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XXV Jueves durante el año

El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: «Es Juan, que ha resucitado.» Otros decían: «Es Elías, que se ha aparecido», y otros: «Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado.»

Pero Herodes decía: «A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?» Y trataba de verlo.

Palabra del Señor

Comentario

¿Es posible enojarse porque Dios sea tan bueno? ¿Es posible? ¿Te lo preguntaste alguna vez?  Sí, yo diría que sí y mucho más normal de lo que creemos, aunque a veces no se hace consciente. Dios Padre es muy, pero muy bueno; tan, pero tan bueno que no cabe en nuestros pensamientos, que no son los de él. Esa también es una verdad que trataba de expresarnos la parábola del evangelio del domingo. A veces quisiéramos que Dios sea justo como nosotros pretendemos que sea justo, y no tan misericordiosamente justo, como lo que realmente es. Hay muchísimos cristianos que se creen «los primeros» por su manera de vivir, por su manera de pensar, por lo que saben de la fe. Y por eso serán los últimos, cuando se crean los primeros. Muchísimos, más de los que imaginamos. Incluso vos y yo podemos estar en esta lista, de los que se creen los primeros y con más derechos que otros.

Y, al mismo tiempo, hay muchísimos hijos de Dios que para el mundo «son los últimos», que parecen «los últimos», que parecen no convertirse nunca, que son considerados «los del fondo», y finalmente, aunque nos duela, aunque nos cueste entender, serán los primeros en llegar a recibir el regalo del cielo si aceptan trabajar para el Señor aunque sea en el último instante de su vida, como el buen ladrón. ¿Te acordás de ese buen ladrón que murió al lado de Jesús? Parecía el último y fue el primero en entrar en el Reino de los Cielos. Si sos de los que se enojan por la gran bondad de Dios, por la infinita bondad de Dios, pedile que te ablande el corazón. No te enojes por el hecho de que Dios sea bueno y haga con su amor lo que le parece. Vos harías lo mismo con tus hijos.

No hay peor enojo que el enojo por el derroche de amor de Dios, que justamente vino a mostrarnos y a enseñarnos ese camino. Vuelvo a decirte lo mismo: esto no tiene nada que ver con la justicia humana o con los méritos que podamos hacer para alcanzar ciertas cosas en este mundo. Tiene que ver con la gracia, que es gratis, que es regalo; con la invitación de Dios que es a trabajar por él, que será hasta el final (no importa en el momento de la vida que estemos).

Y en Algo del Evangelio de hoy vemos claramente a Herodes que no sabe bien quién es Jesús: «¿Quién es este del que oigo decir semejantes cosas?» En realidad, Herodes estaba desconcertado porque la misma gente tampoco sabía bien quién era Jesús Pensaban que era un resucitado, un antiguo profeta o Juan el Bautista. Fijate como a veces es más fácil pensar en cosas raras, o digamos espectaculares o maravillosas, que pensar en lo normal, en lo ordinario.

Era más fácil pensar que ese llamado Jesús era alguien que había resucitado que pensar o saber realmente quién era. Era un hombre. Sí, era un hombre. Pero también sabemos nosotros que era Dios hecho hombre, Dios encarnado, y por eso costaba tanto creer.

Por supuesto, a nosotros me imagino que nos hubiese pasado lo mismo. No es fácil creer que Dios sea tan como de los nuestros, que sea tan normal, digamos. No es fácil creer que Dios se haya hecho hombre. No es fácil creer que lo trascendente se haya hecho parte de nuestra vida. No es fácil pensar que lo inaccesible se hizo accesible. No es fácil pensar que lo divino se manifieste en lo humano. No es fácil creer. Claro, si tenés fe me dirás: «No, para mí sí». Bueno, pero, si no tenés fe, el que no tiene fe si no cree por la gracia, si no se le toca el corazón -de alguna manera-, su razón se choca contra alguna barrera, aunque hay razones para creer. Pero ese es otro tema.

Por eso a veces nos pasa a nosotros esto en la vida. Nos podemos pasar la vida buscando a un Jesús deslumbrante, maravilloso; buscando a un Dios que se nos manifieste a lo grande, y no nos damos cuenta de que Dios al hacerse hombre vino justamente a darnos vuelta ese pensamiento. Vino a hacer de lo ordinario algo extraordinario, de lo sencillo algo grande. Vino a divinizar lo humano, o sea, hacer de las cosas ordinarias de nuestra vida, algo trascendente, algo grande, darles un valor infinito.

A nosotros puede pasarnos lo mismo, podemos tener a Jesús al lado: en un enfermo, pobre que nos pide y que nos cruzamos a veces todos los días, en nuestra madre que nos necesita, en algún enfermo de la familia, en alguien que está solo, en la Palabra de Dios que escuchamos todos los días y la tenemos en nuestras manos, en la Eucaristía diaria y dominical –en la posibilidad de recibirla–, en la posibilidad de recibir el perdón también en la confesión. En todas esas circunstancias tenemos la presencia viva de Jesús. Pero, si no somos capaces de verlo -y no porque él no esté, sino porque estamos ciegos-, nos pasamos la vida esperando grandes cosas y nos perdemos la oportunidad de encontrarlo y de encontrarnos con Jesús, a quien tenemos siempre presente de tantas maneras.

Puede ser una etapa de la vida espiritual o de fe, tuya o mía, el buscar a Dios en lo milagrosamente visible, dicho así nomás -visible con nuestros sentidos-. Puede pasarnos que, en un principio, andemos de milagro en milagro o buscando apariciones, revelaciones privadas por todo el mundo -a ver qué dicen, qué no dicen-, para encontrar confirmaciones de lo que creemos o queremos creer. Hasta te diría que es normal y a veces necesario, si no Dios no permitiría que pasen estas cosas, estas apariciones o revelaciones, que claramente a veces existen. Pero, al mismo tiempo, es necesario ir desprendiéndose de ese modo de encontrar a Jesús en nuestra vida, para no depender absolutamente de eso, que es esporádico y circunstancial, porque no es lo normal y ordinario. Él está siempre, lo veamos o no. No depende de nuestros sentidos o sentimientos o de lo que dicen los otros; depende de él, de su presencia, que está siempre. Y somos nosotros los que tenemos que ir madurando y dándonos cuenta de que su presencia es más normal de lo que imaginamos y más cotidiana de lo que pretendemos.

Si estamos todavía detrás de grandes cosas, es porque en realidad -como Herodes y algunos de ese tiempo- no sabemos bien quién es Jesús y qué es lo que vino a hacer. Pidamos más fe para creer que él está en lo humano y que en lo humano encontramos lo divino y que no hay que darle muchas vueltas.