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XXIV Sábado durante el año

Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola: «El sembrador salió a sembrar su semilla.

Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo. Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad. Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.

Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno.»

Y una vez que dijo esto, exclamó: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!»

Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender.

La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.

Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.

Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.

Palabra del Señor

Comentario

«Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo valiéndose de una parábola». Hay que ponerse en contexto, en ese lugar, en ese momento, en esa situación de la historia, en la que Jesús aprovecha las multitudes para enseñarles. Las multitudes seguramente buscaban otra cosa; buscaban saciar su deseo de ser sanados, curados, su deseo de alimento, por los milagros que él hacía. Pero, sin embargo, Jesús les enseña. ¡Cuánto nos enseña este Evangelio de hoy! ¡Cuánto nos enseña a los miembros de la Iglesia, a los que evangelizamos, cuando pensamos que hay que darle a las personas, a los corazones, lo que ellos buscan! No siempre, no siempre es así. Tenemos que aprender a discernir, como lo hizo Jesús en ese tiempo. Hoy las multitudes también están hambrientas de Jesús; hoy más que nunca. Y también nos equivocamos, porque no escuchamos a Jesús. No nos damos cuenta de que las personas necesitan la Palabra de Dios. Necesitan escuchar qué es lo que Dios dice y enseña, qué es lo que Dios quiere. Porque solo desde ahí, solo desde adentro del corazón, siguiendo las enseñanzas de nuestro Padre del cielo, vendrá la verdadera sanación de los corazones. Todo lo demás –sí– puede venir (las curaciones del cuerpo, la expulsión de demonios, los milagros de la multiplicación de los panes), pero lo que la Palabra da no lo puede dar otra cosa que la boca y el corazón de Jesús.

Hablándonos en parábolas, Jesús, en Algo del Evangelio de hoy, también nos enseña, de algún modo, cosas sin decirlo, con su modo de enseñar. Nos enseña que la realidad que nos circunda, las cosas que pasan, no se definen con una frase, con una idea, ni con una sola parábola, por ejemplo; sino que con muchas frases y muchas parábolas uno puede acercarse un poco más a la verdad del Reino de Dios, pero que jamás podremos atraparla del todo. Al hablarnos del Reino de Dios en parábolas, él nos enseña a ser humildes de algún modo, a ir entendiendo de a poco y, al mismo tiempo, saber que jamás entenderemos todo. Por eso «Algo» del Evangelio, ¿entendés? Cuando queremos atrapar la verdad, hacerla nuestra; cuando creemos que sabemos todo de Dios, de nuestra fe, de nuestra vida espiritual, de lo que nos pasa –por saber algunas «frases» que son verdad–, es cuando en realidad sabemos muy poco. Por eso, la escena de hoy nos regala una de las parábolas aparentemente más sencillas, pero al mismo tiempo más profundas.

Tu vida, y la mía, la verdad que es un poco de todo. Es compleja. Todo está mezclado en nuestro corazón. Tenemos, por decirlo así, todos los terrenos en el corazón. No somos lo uno o lo otro. No somos blanco y negro, también hay grises. Hay terrero pedregoso también. Tenemos malezas, partes de camino duras y, también, tierra fértil. Algunas palabras de Dios prenden, crecen –por decirlo así–, «germinan», fácil en nuestro corazón y otras, lamentablemente, las desperdiciamos. Con algunos temas de la Palabra de Dios nos entusiasmamos más y otros ni los escuchamos. En nuestro corazón además tenemos que reconocer que también hay cizaña sembrada por el «enemigo», hay maleza, o por personas que se disfrazan de «enemigos» y actúan en nuestra vida como sembradores de cizaña. Y además nosotros mismos también nos transformamos en tierra fértil para la cizaña, cuando no rechazamos el mal en nuestro corazón y somos, de algún modo, nuestros propios «enemigos». ¿Cuántas veces somos nosotros mismos los que boicoteamos la acción de Dios en nuestro corazón y no dejamos que prevalezca la buena semilla y el amor?

¿Qué podemos hacer? ¿Rasgarnos las vestiduras?, ¿golpearnos el pecho? No. Podemos ser tierra fértil cada día un poco más, hoy, en este día, en este sábado.

Tenemos que ser tierra de la buena, de la que recibe la Palabra, la que le da un buen espacio de crecimiento, le da aire, la riega, le remueve alrededor para que penetren los nutrientes, le quita las espinas, la abona y sabe esperar para ver el fruto. Porque para ver el fruto hay que esperar. La dinámica de la Palabra de Dios en nuestra vida es como la semilla y la tierra. Es una relación constante que no termina nunca. Una necesita de la otra. Es un trabajo de todos los días. La semilla de la Palabra de Dios necesita de nuestro corazón y necesita también un buen ambiente para crecer. La semilla tiene todo su potencial y nosotros también.

En la semilla está todo lo disponible para que se produzca un árbol lleno de frutos. La semilla está todos los días disponible. La estás escuchando ahora, en este audio. Todos los días podés escucharla. Tu respuesta es hoy, no mañana. No hay que posponer. Nuestra respuesta no es a futuro, es ahora. Podemos dar mucho fruto. Podemos dar mucho más de lo que damos. Podemos hacer algo más para amar, para perdonar, para crecer, para ayudar, para hacer crecer a otros. Podemos mucho más. No seamos mezquinos, no midamos tanto. Dejemos que el amor de Dios que es inmensamente generoso –como este sembrador de la parábola que siembra sabiendo que mucho se perderá–; que esta verdad, nos transforme en serio. No nos conformemos con la mediocridad de este mundo y, muchas veces, de nuestra amada Iglesia, que no termina de despertarse para llevar el mensaje de Dios a los demás. «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».