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XXIX Viernes durante el año

Jesús dijo a la multitud:

«Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.

¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?

¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.»

Palabra del Señor

Comentario

Cuánto tiempo perdemos, cuánta energía gastamos, cuántas frustraciones nos ganamos, de cuánto nos perdemos de ganar… cuando vivimos casi exclusivamente para «darle al César lo que es del César», a este mundo lo que el mundo nos reclama, y nos vamos olvidando de darle «a Dios lo que es de Dios».

Por un lado, Jesús nunca nos enseñó directamente a ir en contra de los poderes legítimos de este mundo. Al contrario, nos enseñó a respetarlo y a darle lo que le corresponde. Nunca promovió ninguna rebelión, ninguna lucha armada. Leyó otro evangelio o se armó su propio evangelio quien quiere hacer quedar a Jesús como una especie de revolucionario anarquista de estos tiempos, sin más régimen que el propio. Es verdad, Jesús de algún modo fue un revolucionario. Pero un revolucionario en serio, el que trajo fuego a la tierra, pero el fuego del amor. Porque solo por el amor verdadero y profundo se revoluciona verdaderamente nuestra vida y la de este mundo, como lo hicieron los santos.

Pero, por otro lado, nos enseñó con estas palabras que el verdadero rey de este mundo es Dios, es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y es por eso que perdemos el tiempo, gastamos energías de más, nos llenamos de frustraciones y nos perdemos de ganar. Cuando pensamos únicamente en lo temporal, en lo material, en lo que proviene de la organización humana, del progreso, lo que proviene del Estado, lo económico, las estadísticas, por decir solo algunas cosas. Y pensar que esas serán las que nos traerán el bienestar a nuestra sociedad y a nuestros corazones. Cuando la realidad nos muestra que aun la sociedad es más bien organizada y con mayor poder económico. También están llenas de frustraciones y vacíos en sus corazones.

Por más que vivamos en un mundo cuasiperfecto, en un país superorganizado, en cuanto a su justicia social, a sus instituciones, a sus leyes y todo lo que podamos imaginar, siempre será necesario, siempre hará falta la caridad, el amor. Siempre será necesario nuestro buen Dios. «A este mundo solo lo salva la caridad», decía un gran santo. Solo lo salva el amor que proviene de Dios y desciende a nuestros corazones. Ese amor que siempre se necesita y se necesitará, porque siempre habrá una carencia, una herida para sanar. Siempre. Siempre habrá algún corazón que necesita amor, especialmente los nuestros, por más bienes materiales y cosas solucionadas que tengamos. Por eso la Iglesia debe dedicarse a amar como ama Dios y no solo a hacer tareas sociales vacías de amor, por muy organizadas y lindas que parezcan. Por eso la Iglesia, vos y yo, debemos «darle al César lo que es del César», cumpliendo como cualquier hijo de este mundo con nuestras obligaciones como ciudadanos, pero principalmente darle «a Dios lo que es de Dios», darle a Dios a los demás –que es lo mejor que podemos darles–.

Cuidado con la caridad superorganizada, pero cuidadosa del contacto con el necesitado. Esa caridad de guantes blancos y mucha papelería que llenar. Alguien me contó una vez que para salir a estar con las personas que viven en la calle les pedían que se pongan guantes, por las dudas. ¡Qué cosa rara terminar así! Cuidado con la caridad burocrática, llena de miedos y barreras para poner, que más que buscar el bien del que se acerca, busca salvarse de juicios posibles. Cuidado con la evangelización llenas de «cosas de este mundo», llena de «marketing», pero vacía de contenido. Cuidado con la evangelización de «elite», donde solo pueden llegar los que tienen «con qué» o los que pagan más. Cuidado con la evangelización de «selección», que elige quiénes son dignos de recibir el mensaje y quiénes no. Cuidado con no darle «a Dios lo que es de Dios». Nos hace muy mal a todos, a los que decimos que amamos y a los que pretendemos que amen a Dios.

Sé que me excedí un poco con este tema, pero creo que tiene que ver con Algo del Evangelio de hoy, en donde Jesús les reprocha la hipocresía por saber discernir con tanta claridad lo que ven con sus ojos, el tiempo meteorológico y no el tiempo presente, el tiempo de Dios y no lo que es justo. Todos andamos muchas veces por este mundo reclamando justicia y nos enojamos por las injusticias. Y, de algún modo, es necesario, es bueno. Muchos reclaman sus derechos, y está bien. Pero ¡cuidado!, porque ¿quién de nosotros reconoce los deberes que no siempre se cumplen?

«Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel». El primero que merece justicia de algún modo es el Padre del cielo, que desea que todos sus hijos lo amen y vivan en paz. Y por eso es bueno y necesario que le reclamemos a este mundo, a los demás que sean justos, que le reclamemos a los gobernantes que sean justos. Pero al mismo tiempo o antes debemos ser justos nosotros mismos, en cada detalle, en cada momento, en cada relación humana, porque si no estaremos reclamando algo que ni siquiera nosotros mismos vivimos, ni cumplimos.

Sepamos discernir que Dios se merece ser amado siempre y no «de a ratos». Es justo que lo amemos y le entreguemos nuestro corazón. Solo es feliz el que pone su confianza en el Señor, el que no lucha tanto por que los demás sean justos con él mismo, sino el que se desvive por ser justo con los demás y con su Padre del cielo. Como lo hizo Jesús, que cuando tuvo que «darle al César lo que era del César», lo hizo, pagando su impuesto. Pero principalmente le dio a su Padre lo que era de su Padre, entregando su propia vida en la Cruz por nosotros y por amor. Jesús mismo es la síntesis del que supo discernir y supo darle a cada uno lo que le correspondía. Sigamos ese mismo camino.