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XXVI Domingo durante el año

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. El respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue.

¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»

«El primero», le respondieron.

Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».

Palabra del Señor

Comentario

¿Te imaginás un mundo en donde todos seamos hermanos de verdad y no de palabra, y en donde todos nos sintamos hijos de Dios? ¿Te imaginás un mundo en donde todos elevemos nuestros corazones a nuestro Padre para decirle que lo necesitamos de verdad y donde lo amemos de corazón, con libertad, sin miedo, sin imposiciones, sin obligación, sin culpa y solo por amor desinteresado? ¿No crees que ese es el sueño de Dios para con cada uno de nosotros? ¿No crees que ese será el mundo venidero, aquel mundo que deseamos en el corazón? A veces yo lo pienso, a veces lo sueño. Porque soñar lo que sueña Dios hace bien, porque uno entra en la misma sintonía de él, uno se «engancha» -por decir así- en la misma onda, y entonces todo cambia y el espíritu de algún modo se renueva. ¿Te imaginás una familia, una comunidad, un barrio, una ciudad, un país, un mundo, en donde el domingo sea verdaderamente un domingo, un día del Señor?

¡Qué lindo sería! ¡Qué maravilla sería comprender que el reunirnos en comunidad un domingo para celebrar la santa misa, para a rezar y estar juntos, es de alguna manera como ese deseo que tiene tu papá y tu mamá de que se reúnan todos sus hijos a comer juntos para seguir descubriéndose mutuamente, para amarse! Ir a misa tiene algo de eso. Es reunirse a escuchar y alimentarse. Es alimentarnos de lo que nos dice Jesús; es alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre, para seguir caminando, para nutrirnos de lo que nos hace vivir mejor. ¿Pensaste alguna vez qué siente tu papá y tu mamá si ellos te esperaban con la mesa servida…? ¿Pensaste alguna vez qué sentiría tu papá y tu mamá si ellos te esperan con la mesa servida y vos elegís hacer otra cosa olvidándote de tanto amor? ¿Qué sentirá nuestro Padre Dios y Jesús si elegimos otra cosa y lo privamos de nuestra presencia en la comida de cada domingo? ¿Qué sentís vos?, ¿te da lo mismo?

Algo del Evangelio de hoy tiene que ver con el del domingo anterior y tiene que ver con esto que estamos diciendo. En el fondo, tiene que ver con el modo de entender y vivir nuestra relación de hijos. Jesús cuando tenía que decir algo profundo, lo decía sin pelos en la lengua, como para que nos quede bien clarito y no le demos vueltas. Antes que nada, te recuerdo que la parábola de hoy continúa -como dije recién- con la del domingo pasado, está en sintonía, en donde Jesús les quería hacer entender a los que se «creían» los primeros y despreciaban a los considerados «últimos» que la ecuación no es tan matemática y que no es todo tan lineal, como a veces creemos o pensamos. Pero lo de hoy es más fuerte todavía, te diría hasta que es terrible lo que dice Jesús. ¿Prestaste atención? Te voy a repetir una frase que no podés olvidártela jamás: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegaran antes que ustedes al Reino de Dios». ¿Te das cuenta de la fuerza y de lo chocante que pueden resultar estas palabras? ¿Te das cuenta de lo que significaba decirles a los sacerdotes de ese momento semejante verdad?

Ahora… no hay que ser sacerdote para considerar que esto también puede cabernos a cada uno de nosotros. No hay que ser una prostituta o un corrupto, como lo eran los publicanos, para considerar que Jesús nos puede también estar hablando a nosotros. Porque siempre el riesgo de «creerse» el primero está latente, y ese riesgo nos puede llevar a terminar siendo los últimos. O también el riesgo de decir que sí, convencido, y después no hacer la voluntad de nuestro Padre. Ese riesgo es de todos. Y lo mismo podemos decir al revés. El convencimiento de creerse los «últimos» y vivir como excluidos de la gracia, del amor, olvidándonos que Jesús siempre nos dará una oportunidad hasta el final de la vida o la posibilidad de haber dicho que no al principio, de habernos rebelado y finalmente terminar siendo hijos obedientes, es de todos también. Todos corremos esos riesgos y todos tenemos esa posibilidad.

Todos corremos el riesgo. Todos podemos ser superficiales y pensar que ser buenos hijos es decir que sí rápidamente, sin darnos cuenta, sin discernir, sin pensar, y caer en una respuesta superficial, por temor, por culpa, por costumbre, por tradición incluso, por el qué dirán y por tantas cosas más. Pero en el fondo no somos hijos, no lo hacemos como hijos, no lo hacemos por amor, no amamos con libertad. ¿No te pasó alguna vez? Cuidado con esa religiosidad por superficial, con la fe de «barniz», con la espiritualidad de «salón» -como se decía por ahí-, pero que no es profunda, no es real, no es la de hijos libres.

Todos tenemos la posibilidad de ser primeros para Dios, aun cuando en realidad nos comportemos como los últimos. Todos podemos ser considerados últimos para los demás, aun cuando huimos de Dios muchas veces y nos perdimos en el pecado, en el egoísmo, en el materialismo, en la ambición, en la sensualidad, en un mundo sin Dios, sin Padre. Todos tenemos la posibilidad de decirle que sí, si alguna vez le dijimos que no. ¡Qué linda noticia! ¡Qué lindo que es saber que, hasta una prostituta, hasta el más corrupto de los corruptos, hasta el peor de los peores, tiene la posibilidad de arrepentirse y decirle que sí al Maestro para convertirse en un hijo más, en un santo! ¿No te alegra esta verdad? ¡Qué lindo que Dios sea tan bueno! Pero qué triste a veces cuando los hombres somos hijos, pero superficialmente, no somos hijos de corazón y, en definitiva, no somos tan hermanos. ¿Te imaginás un mundo en donde vivamos como hijos y nos comportemos como hermanos? Yo todavía sí.