Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor
Comentario
Cuando no pensamos como piensa Dios, cuando no sentimos lo que siente nuestro Dios, sin darnos cuenta, aunque parezca muy duro, obramos como quiere obrar Satanás; no porque lo hagamos directamente, sino porque inconscientemente no tomamos el camino de la voluntad de Dios. Eso le pasó a Pedro, ¿te acordás en el Evangelio del domingo? Finalmente fue reprendido porque sus pensamientos no eran los de Dios y Jesús le dijo: «Ve detrás de mí, Satanás». No hace falta estar poseído por un espíritu para no obrar como quiere que obremos Dios. En definitiva, nuestra santidad es hacer la voluntad de Dios. Nos vamos santificando cuando cada día nos preguntamos: ¿Esto que estoy haciendo, esto que estoy pensando, esto que estoy sintiendo, es lo que siente y piensa Dios? Por eso, pidámosle mucho al Señor que nos ayude a que nuestros pensamientos siempre sean los de Dios, a que no nos opongamos nunca a su voluntad. Él siempre quiere lo mejor para nosotros y por supuesto entre lo bueno y lo malo, tenemos que elegir lo bueno. Pero entre muchas cosas buenas, siempre tenemos que elegir lo mejor. Esa es la voluntad de Dios.
Hay un salmo que quería que compartamos en este día que dice así: «Tus preceptos son para mí canciones mientras vivo en el destierro». Por eso, nos animamos a preguntarnos: ¿Son para nosotros los preceptos, las palabras de Dios como canciones? Porque te habrás dado cuenta que las canciones en nuestra vida tienen como esa capacidad de transportarnos a lugares, a situaciones, a esos momentos, vivencias que nunca olvidaremos porque nos marcaron. Cuando algo fue importante para nosotros en la vida, no lo olvidamos jamás y cuando una canción nos marca, es porque pasó algo junto con ella; o sea, las canciones se vinculan a una vivencia que nos marcó en la vida.
Bueno, lo mismo queremos y le pedimos hoy al Señor que nos pase hoy con sus palabras, con las palabras de Jesús; que al decirnos algo, que al tocar algo de nuestra interioridad, de nuestra vida concreta, de lo que hacemos cada día, de nuestro trabajo, de nuestros afectos, de nuestra familia, de nuestro apostolado, de lo que nos gusta y lo que no nos gusta tanto; que al tocar esa realidad que Dios quiere tocar con su Palabra, esa Palabra nos transforme y nos transporte como una canción inolvidable para nosotros mientras vivimos en este mundo que es como un destierro, de nuestra patria celestial; mientras vivimos entre tantas cosas, tanto ruido y sonidos que no tienen nada que ver con Dios.
Me animo a contarte algo que alguien que escucha los audios me contó una vez, y me dijo algo así: «Quería decirte lo que produjo la Palabra del Evangelio de ese día. Primero, Padre, se me quedaron grabadas esas palabras que decías de animarme a volver al Evangelio, a leerlo, y cuando lo hice…¡guau!, no sabes el efecto que produjo. Es como si de pronto se clavaran esas palabras en mi corazón y realmente me lastimaran. Me detuve ahí, en eso que no hubiese pensado jamás… En ese detalle… Y fue como una espada de dos filos. Dios se reveló ante mí en su Palabra. ¡Y ahora, por fin entiendo por qué él es LA PALABRA, entiendo por qué no nos dejó solos! Se quedó en los evangelios, en la eucaristía. Padre, ¡está VIVO!». Me decía esta persona: «Está con nosotros de manera presente y real». Una maravilla, no me olvido más. ¿Se necesita agregar algo?
Bueno, hoy escuchamos en Algo del Evangelio a un Jesús «movedizo», un Jesús que no se queda quieto, que va de acá para allá, recorre pueblos y ciudades. Hay algo muy claro en la escena de hoy –en todo el Evangelio–: cuando Jesús empezó a evangelizar, se decidió a salir, se lo tomó en serio, no se detuvo, no se quedó quieto, fue en busca de las personas. Las fue a buscar en sus dolores, en sus necesidades, en sus enfermedades, fue a donde estaban los necesitados. No se quedó detrás de un escritorio esperando que la gente llegue, él no fue un vago a la espera de los demás, hasta que a la gente se le ocurriera acercarse a él.
Cuánto nos enseña esto de hoy a todos, a toda la Iglesia, desde el papa, los obispos, sacerdotes, a todo el pueblo de Dios.
Otra cosa es que Jesús claramente no va solo, podría haberlo hecho, pero no quiso hacerlo así. Sí, Jesús siendo Dios no eligió andar solo como un ermitaño o, como diríamos hoy, como un francotirador –tirando tiros al aire para ver a quién casaba–. Jesús anduvo con los doce que él había elegido y también con muchas mujeres que lo ayudaban, muchas mujeres sanadas por él; o sea Jesús rompió todos los esquemas de es época al tener discípulas mujeres; no era propio de la época hacer eso, al revés, era algo escandaloso.
Ya sabemos que Jesús eligió a los doce que serán los primeros sacerdotes, los elegidos para celebrar después los sacramentos, para guiar a las futuras comunidades.
Pero ¿y las mujeres?, son mayoría; en realidad, decía el papa Francisco alguna vez que los laicos son la inmensa mayoría del pueblo de Dios. Ninguna novedad para la Iglesia. Pero hay mujeres que seguramente están escuchando este audio. Bueno, ustedes también tienen una gran tarea en la Iglesia; ustedes también estuvieron simbolizadas en las que estuvieron cerca de Jesús; ustedes también tienen una tarea en la Iglesia como la tuvieron en la vida pública de Jesús. El rol de las mujeres es indispensable en la Iglesia porque aportan cosas distintas a la gran familia, a la sociedad, que no podemos dar, por ejemplo, los sacerdotes, los varones.
Imagino a las mujeres amigas de Jesús aportando infinidad de detalles, además de sus bienes –como dice el Evangelio–, que aunque no están escritas seguramente fueron así.
Decía el papa Francisco también que de hecho una mujer, María, es más importante que los apóstoles –que los mismos obispos–, así que esto es para pensar; no para contraponer, ni para desunir, sino para unir, para sumar, para crear más, entre tantos miembros de nuestra familia la Iglesia. Y en esta escena entonces podemos contemplar el comienzo de lo que será, es y debe ser la Iglesia: una gran familia formada por hombres y mujeres con diferentes funciones, pero iguales en dignidad, siguiendo a nuestro Maestro.
Y como seguimos a Jesús, no podemos estar quietos. Si nos quedamos quietos, si esperamos a la gente, nos vamos a cansar de vernos las caras, nos aburriremos de nosotros mismos.
Si en nuestra parroquia, nuestro grupo de oración, nuestro movimiento, nos quedamos encerrados, no salimos a buscar a las personas que están destrozadas por la vida, ¿de qué tipo de Iglesia estamos hablando? Nos vamos a enfermar de egocentrismo, de mirarnos el ombligo. Hay que salir, ser movedizos. No puede haber una comunidad cristiana que no salga, que se quede quieta, que no busque evangelizar con su vida y con las palabras.