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XXIII Viernes durante el año

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?

El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor

Comentario

El sordomudo que fue curado por Jesús, en el episodio del domingo pasado, en realidad era un tartamudo, una de esas personas que no pueden hablar bien porque en definitiva algo les pasó que no escucharon bien, por lo tanto no aprendieron el lenguaje. Por eso era, toda una imagen y es toda una imagen de lo que nos pasa a aquellos que no hemos aprendido a escuchar bien, que en definitiva deberíamos reconocer que a todos nos pasa de alguna manera. Somos tartamudos en el hablar de Dios, en el hablar del amor, estamos llenos de palabras que, en definitiva, no son las palabras que Dios quiere que salgan de nuestra boca. Por eso pidámosle al Señor también que nos suelte la lengua y que nos haga hablar solo de él, sin miedo, con fortaleza, con alegría, pero por eso tenemos que escuchar cada día la Palabra de Dios. Solo tu Palabra, Señor, nos sanará y nos purificará de tantas inmundicias que se han impregnaron en nuestras almas por escuchar tantas cosas sin sentido, incluso tantas cosas malas. Por eso, él escucha de tu Palabra, la que purificará nuestros sentidos, nuestra vista, nuestro tacto, nuestro gusto, todo lo que hacemos día a día por acercar a los demás a tu corazón. Señor, decinos al oído y tocanos los oídos, diciéndonos una vez más: «Ábrete», para que se nos suelte la lengua y comencemos a alabarte.

Hoy voy a dejar este audio lleno de preguntas para que por lo menos podamos responder alguna, para que nos podamos responder alguna durante el día. Por ahí es demasiado y no podemos con todas; son muchas preguntas, pero no importa, quedémonos con la que más nos guste, con la que más nos toque el corazón, no nos atragantemos. La Iglesia todos los días nos alimenta con la Palabra, con el Pan de la Palabra, pero no todos los días podemos comer todo el plato; a veces porque no tenemos hambre; otras, porque preferimos comer otra cosa y nos distraemos; otra, porque no nos gusta y entonces pasamos de largo, y otras porque a veces es demasiado y al final no podemos con todo y nos quedamos sin nada. Por eso al escuchar la Palabra de Dios siempre es bueno seguir el consejo y el principio espiritual de san Ignacio de Loyola y de tantos padres de la Iglesia y maestros de la espiritualidad, pero san Ignacio lo decía así: «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente»; mejor es que nos quedemos con algo, pero en serio y profundo. Es mejor esto que pretender abarcarlo todo y no quedarnos con nada. ¿Cuántas veces nos pasa esto? Terminamos de escuchar y no nos quedamos con nada. Por eso sentir y gustar, experimentar y saborear las cosas de Dios hace que no las olvidemos jamás.

De la misma manera, nos pasa con la comida, cuando masticamos mucho la comida, le sentimos más el gusto, la digerimos mejor y nos alimentamos en serio; ahora, cuando masticamos poco y tragamos rápido, no digerimos bien y ese alimento no nos nutre de la mejor manera posible.

Por eso hoy acordémonos de esta frase: «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente». Y van las preguntas para que meditemos: ¿Por qué a veces somos capaces de tomar el lugar que le corresponde a Dios y nos creemos con el derecho a juzgar? ¿Por qué juzgamos cuando en realidad el verdadero Maestro todavía no juzgó?

Nos olvidamos que Jesús nos dice que «seamos misericordiosos, como el Padre nuestro es misericordioso»; que hace llover sobre buenos y malos; nos olvidamos que Jesús no vino al mundo para juzgarlo, sino para salvarlo, y lo dice él mismo de sus propias palabras, y que el que se condena, se condena a sí mismo, que Jesús no quiere condenar a nadie en realidad. Solo quiere salvar, se condena en realidad el que no acepta ese amor misericordioso del Padre.

¿Es posible que a veces seamos capaces de estar mirando el defecto o el pecado ajeno y no nos demos cuenta de todos nuestros pecados y defectos?

¿No será que nos queda por conocernos mucho más todavía? ¿Todavía pensamos que nos conocemos plenamente?

¿No será que estamos a veces un poco ciegos por la viga que llevamos en el ojo y queremos guiar a los demás estando así, un poco ciegos? ¿No será que todavía no tomamos conciencia de todo lo que Jesús nos perdonó y toda la paciencia que nos tiene día a día? ¿No será que perdemos la memoria de tanto amor?

¿No será que nuestra ceguera espiritual no nos deja ver, y por ver mal juzgamos mal? ¿No será más eficaz y edificante dedicarnos a sacar tantas vigas de nuestros ojos que no nos dejan ver? ¿Cómo pretender corregir si todavía no podemos con nosotros mismos?

Bueno, Dios quiera que alguna de estas palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy y estas preguntas que quise hacernos nos ayuden a saber y a gustar internamente de las cosas de Dios y que nos quedemos meditándolas durante este día, mientras hacemos lo que tenemos que hacer, o mejor, tomándonos un tiempo para empezar este día de la mejor manera.