completamente. Quieren seguirlo, pero a su manera. Nosotros también muchas veces ponemos muchos «peros», conscientes e inconscientes, pero finalmente son «peros».

Jesús no siempre fue comprendido y no siempre se hizo comprender perfectamente. Siempre dejó la puerta abierta al misterio. Él lo hizo bien conscientemente. Hay que animarse a no comprender todo para empezar a comprender algo. Solo cuando damos ese paso, cuando nos animamos a largarnos sin tantos «peros», cuando nos arriesgamos en serio, es cuando empezamos a comprender. ¡Qué paradoja! En cambio, cuando miramos la vida desde un balcón y no nos animamos a dar el paso, a tirarnos, sabiendo que siempre él nos recibirá, en el fondo no comprendemos nada y esperamos lo mágico para empezar a comprender. ¡Cuánto racionalismo hoy hay en la Iglesia, pretendiendo saberlo todo, pretendiendo comprender todo! No se puede así, no se puede seguir a Jesús así. Hay que arriesgarse por amor.

Siempre habrá una «cuota» de incomprensión en nuestra vida, para con nosotros, para con los demás y, por supuesto, para con los planes de Dios. Cuota que hará que no todos nos comprendan bien y cuota de incomprensión que hará que no comprendamos todo lo que Jesús es y a lo que nos invita. ¿Pretendemos comprenderlo todo? Te estás poniendo en el lugar de Dios. ¿Querés que todos te comprendan? No te estás poniendo en el lugar de los otros. Ni vos, ni yo, ni los demás, somos perfectos. Solo Dios comprende todo y solo Dios Padre da su gracia para aquellos que buscan comprenderlo, pero nunca plenamente.

Jesús invitó a estos hombres y nos invita hoy a todos a no mirar para atrás, a lanzarnos al futuro sin arrastrar el pasado; a no anteponer nada ante su amor, ni siquiera la propia familia; a no esperar el momento ideal para amar, sino a empezar a amar desde ahora, hoy, sin esperas, sin pereza. Jesús nos anima a no buscar en él comodidades humanas, sino entrega, amor, acompañados a veces de dolores e incomprensiones; pero para encontrar la felicidad, la buena, la verdadera.

No se puede tener todo calculado. No seamos «ingenieros de la fe». No se puede esperar resolver todo para entregarse, para empezar a caminar. La fe no es matemática pura. Lo bueno es entregarse sabiendo que el camino se va aclarando en la medida que avanzamos y sabiendo que con Jesús nunca nos vamos a perder, aunque a veces nos cueste comprender.