• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XXIV Viernes durante el año

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor

Comentario

Muchas veces se dice que el perdonar: «borrón y cuenta nueva», que es olvidar completamente las ofensas recibidas. Podríamos pensarlo así desde el lado de Dios; que Dios, de algún modo, se olvida de aquello que le debemos, como pasó con ese servidor de la parábola del domingo, que no solo no le estiró el plazo de pago, sino que le perdonó la deuda. A ese servidor no le alcanzaba la vida para pagar todo lo que debía. Tenía que vender a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, o sea, tenía que ser de algún modo esclavo de ese rey al cual le debía. Sin embargo, Dios le perdonó la deuda. Pero si lo miramos desde el lado humano, en el plano humano, en las relaciones entre nosotros, como después escuchamos en la parábola -cuando a ese servidor perdonado se le acerca un compañero, un hermano, a pedirle perdón o a pedirle, diríamos en lenguaje de la parábola, que le dé un plazo para pagar su deuda-, tendríamos que decir que el perdón no es olvido. Humanamente, deberíamos decir que es imposible olvidar completamente algo. Siempre nuestra memoria residual guarda en nuestro corazón las cosas lindas, los gozos, pero también guarda las tristezas. Nuestra memoria es como una caja donde todo se va guardando y algunas quedan escondidas -es verdad-, y de algún modo puedo decir que se olvida. Pero el perdón, en realidad, te diría que es un mirar a aquello que nos dolió, un mirar a esa persona que nos ofendió, de un modo distinto; un mirar como Dios mira, un mirar con misericordia, un pasar por alto ese dolor, un mirar la herida, pero al mismo tiempo aceptarla.

Me asombra ver en Algo del Evangelio de hoy a un Jesús, diría así, «movedizo», un Jesús que no se queda quieto, un Jesús que va de acá para allá, recorre pueblos y ciudades. No estaba acuartelado, encerrado. Sí, Jesús estuvo treinta años oculto; no encerrado, oculto -pensemos en eso-. Treinta años en silencio, trabajando. Aparentemente, para el mundo de hoy, no haciendo nada. Pero, en realidad, se estaba preparando para algo grande, para algo que era necesario, y que en tres años él solo podía hacer. ¿A vos qué te asombra del evangelio de hoy?

Hay algo muy claro en las palabras de esta escena –y en todo el evangelio– y es que cuando Jesús empezó a evangelizar, cuando se decidió a salir, se lo tomó muy en serio. No paró, no se detuvo, no se quedó quieto. Fue en busca de las personas. Las fue a buscar en sus dolores, en sus necesidades, en sus enfermedades. Fue a donde estaban las personas. No solo esperó a que vengan, aunque muchas se acercaron. Él iba a buscarlas. No se quedó detrás de un escritorio esperando que la gente llegue. No se quedó esperando que Herodes le dé el sí para poder caminar, sino que Jesús fue en busca de la gente. No fue un vago a la espera de los demás, hasta que a la gente se le ocurría acercarse a él. ¡Cuánto nos enseña esto hoy a todos!, ¿no? Especialmente en este tiempo. Desde los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, todo el pueblo de Dios, ¿qué hacemos? ¿Estamos saliendo o estamos esperando?

Y lo segundo es que Jesús nunca anda solo. Podría haberlo hecho solo, pero no quiso hacerlo así. ¡Qué extraño!,¿no? ¡Qué misterio! Si, Jesús, siendo Dios, no eligió andar solo por este mundo, como un ermitaño o -como diríamos hoy- un francotirador –mandando tiros al aire solo, para dar en el blanco-, sino que anduvo con los doce que él había elegido y también -como dice el evangelio de hoy- con muchas mujeres que lo ayudaron, muchas mujeres sanadas por él.

Jesús rompió todos los esquemas y pensamientos de la época en muchos aspectos al tener, por ejemplo, hoy discípulas mujeres. No era propio de la época que un maestro tenga mujeres como discípulas, era escandaloso. Seguramente lo criticaron, como nos critican en la Iglesia siempre a los sacerdotes y a cada uno que se decide evangelizar. Era raro que las mujeres lo sigan, pero por eso Jesús también rompió con la cultura y el pensamiento de esa época.

Y sabemos que Jesús eligió a los doce que serán después los primeros sacerdotes, los elegidos para prolongar el amor de Dios a través del tiempo, para celebrar los sacramentos, para predicar la Palabra, para guiar a las futuras comunidades.

Pero ¿y las mujeres?, nos podríamos preguntar. Son mayoría, como pasa hoy en día. Como decía el Papa Francisco: «Los laicos son la inmensa mayoría del pueblo de Dios y las mujeres la inmensa mayoría de nuestras comunidades». Mujeres que están escuchando este audio: ustedes tienen una gran tarea en la Iglesia. Ustedes están y estuvieron cerca de Jesús, como esas discípulas que lo seguían y que lo amaban y que lo ayudaban. Ustedes tienen una tarea en la Iglesia como la tuvieron en ese momento en la vida de Jesús. El rol de ustedes en la Iglesia es indispensable, porque ustedes aportan el corazón a la familia de Dios, a la Iglesia, a la sociedad, que no podemos dar nosotros los varones, los sacerdotes.

Imagino a las mujeres, amigas de Jesús, aportando infinidad de detalles a la evangelización -además de sus bienes, como dice la Palabra- y cosas que, aunque no están en el evangelio, seguro que fueron así. Finalmente, de este evangelio podemos contemplar el comienzo de lo que será y debe ser la Iglesia: una gran familia formada por hombres y mujeres débiles, con diferentes funciones, pero iguales en dignidad, siguiendo a Jesús y buscando la santidad; sino ¿qué estamos haciendo?

Y como seguimos a Jesús no podemos estar quietos. Si nos quedamos quietos, si esperamos a la gente, nos vamos a cansar de vernos las caras, nos vamos a aburrir entre nosotros. Si en nuestra parroquia, en nuestro grupo –sé que muchos grupos de oración y comunidades escuchan estos audios–; si en tu movimiento se quedan encerrados, no corren, no salen a buscar a las personas que están destrozadas por la vida, ¿de qué tipo de Iglesia estamos hablando?

No puede haber una comunidad cristiana que no salga de sí misma, que se quede quieta. Jesús nunca se quedó quieto, no perdió el tiempo en críticas y habladurías, sino que siempre siguió adelante.