El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario.
No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes.” Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: “¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca.”
Les aseguro que, en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.»
Palabra del Señor
Comentario
Es común escuchar decir que podemos tener «sana envidia». En realidad, como decíamos en estos días, no podemos decir que la envidia puede ser sana, porque tener envidia es no ver, o mirar con malos ojos, por lo tanto, eso jamás puede ser bueno. Pero creo que tenemos que entender a qué se refiere este refrán o forma de decir, sin embargo, hay que también decir que no está bien dicho; es como decir una «mentira piadosa», cosa que tampoco existe. Pero tratemos de entender mejor esto que estamos diciendo.
Existe un concepto que se llama emulación, que es muy distinto a los celos y a la envidia, y es un sentimiento que nos impulsa a imitar y superar las buenas cualidades de los demás, con medios legítimos, o sea, no movidos por la envidia o por los celos, sino como una actitud buena y virtuosa; es un sentimiento que nos mueve a luchar, a esforzarnos por mejorar en todos los aspectos de la vida (espiritual, intelectual, económico, profesional), alegrándonos al mismo tiempo del bien del prójimo. Sin este sentimiento, sin la emulación, caeríamos irremediablemente en una parálisis, en la mediocridad, no tendríamos deseos de superarnos día a día por ser mejores, cosa que es necesaria para ser felices.
Imagino que esto que estoy diciendo te da cierto alivio, cierta satisfacción, porque nos hace caer en la cuenta que no todo sentimiento o admiración por el bien ajeno es en sí una envidia o celos, sino que por el contrario, al ver un bien ajeno, nos puede incluso ayudar a querer ser mejores, sin despreciar a nadie, sin compararnos, sin mirar de reojo, sin intrigas, sin engaños. Lo importante es saber discernir esos sentimientos o pensamientos en el corazón, eso que nos sobrevienen y que no siempre dominamos, para aceptar lo que nos hace bien y rechazar lo que nos aleja del amor de Dios y de la misericordia.
En Algo del Evangelio de hoy, se ve «a un Jesús muy necesitado» de los hombres para expandir su obra de bien. Fue tan hombre diríamos que, además de serlo en serio, sin dejar de ser Dios, quiso que su salvación nos llegara y nos llegue hoy en día a través de otros hombres comunes, como vos y yo. Esto es lo que nos hace a veces revelarnos, enojarnos y nos cuesta comprender. ¿Puede lo divino llegar a nosotros a través de lo humano? Claro que sí, hay que responder que sí, y con un SÍ muy grande. Ese es el milagro continuo del día a día que nos cuesta ver, el milagro continuo de los santos en la Iglesia, que a través de personas nos llegó a nosotros también la salvación de Dios. Y así llega, en muchas situaciones.
Recuerdo que en estos días bautizando, muchas veces cuando hay muchos niños, yo pregunto a las familias si están bautizados, porque veo que algunos son niños y parece que todavía no recibieron el bautismo, y me juego a pensar que por ahí aprovecho y los podemos bautizar; y bueno, así se dio. Una familia no había bautizado a su hijo, le ofrecí bautizarlo en el momento, conseguimos padrinos. Pero a raíz de esa situación, otra familia de atrás se acercó y dijo: «Yo también, mi hijo no está bautizado», y recuerdo que la madre terminó llorando de alegría. Bueno, ¿cómo fue esa situación? Bueno, fue una cadena de manifestaciones de Dios a través de lo que pasó: de una pregunta, de otro ejemplo, de una madre que se animó a bautizar, a no hacer tanto problema, a no esperar tanto, como pasa en estos tiempos, que esperamos para darle el bautismo a nuestros hijos.
Dios siempre nos llega a través de personas, lo escuchamos hoy en la Palabra: «Jesús eligió a setenta y dos, y los mandó de dos en dos para que lo precedieran, para hacer lo mismo que él estaba haciendo». No hay Iglesia individualista, no hay Iglesia narcisista, una Iglesia que cante como «solista»; no hay amor donde no hay más de uno, tiene que haber dos para que se dé el amor y donde está el amor, ahí está Dios, porque él es amor. Muy simple. Por eso Jesús eligió formar su Iglesia.
No hay que complicar las cosas, aunque a veces eso nos sale bastante fácil, a veces es tan difícil ser simples y sencillos, es tan difícil a veces ser «normal» en la Iglesia. En definitiva, la Iglesia es para eso. Bueno, pero me fui un poco de tema; no hay que complicar las cosas.
La Iglesia comenzó con un deseo de Jesús para que su amor llegue a nosotros. Y para eso, eligió y elige a hombres que lo ayuden, también nos elige a vos y a mí. Eso es la Iglesia: es un puente, un transporte, un vehículo que nos trae el amor de Dios que está «en la otra orilla». Pero no nos olvidemos lo que dice nuestro Maestro: «Los trabajadores son pocos…»; ¡es verdad!, se refiere especialmente al sacerdocio, pero quiero hoy extenderlo a todos, a vos y a mí, a los sacerdotes, a los consagrados, a los laicos. Vos sos Iglesia, yo soy la Iglesia. Vos sos un puente, todos somos puente. Vos –que estás escuchando ahora– sos trabajador, también sos trabajadora; por eso, dedícate hoy con sencillez, con simpleza a ayudar a otros y se puente. Llevemos a otros el amor de Dios, el Reino de Dios está cerca, somos nosotros; porque donde hay amor, ahí está Dios, eso es el Reino de los hijos y hermanos.
Olvidémonos de los lobos que andan por ahí, en medio de nosotros y aúllan para asustarnos; con Jesús todo es posible, con él podemos más aunque no nos entiendan o hablen mal, sin saberlo, de nosotros. Hoy, si podemos y nos acordamos, recemos también para que Jesús envíe más trabajadores, más sacerdotes al Reino de Dios, pero más sacerdotes que realmente trabajen.