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XXIII Miércoles durante el año

Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!

¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!

¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!

¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!

¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!

Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!

¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!

¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Palabra del Señor

Comentario

Corregir por amor y dejarse corregir nos sitúa en el lugar correcto, en el lugar que debemos estar, en el lugar que nuestro Padre del cielo quiere y desea para cada uno de nosotros. En la hermandad, en la gran hermandad de los hijos de Dios, que por ser hermanos y ser hijos de un mismo Padre, nos debemos considerar como iguales, como capaces de hacer muchas cosas buenas; pero también capaces de equivocarnos. Y por eso podemos rectificar siempre el camino si un hermano se acerca con humildad a corregirme. La gran condición de la corrección fraterna, tanto para ser recibida como para darla, es la humildad; el reconocimiento de nuestra pobreza, tanto a veces material como espiritual, de nuestra necesidad de recibir el amor, de no creernos autosuficientes. Solo el que es humilde puede corregir y solo el que es humilde puede dejarse corregir.

Las palabras de Algo del Evangelio de hoy, en la montaña, en el famoso sermón de la montaña, se vuelven, por un lado, palabras de alegría, de invitación a una felicidad verdadera; esa felicidad que viene de lo alto, no la que nos promete este mundo, sino la que él nos regala. Jesús al expresar las bienaventuranzas nos hace una descripción de su rostro y, describiéndonos su rostro, nos describe su corazón. Nos abre el corazón, como si nos dijera: «Miren. Este es mi corazón, así soy yo, aquí estoy yo».

Las bienaventuranzas no son nuevos mandamientos, son promesas de Dios Padre. No son para cumplirlas, sino para vivirlas, encarnarlas. Porque Dios nos promete una felicidad siguiendo el camino que él nos señala, siguiéndolo a él, viviendo como él. No imaginemos que son más mandamientos, más peso, cosas imposibles de hacer, sino que son un don que se nos da desde el corazón desbordante de amor de Jesús, que nos invita a vivir esto; dándonos, al mismo tiempo, la fuerza para hacerlo. Por eso somos felices cuando creemos en las promesas de nuestro buen hermano Jesús. Eso ya nos pone en el camino de una felicidad distinta. Vamos a ser más felices si le creemos más a él que a las promesas que nos hacen de todos lados haciéndonos «creer» que por tener mucho y ser reconocidos seremos felices.

Seremos felices, bienaventurados, si creemos más en Jesús que en nuestros deseos humanos de felicidad –aunque sean legítimos–. Seremos felices si confiamos en que todo esto es verdad. ¿Qué es verdad? Que la pobreza espiritual nos hace vivir ya en la tierra algo de la felicidad que tendremos algún día en el cielo y que no tendrá fin. Porque vive el Reino de Dios aquel que se siente y vive como hijo, como el hijo. «No pretendiendo grandezas que superan su capacidad, sino el que acalla y modera sus deseos como un niño en brazos de su madre» como dice el Salmo. El pobre de espíritu es el que acalla y modera sus deseos, a veces muy pretenciosos; el que no pretende abarcarlo todo; el que vive el día a día como si fuera un regalo, porque lo es, y por eso cuida la vida, su propia vida y la vida de los demás amando; el que no está angustiado por el futuro, por cómo va a hacer para resolver esto o lo otro, porque está tranquilo en Dios. Por eso, hoy seremos más felices si no nos angustiamos de más, por lo que viene mañana, sino que entregamos todo a nuestro Padre sabiendo que vendrá algo mejor.

Hoy vamos a tener un poquito más de felicidad si creemos que, aunque tengamos un poco de hambre de amor, de afecto, de cosas que realmente necesitamos, confiamos en que vamos a ser saciados y que solo nuestro Padre nos saciará.

Hoy vamos a ser un poco más felices si, aunque estemos llorando por alguna situación, por alguna angustia, por una muerte, por una ausencia, por una falta de trabajo, por falta de salud, por peleas en nuestras familias, por frustraciones diarias; seremos felices si confiamos en que el consuelo verdadero nos vendrá de él, si nos acercamos a él, si nos arrodillamos ante él, si le dedicamos más tiempo a nuestro buen Dios, si nos entregamos a los demás haciendo algo por ellos.

Hoy vamos a ser un poco más felices si, aunque nos burlen en nuestra casa, en el trabajo, en la universidad, nos damos cuenta de que no hay nada más lindo que sufrir algo por amor de Dios, por ser discípulo de Jesús, uniendo nuestro sufrimiento al de él. Porque esa unión da una felicidad que solo puede explicar aquel que tiene fe, aquel que sabe sufrir a causa del Reino de los Cielos.

Y ¡ay de nosotros! si hoy vivimos como si no necesitáramos nada; llenos de todo, pero en realidad llenos de nada. ¡Ay de nosotros! si pensamos que comprar algunas cosas va a saciar nuestra hambre de felicidad. Y ¡ay de nosotros! los que creemos en Jesús y vivimos de la risa y no nos damos cuenta del llanto y del sufrimiento de los que más nos necesitan, de los que tenemos alrededor. Podemos reír, sí, está bien, pero no podemos olvidarnos de los que sufren y de los que lloran.

¡Ay de nosotros! los que creemos en Jesús, en un Dios crucificado y resucitado por amor y nos dejamos llevar por los elogios y aplausos de un mundo que busca el éxito a toda costa, el placer por encima de todo y la riqueza como medida de la grandeza.

Que hoy Jesús nos libre de todo esto, pero, fundamentalmente, nos abra las puertas a la felicidad, a su promesa de felicidad eterna, que empieza acá en la tierra, y que depende de nosotros, depende de vos y de mí. Que hoy podamos vivirla, en este día.

Que las palabras del corazón de Jesús, de estas bienaventuranzas, nos ayuden a vivir un día en paz y que podamos encontrar la felicidad que él nos promete.