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XXIX Domingo durante el año

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».

Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?»

Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».

Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»

«Podemos», le respondieron.

Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».

Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».

Palabra del Señor

Comentario

Hoy, domingo, el día del Señor, como siempre es lindo pensar que tenemos que aprovechar para estar más con él, también con nuestra familia, para dedicar más tiempo a las cosas que nos alimentan el alma y nos hacen tan bien, y así, dejar de lado tantas cosas que a veces no nos dejan escuchar a nuestro Dios que es Padre y escuchar también a los demás.

Por eso, con Algo del Evangelio de hoy podemos intentar escuchar a Jesús más atentamente y fijarnos también en la actitud de los discípulos que nos enseña tanto.

Otra vez los discípulos no entienden mucho, están como «desubicados», como estamos viendo de hace ya varios domingos; están ubicados en otro lugar, no se dan cuenta en el fondo con quién están y lo que quiere Jesús de ellos. En realidad, como dije, no entienden mucho; no entienden casi nada. Jesús les venía hablando de su Pasión, les venía hablando hacía tiempo de entrega, de amor; y algunos –Juan y Santiago– están murmurando por atrás, buscando el modo de robarle un «puesto» a Jesús, olvidándose de sus hermanos. Una actitud bastante egoísta, parecida a tantas realidades de nuestro mundo.

Por eso Jesús les dice: «No saben lo que piden», no tenían ni idea lo que estaban pidiendo. Pero bueno, por sus deseos de grandeza, mezclado con una pisca de ambición, son capaces de decir que sí a cualquier cosa, incluso a un sufrimiento futuro que no saben que les vendrá, como tantas veces también nos pasa a nosotros. Los deseos de grandezas humanas se mezclan con nuestro amor, y podemos también cometer muchos errores.

Por eso Jesús con mucha inteligencia no se los reprocha; pero evita decirles que sí antes de saber qué quieren en el fondo. Él siempre tuvo esa gran capacidad de sacar lo mejor a veces de cosas no tan puras ni bien intencionadas. Les arranca un sí a ellos, antes de que ellos sepan a lo que se comprometen. «Sí podemos», dijeron ellos, pensando que lo sabían, pero no sabían lo que significaba ese «Bautismo» que Jesús iba a recibir, ni el «cáliz» que iba a beber; no sabían que su Maestro se refería a su Pasión, no sabían que se estaban comprometiendo a sufrir por amor a él.

Juan y Santiago dicen: «¡Podemos!», con mucho entusiasmo; pero pensando en un «puesto», en ese puesto que deseaban y Jesús en realidad –y eso es lo más lindo– les tiene preparado el mejor puesto y el primer puesto, que será finalmente el dar la vida, ser los primeros en dar la vida. Lo divertido, por decirlo así, es que los otros diez también muestran su debilidad y se indignan. No soportan que dos se queden con todo y que sean los primeros. Son tan ambiciosos en realidad como ellos; pero son incapaces de comprender el corazón de Jesús que les hablaba de otra cosa más profunda. Y acá está lo que propongo contemplar hoy: el corazón de Jesús; porque termina diciendo: «Háganse servidores para finalmente tener autoridad».

¿Cuándo caeremos en la cuenta en la Iglesia, en nuestras comunidades, en nuestras familias también, de esta enseñanza del Evangelio? ¿Será posible que tantas veces lo pasemos por alto? ¿Será posible que no entendamos que la verdadera autoridad es la que se funda en el amor y en el servicio; que la verdadera autoridad no significa ser primeros en todo, sino ser primeros en amar? Jesús no está en contra de que seamos primeros, en que deseemos cosas grandes y nos destaquemos en lo que hacemos, sino que lo que no quiere es que usemos eso para creernos superiores y finalmente someter a los demás.

Si somos buenos en algo, tenemos que usarlo para servir. Si nos tenemos que destacar en algo, no nos destaquemos para que nos digan que somos los primeros; destaquémonos para servir a los demás, para amar, en silencio. Esto no hay que llevarlo al extremo para descubrirlo, se manifiesta en cada cosa que hacemos día a día, empezando por la familia.

Hoy intentemos servir y no sentarnos primeros a la mesa para que nos sirvan los demás; levantémonos primeros de la mesa, pero no para ir a ver la televisión, una serie, sino para servir a los demás.

La comida familiar puede ser una gran imagen de lo que pasa finalmente entre nosotros, lo que le pasa a cada uno por el corazón: ¿Quién se sienta primero? ¿Quién se levanta primero? ¿Quién se sirve primero? ¿Quién empieza a comer primero? ¿Quién es el que está ahí esperando que le alcancen todo y quién es el que realmente quiere servir?, ¿quién no se quiere sentar en el medio para no pasar las cosas a los demás?

Bueno, Dios quiera que en este día, en el que estaremos seguramente en familia y con el Señor, nos demos cuenta de lo que hoy quiere Jesús para nosotros, a lo que nos invita: a no desubicarnos. Si Jesús nos vino a servir, entonces ¿cómo nosotros pretendemos ser servidos y ser primeros en comodidad, buscando que nos sirvan los demás? Bueno, nuestro corazón finalmente es débil, pero al mismo tiempo él nos llena con su gracia y de su amor para que podamos vivir esta enseñanza.