Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
Palabra del Señor
Comentario
Relataba el Evangelio del domingo que «Juan dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”». Juan tuvo envidia. La palabra envidia proviene de un verbo que significa no ver, o bien mirar con malos ojos, y justamente no las obras malas de los otros, sino las buenas. Por eso lo más propio de la envidia no es la alegría, sino la tristeza ante los bienes de los demás, ante lo bueno que tienen los otros. También es verdad que la envidia puede producir el efecto contrario, la alegría, también ante los males ajenos. Serían como las dos manifestaciones de este vicio capital que está metido en nuestro corazón. Popularmente se lo puede llamar celos, aunque en realidad tienen matices distintos.
En la primera lectura de los Números del domingo, Moisés le respondía a Josué: «“¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!”». Josué estaba celoso de Moisés, tuvo envidia, no se alegró con el bien ajeno, no se alegró al ver que otros recibían el Espíritu para profetizar. Lo mismo le pasó a Juan, que no pudo aceptar que el bien podía desbordarlo, podía existir fuera de su «grupito» selecto. La envidia, los celos, en definitiva, nos alejan de los demás, porque atentan contra el amor, contra la caridad, nos hacen poco misericordiosos. La caridad nos hace alegrarnos con los bienes ajenos, la envidia entristecernos, hasta nos puede dar bronca e incluso llevarnos a otros pecados más graves. Seguiremos con este lindo tema en estos días.
Algo del Evangelio de hoy, nos muestra a un Jesús incomprendido y rechazado, por propios y ajenos. Generalmente es un aspecto de los evangelios que muchas veces pasamos de largo o no analizamos mucho, incluso nosotros, los sacerdotes. Claro, es mucho más agradable hablar de las cosas lindas de la vida de Jesús, es más fácil para uno y, además, es más atractivo. Pero… ¿qué hacemos con lo demás? ¿Por qué los escritores de los evangelios no quisieron ocultar esta especie de incomprensión «de fondo» y continua que vivió Jesús, tanto con sus discípulos como con los extraños? En realidad, el fondo de la cuestión debería ser preguntarnos esto: ¿Conocemos al Jesús de los evangelios o al Jesús que me «contaron» en la catequesis de niños? ¿Conozco al Jesús real, como está descripto en los 4 evangelios y en todo el nuevo testamento o conozco al Jesús que me «armaron» para convencerme que todo era lindo o al que me «armé» según mis propios criterios y preferencias, para estar más cómodo con mi fe? Creo que no está mal que nos hagamos estas preguntas en serio, creo que no está de más, que me anime a decirte estas cosas, a mí mismo también.
San Pablo decía: «Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados» (1 Cor, 1, 22-24). Hoy podríamos decir que, por un lado, algunos cristianos o creyentes buscan y predican a un Jesús «edulcorado», solucionador de problemas, un Jesús que quita o que queremos que quite el sufrimiento mágicamente, un Dios hecho a medida y de bolsillo, un Maestro sin contradicciones y sin cruz. Por otro lado, aquellos que no creen o creen en cosas extrañas o a su medida nos exigen que les presentemos a un Jesús o un Dios que dé respuesta a todos los misterios de la vida; en el fondo, un Dios idea, un Dios que resuelva los enigmas y el mal de este mundo, y como «aparentemente» esas respuestas no aparecen, terminan concluyendo que ese Dios no existe, por eso, pensando así, no hace falta un Dios teniendo a la sabiduría de este mundo que parece resolverlo todo. Sin embargo, sabemos que esto nunca se da.
Ni un extremo ni el otro. Nosotros predicamos a un Jesús vivo, que está vivo, cada vez más vivo, pero a un Jesús que con su vida nos enseñó a vivir.
Con su vida de contradicción, también, e incomprensión, nos dio luz para vivir y nos marcó el camino. No podemos quedarnos únicamente con que Jesús está vivo y resucitado, no alcanza, tenemos que conocer cómo vivió y qué hizo ante las situaciones de la vida. Si nos alcanzara con saber que Jesús está vivo ahora y resucitado, no hubiese sido necesario escribir los evangelios relatando tantos detalles.
Jesús hoy también es rechazado por los samaritanos e incomprendido por Juan y Santiago, por sus propios amigos, tanto que él mismo los tuvo que reprender, los tuvo que retar –como decimos–, porque no entendían nada. «Se dio vuelta y los reprendió», dice. Jesús estaba decidido a ir a Jerusalén y a entregar su vida y sus discípulos le hablan de «mandar fuego» sobre otros. Él estaba siendo rechazado por muchos, respondía con amor y sus amigos querían guerra, querían muerte. ¡Qué extraño!, ¿no? Queriendo liquidar a los que piensan distinto… ¿Te suena parecido a esto?
Así de ciegos andamos muchas veces los cristianos por la vida. Así de incoherentes somos. Estaría muy bueno que Jesús nos mire y nos rete a veces, no nos vendría mal. Los que seguimos a Jesús no tenemos que hacer otra cosa que buscar la paz. Ni siquiera para defender a Jesús tenemos que usar la violencia. Él nunca pretendió eso, ni lo quiere. Acordémonos cuando Pedro le cortó la oreja al guardia para defenderlo, y Jesús le pidió que guarde la espada. El que a hierro mata a hierro muere. Él es tan bueno que ni siquiera sus discípulos lo entendían. «Es demasiado bueno», decimos a veces de algunas personas, como diciendo es «un poco tonto», «un poco tonta». Parece que no es bueno ser tan bueno en este mundo; si somos buenos, no nos comprenden. Incluso se nos burlan. Pero… ¿qué preferís?, ¿qué preferimos? ¿Pasar por tontos y ser buenos o ser tontos y no ser tan buenos? Jesús es bueno, pero reta a sus discípulos para que entiendan que la violencia no es jamás el camino, no puede ser el camino. Si queremos ser como él, tenemos que andar como él andaba, sabiendo que no todos nos comprenderán cuando queremos la paz, antes que la violencia.