«Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.»
Palabra del Señor
Comentario
Ser primero es otra cosa, ser grande es otra cosa. No nos engañemos, esa idea que traemos en nuestro ADN y que, además, cierta educación y cultura se encargan de exacerbar, no es la idea de Dios, no es la de un Jesús humilde, que fue grande y primero en todo, pero de otra manera. Se es primero sirviendo, se es grande cuando se sirve a todos. Nuestras frustraciones y tristezas nos invaden cuando buscamos grandezas y puestos mundanos, y no las de Jesús, eso es algo que tenemos que aprender día a día. El hombre se afana por alcanzar cosas y lugares que no siempre traen la felicidad, no conducen necesariamente a la alegría, porque no siempre van de la mano del verdadero servicio. Podemos ser los primeros en todo, grandes para todo el mundo, pero si no utilizamos ese lugar para servir, de nada sirve. Por eso Jesús no va en contra de esos deseos, sino que en realidad nos ayuda a conducirlos para el bien, para el bien de todos. Se tienen que dar esas condiciones para que esas búsquedas sean camino de felicidad, para el bien y el bien de todos. ¿Qué andamos buscando hoy? ¿Para qué queremos ser primero en eso que tanto nos desvela? ¿Qué buscamos, en el fondo, cuando buscamos algo grande a los ojos de los demás? ¿Para qué usamos ese don que nos hace distinto a los otros y que nos hace a veces llevarnos ciertos aplausos? Estas y otras preguntas son las que nos tenemos que hacer para purificar o, por lo menos, descubrir nuestras intenciones, que pueden tener mucho de ángel y, al mismo tiempo, bastante de bestia. Jesús nos tiene paciencia y nos conduce a la entrega verdadera, confiemos en eso.
Algo del Evangelio de hoy tiene claramente dos partes; y quiero que nos concentremos en la primera para que podamos meditar sobre este «reproche» de Jesús hacia la multitud y también hacia nosotros.
En general, sabemos a veces distinguir ciertas cosas que pasan en la vida; tenemos la capacidad de encontrar la causa de muchas cosas, de hecho, el hombre progresó muchísimo en saber por qué pasan las cosas que pasan, en la naturaleza especialmente. Sabemos predecir el tiempo –como dice Jesús–, vemos el tiempo, vemos una nube y sabemos lo que puede traer; y así en muchos otros ejemplos vemos cómo el hombre avanzó muchísimo en el conocimiento. Sin embargo, somos muy certeros para las cosas del mundo, para lo material, para saber la causa de las cosas y así sacar conclusiones; pero hoy, de alguna manera, Jesús creo que nos dice a todos: «¿No les falta también saber interpretar mi presencia en el mundo?, porque cuando dice «el tiempo presente», se está refiriendo a él. Por eso, podemos imaginar que nos dice: «Hipócritas, a veces no saben distinguir que Yo estoy entre ustedes». Escuchamos que veían a Jesús y no se daban cuenta quién era…
A nosotros también nos pasa lo mismo. ¿Cuánto esfuerzo ponemos a veces en las cosas de todos los días, en nuestro trabajo, en encontrar la causa de nuestros problemas, en buscar soluciones en la medicina, en las ciencias, en tantas cosas que ponemos mucho el corazón y nuestra energía para poder crecer? Sin embargo, en lo espiritual, ¿cuánto nos falta? ¿Qué capacidad es la que tenemos de discernir? A eso se refiere Jesús, no sabemos discernir su presencia en el mundo. Y por eso vivimos a veces sin esperanza, con poca paz, sin alegría, frustrados, enojados con la realidad que nos toca, con nosotros mismos, con los demás; porque no terminamos de reconocer que él está entre nosotros.
Por eso hoy te propongo –y me propongo– que aprendamos a discernir. ¿Qué significa discernir? Distinguir una cosa de la otra, señalando la diferencia que hay entre ellas para poder elegir la mejor. Eso es aprender a discernir. Y comúnmente se utiliza esta palabra para aprender a reconocer las diferentes emociones que brotan de nuestro corazón. Y por supuesto, se trata de aprender a discernir la presencia de Dios en los demás. Pienso en dos cosas: aprender a discernir en nosotros mismos y aprender a discernir en los demás.
Discernir en nosotros mismos, ¿qué cosa? La acción de Dios en nuestras vidas; no podemos a veces ser tan ciegos como para no reconocer todo lo que Dios hace en nosotros, la presencia de su amor, la cantidad de dones que nos regaló y nos mostró a lo largo de toda nuestra existencia, incluso ahora, en este día, en el que te acabas de levantar y te bendijo con un día más de vida, que nos brinda la posibilidad de volver a ver a los que más queremos, a tus hijos, a tus hermanos, la bendición de tener un trabajo, y así tantas cosas que muestran que Dios, de algún modo, se hace presente y actúa. No seamos necios. Aprendamos a ver que Dios nos hizo crecer y nos seguirá haciendo crecer día a día, en la fe, en la posibilidad de escuchar su Palabra, y así en tantísimas cosas más.
También necesitamos aprender a discernir en los demás. Aprendamos a ver que en los demás también Dios está obrando. Siempre hay un núcleo profundo de bondad en cada persona y siempre podemos darnos cuenta de cómo fueron creciendo a lo largo de sus vidas, tus hijos, tus hermanos, tus padres, nuestras comunidades; cómo avanzaron en la vida gracias a la presencia de nuestro Salvador y el amor que Dios nos tiene también a cada uno de nosotros. No seamos tan negativos, no miremos todo el día lo malo en los demás, en lo que nos rodea…
Bueno, hoy te propongo que sea un día para aprender a discernir, aprender a distinguir: «esto es así porque pasó esto…», «acá hay cosas buenas, por eso hay frutos buenos…»; aprender a ver eso, quedarnos con lo bueno y desechar también lo malo. Como dice san Pablo: «Examínenlo todo y quédense con lo bueno».