«No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener.»
Palabra del Señor
Comentario
Me parece algo divertido poder imaginar esa charla-discusión de los discípulos mientras caminaban con Jesús en el Evangelio de ayer. ¿Qué cosas se habrían estado diciendo mutuamente mientras Jesús les hablaba de entrega y amor, de servicio? No hay que ser muy creativos para ponerse en la escena, porque la Palabra de Dios lo dice de alguna manera: «Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande». Sí, aunque parezca una broma, un chiste, es ridículo, mientras Jesús hablaba de entrega y amor, de servicio ellos discutían por saber quién de ellos era el más grande. Pero sería bueno imaginar esa conversación, vuelvo al principio. ¿Cuáles habrán sido los argumentos de uno u otro para considerarse el más grande? ¿Qué se habrán dicho? Seguramente los mismos que nosotros usamos hoy en día, más o menos sofisticados, pero la debilidad de los hombres es la misma desde que estamos en este mundo, después del pecado. Mientras que uno le diría al otro: «Yo soy el más grande en realidad, porque Jesús habla más conmigo, me consulta más las cosas a mí, me cuenta lo que a vos no te cuenta». Por ahí Pedro, Santiago y Juan alegarían que a ellos Jesús los eligió varias veces para estar en situaciones distintas a los demás. Por otro lado, Pedro podría haber dicho: «Yo soy el más grande porque Él dijo que yo soy la piedra de la Iglesia». Otro, buscando argumentos más básicos, por ahí pudo haber dicho: «Yo soy el mayor de edad, por lo tanto, soy el más grande, los demás tienen que pagar derecho de piso». ¿Te suena conocido eso? Y así podríamos imaginar esta charla-discusión que parece tan absurda, pero es tan real y tan cotidiana entre nosotros.
Prestemos atención y oigamos bien, es bueno empezar este lunes con ganas de poner nuestra atención en serio, en serio a las palabras de Jesús que escucharemos toda esta semana y, además, seguir repasando por el corazón las del domingo, que fueron muy lindas y muy significativas. Por eso te propongo que en estos días continuemos con la escena del Evangelio de ayer, que tiene tanto para enseñarnos, tanta tela para cortar, porque en definitiva nosotros vivimos así muchas veces, consciente o inconscientemente discutiendo y luchando para ver quién es el primero, quién es el más grande. En la Iglesia, a veces, todavía no terminamos de aprender. Hablamos de jerarquías, sí, pero nos olvidamos que la jerarquía no es como la de este mundo. El que está más arriba de servicio, es justamente para servir más y mejor y para olvidarse de sí mismo.
Pero bueno, empecemos con ganas y ánimo de escuchar bien estos días. Tenemos que confiar en nuestra capacidad de escuchar para después iluminar, para ser luz para los otros. ¡Qué lindo que es pensar en esto!, en que somos, por la fe, lámparas para iluminar y no para andar guardando lo que tenemos. Los cristianos, vos y yo, todos los bautizados recibimos algo, algo grande, distinto, que nos hace diferentes a los demás; no mejores, sino distintos. El cristiano es el que descubre ese don y se alegra de tenerlo, y alegrándose por tenerlo, naturalmente lo expone, no lo puede guardar. Vuelvo a decirlo, ser distintos no nos hace mejores, ni especiales; no estamos discriminando, ser distintos, por la fe que recibimos, nos hace en definitiva «más responsables», nos hace más conscientes y atentos a ciertas cosas que otros, por una ceguera espiritual, todavía no ven. ¿Por qué nosotros y otros no? ¿Por qué a vos y a mí y no a otros? Esa pregunta mejor te la dejo para que se la hagas vos a Jesús, yo todavía no la sé responder. Lo que sí podemos saber es que tenemos que «prestar atención y oír bien», como dice Algo del Evangelio de hoy: «Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener». A vos y a mí se nos dio muchísimo. En realidad, me estoy adelantando un poco.
Antes que nada… preguntémonos: ¿Crees que se te dio algo distinto? ¿Pensaste esto alguna vez? ¿Crees y estás convencido de que se te dio algo grande y por eso se te va a pedir algo grande también? Tenemos que rezar con esta verdad, para que este «iluminar» no se transforme entonces en un mandato vacío e impuesto desde afuera, como un deber, frío y sin alma. Antes que nada, hay que descubrir que recibimos un gran regalo, que vivimos de regalo y con un inmenso don. Cristiano es el que descubre un don antes que una tarea, es el que se maravilla por haber sido elegido, no el que se enoja por lo que tiene que hacer o cumplir. Una vez alguien que salió muy «encendido» de un retiro de matrimonios, me decía que ya había invitado a otros dos para un próximo retiro de hombres. Por eso, siempre pienso que no hay mejor apóstol que aquel que descubre el amor de Dios y no lo puede callar. Vamos siendo cristianos en la medida que descubrimos este don. Mientras tanto, sin querer y sin darnos cuenta, podemos esconder la «lámpara», esa capacidad de iluminar, de dar calor, que Dios nos dio y la escondemos debajo de una cama.
Ahora podemos preguntarnos… ¿Por qué al que tiene se le dará? Porque el que tiene será el que supo encontrar esa luz y supo darla, o sea, no se guardó nada. A eso se refiere la Palabra. Al que Jesús encuentre con más de lo que tenía, es porque no se guardó lo que tenía. Fue generoso, lo entregó y volvió multiplicado. En cambio, la Palabra se refiere que al que «no tiene», es el que tenía y no se dio cuenta, o no quiso dar, no supo iluminar, lo escondió por mezquino. Esos, que podemos ser vos y yo, y cuando Jesús vuelva, les quitará «hasta lo que creen tener», porque en definitiva, en realidad, no tenían nada; sin darse cuenta, se habrán guardado todo para sí y no multiplicaron. Tener algo y no usarlo, es, para Algo del Evangelio de hoy, no tener nada.
Vos y yo tenemos un montón de cosas para iluminar hoy, ahora, en nuestro trabajo, en nuestra casa, en la universidad, en cada rincón por donde andemos. ¡Démonos cuenta, por favor! Tenemos fe, más o menos, pero tenemos; más o menos cansados, pero estamos en una cama a veces con dolores, enfermos, pero tenemos fe; con algunos sufrimientos, pero tenemos fe. ¿Qué podemos hacer hoy para no esconder esa lámpara? No es necesario que hablemos siempre directamente de Jesús para iluminar, eso tenemos que darnos cuenta en cada situación, con cada persona. Pero lo que sí podemos hacer, lo que sí podemos, vos y yo, en cualquier lugar, quieran o no quieran escuchar hablar sobre Dios, es sonreír, es amar, es iluminar. Como decía santa Madre Teresa de Calcuta: «Al que no te entienda el lenguaje, sea por lo que sea, sonreíle, que ese es un idioma que entienden todos, creyentes y no creyentes». Así decía ella tan lindo. Se puede iluminar de muchas maneras. Sonriamos, aunque nos cueste, aunque nos duela un poco. Ayudemos a que a otros les llegue un poco de amor a través nuestro, eso es iluminar. Vos y yo podemos, porque tenemos esa capacidad. No nos guardemos lo que Dios Padre nos regaló.