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XXIX Jueves durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

«Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

Palabra del Señor

Comentario

Jesús siempre aprovechó las debilidades de sus amigos para enseñarles, para «reunirlos» aparte y marcarles el camino con mucho amor, con demasiada paciencia, como lo hace con nosotros una y otra vez. Así es la pedagogía divina, la de nuestro Maestro, no rechaza de «plano» lo que sentimos y pensamos, aunque no sea lo correcto, sino que a partir de ahí nos ayuda a descubrir nuestra debilidad para poder cambiarla lentamente a lo largo del tiempo, sabiendo que a la larga va a triunfar su amor. Los discípulos lo vivieron así, sus propias vidas fueron un testimonio de que Jesús logra transformar los corazones de los que elige, sin importarle mucho sus debilidades, como lo hace con vos y conmigo, día a día. Nuestras debilidades, esa «bestia» que llevamos dentro del corazón y que nos «juega» malas pasadas tantas veces, no son para Él obstáculo, todo lo contrario, son el sustrato de humildad que debemos aceptar, que tenemos que tener para construir, confiando en Él. Volvamos a decirle a Jesús que queremos un puesto, pero el puesto del amor, el ser primeros y grandes para servir.

Hoy suena «durísimo» que Jesús diga: «No he venido a traer la paz a la tierra». ¿Cómo es posible que Él haya dicho eso?, si en muchos pasajes del Evangelio dice: «La paz esté con ustedes»; como cuando se les aparece a sus discípulos después de haber resucitado. En otro momento también dijo: «El que no está contra mí, está conmigo». Y en resumen, sabemos que Jesús vino a traer un mensaje de paz, entonces ¿cómo entender lo que nos dice en la Palabra de hoy? Para entender esto pensemos en tres cosas de Algo del Evangelio.

Primero, Jesús habla de «fuego»; en segundo lugar, habla de un «bautismo» y, por último, habla de la «división». Fuego, bautismo y división. Jesús viene a traer fuego, viene a traer el «fuego» de su presencia, el fuego del amor que ilumina, que quema y da calor; todo eso hace el fuego. Todo eso hizo Jesús con su presencia en la tierra y lo sigue haciendo.

Él es fuego que ilumina, que da un sentido nuevo a la vida, que nos permite ver las cosas de una manera diferente, que nos abre el entendimiento y nos revela otro panorama de nuestras vidas, haciéndonos ver cosas que no hubiésemos conocido de no ser por la fe. Es «fuego de amor» que quema, porque da ganas de vivir, de entregarse a los demás, da ganas de encarar las cosas de otra manera.

Y también su amor da calor, porque el que está cerca de alguien que ama a Jesús también se siente bien. Cuando sentimos frío, es el calor quien nos da cobijo y nos ayuda a mantenernos en pie. Por eso cuando Jesús está en nuestras vidas, nos ayuda a iluminar, a quemar y dar calor a otros.

En cuanto al bautismo del que habla Jesús, cuando dice «tengo que recibir un bautismo», ¿a qué se refiere? En definitiva a su muerte y su resurrección, a su entrega. Cuando nosotros recibimos el bautismo y participamos de esa vida de Jesús, también tenemos continuamente que aprender a morir y resucitar. Eso es el amor; el amor es tantas veces morir a un interés propio para renacer, para resucitar. El amor, como el fuego, quema y transforma las cosas. Por eso esto implica el bautismo. Vivir el bautismo, nuestra vida de bautizados es aprender a morir y resucitar continuamente en todo lo que hacemos, en cada acción. Eso es algo que nos podemos proponer hoy: «Quiero morir y resucitar, quiero vivir mi vocación de bautizado, quiero ser un verdadero cristiano que traiga fuego a la tierra como Jesús lo trajo a los discípulos y a partir de ahí se extendió por toda la tierra».

Y el último tema es el de la «división», que es con lo que empezamos, y profundizar esto nos va a ayudar a terminar de comprender… Jesús no se refiere a que quiere la división, que quiere la «guerra» –problemas– en la tierra; lo que está diciendo es que su presencia en el mundo trajo división. Porque el amor, en definitiva, «divide»; el amor nos guste o no –aunque es algo lindo para nosotros– nos divide, nos divide interiormente.

Por eso santa Teresa –una gran santa– decía: «A veces siento que soy dos, que hay dos en mí». ¿No te pasa que a veces sentís que tenés sentimientos y pensamientos encontrados? Unos que quieren entregarse, que quieren amar, que quieren vivir la vida plenamente; y otros que nos frenan, que nos hacen quedarnos, que nos hacen ser egoístas, que nos detienen para amar a los demás. Y eso pasa a nuestro alrededor: Jesús de algún modo trajo la división con su presencia porque –fijémonos en nuestras familias, en nuestro contexto– no todos creen, no todos se comprometen con el amor, no todos quieren vivir la vida cristiana, incluso otros –muchísimos– la rechazan. A eso se refiere hoy.

Por eso, tranquilo, tranquila, tenemos que estar tranquilos, tenemos que alegrarnos de que Jesús es nuestro fuego; Él nos invita a vivir el bautismo entregándonos en cada cosa que hacemos; y –aunque no lo quiera directamente y no nos guste– provoca la división con su presencia. Nos guste o no, divide. Por eso puede pasar que nuestros seres queridos no estén de acuerdo, tu mujer, tu marido y por ahí tus hijos, tus parientes o tus amigos, que a veces pueden estar en otra cosa.

Aprendamos a vivir la alegría de saber que Jesús nos eligió y que quiere que seamos fuego. Seamos fuego que ilumine, que queme y transforme la realidad que nos toque vivir, dando el calor de nuestro amor a los demás.