Los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que, si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial».
Palabra del Señor
Comentario
Buen día. Te habrás dado cuenta de que muchas veces, por decirlo de alguna manera, interrumpimos el hilo de los evangelios que traíamos, con diferentes fiestas o lo que también se llaman memorias. Y eso hace que escuchemos o leamos otro texto que no continúa con los anteriores. Es así: el año de la Iglesia, el año litúrgico, además de tener un sentido rector que recorre la vida de Jesús y también, incluso, poder seguir los evangelios de corrido; también tiene fiestas o memorias que nos van ayudando a comprender mejor, cada día más y cada año más, los grandes misterios de nuestra fe y, en definitiva, los misterios de la propia vida, de dónde venimos y para qué estamos. Por eso, aparecen fiestas de los santos, fiestas de los misterios de la vida de Jesús, fiestas y solemnidades de la Virgen y, como hoy, una memoria, que tiene un grado menor. Pero una memoria que nos recuerda, nos hace celebrar otro misterio. En este caso el de los ángeles, los ángeles custodios. Todo nos ayuda. Todo nos ayuda a comprender que nuestra fe no es una verdad abstracta, vacía, inconexa, aislada, sino todo lo contrario. Nuestra fe podríamos decir que es un organismo vivo, en donde todo tiene que ver con todo, en donde una verdad ayuda a comprender mejor la otra y, en definitiva, todas se descubren y se comprenden mutuamente desde la Palabra de Dios escrita y desde la vida y costumbres de la Iglesia a lo largo de los siglos. Y lo mismo al revés: cualquier error hacia una verdad de fe también toca a las demás.
Hoy es el día de los ángeles custodios. Es lindo que no nos olvidemos de invocar a nuestro ángel. No te olvides también eso que nos enseñaron a veces de niño, de poder reconocer a nuestros ángeles de algún modo, de hablarle, invocarlo y pedirle. Es una verdad de fe la existencia de los ángeles y, como lo dice Jesús hoy, es una verdad que todos recibimos un ángel para custodiarnos, para cuidarnos y conducirnos con su ayuda al cielo. Por más que algunos le busquen la vuelta e intenten negarlo, es una verdad que nos debería llenar de alegría. Dios nos ama tanto que, además de nuestra propia vida, nos regaló la vida de un ángel, de un ser espiritual más inteligente que nosotros, para que esté siempre a nuestro lado.
Y en Algo del Evangelio de hoy vemos cómo los discípulos están y van en otra sintonía, preocupándose de grandezas humanas. Jesús sintoniza –digamos así– la «radio» del Padre, de ser Hijo, de ser Hijo de él, de ser Hijo amado, de ser un Hijo obediente, que no busca ocupar el lugar del Padre, porque sabe ubicarse. Un Hijo que no quiere independizarse por «capricho», como nos pasa a nosotros; un Hijo que se siente siempre comprendido; un Hijo que no siempre comprende lo que el Padre le pide, pero elige obedecer hasta el final; un Hijo pequeño que depende y se siente sostenido por su Padre. Todo Dios que se hizo pequeño, se hace silencioso, aunque tiene todo por decir. No avasalla, no pasa por encima, no pisa cabezas. No se presenta como un «sabelotodo», aunque lo sabe todo. Al mismo tiempo, vemos a los discípulos –a vos y a mí– que sintonizamos a veces la «radio humana» de nuestros caprichos, de nuestros egoísmos, que por no mirar este modo de ser de Dios, por no contemplar a Jesús y cómo fue su vida durante su paso por la tierra –de este Dios tan sencillo–, seguimos escuchando las interferencias de nuestro corazón, que nos pide a veces otra cosa; que nos pide ser autosuficientes, aunque carecemos de mucho; que aparenta saber todo, aunque no sabemos casi nada; que no para de hablar, cuando muchas veces debe callar; que se agranda, cuando en realidad es pequeño y recibió todo de los demás y de Dios; que cree que todo lo puede, cuando en realidad no podemos ni siquiera a veces con nuestras propias debilidades. Así es nuestro pobre corazón, pequeño y sencillo, que se quiere agrandar y que no sabe ubicarse en esta vida.
Por eso, si podés, hoy rezá con esta escena del Evangelio: Jesús tomando un niño, poniéndolo en medio de los discípulos. Mirá un niño, alguien que conozcas; o mirá un niño por la calle o mirá a tu hijo, o a tu hija, y dejá que Jesús te vuelva a decir estas palabras al oído y a tu corazón: «Te aseguro que, si no cambiás o no te hacés como niño, no entrarás en el Reino de los Cielos»; o sea, no vas a experimentar desde hoy, desde ahora, lo lindo que es ser hijo dependiente de un Padre que disfruta de ser Padre con todas las letras. Ser hijo es entrar en esta relación de amor, es entrar en el Reino, es entrar en esta familia linda de los Hijos de Dios; de los Hijos que quieren ser como el Hijo Jesús, vivir como vivió él. Si no cambiamos estas actitudes que nos hacen creer que no dependemos de nada ni de nadie –cuando en realidad dependemos de casi todo–, no podremos disfrutar del gozo que da el ser Hijo de Dios y vivir como Hijo de Dios.
Hoy te propongo y me propongo que miremos a un niño y nos dejemos decir al oído esto por Jesús pensando que nuestro corazón tiene que ser así, como el de un niño. Se puede, pidámoslo con fe. Nuestro ángel custodio siempre está ahí para ayudarnos.