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XXIII Martes durante el año

En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Palabra del Señor

Comentario

¡Abrime, Señor, abrime los oídos!, como lo hiciste con ese sordomudo del Evangelio del domingo. Si vos me abrís los oídos, podré escucharte, podré disfrutarte y enamorarme, podré gozarme de tu dulzura, de tu amor, de tus consuelos. Mi lengua estaba media trabada para poder alabarte, está enredada y no puede decirte lo que mi corazón siente, no te habla, no te alaba, porque no sabe disfrutar de las maravillas de tu Palabra. Abrinos los oídos, Señor, para que podamos escuchar tu música tan dulce, la música del corazón, la música de tu Palabra que me habla de tantas maneras, de tantos modos, para que tu amor me enamore, para llevarme al desierto una vez más diciéndome lo que necesito al corazón.

Continuemos también con el salmo 118: «Tus manos me hicieron y me formaron, instrúyeme para que aprenda tus mandamientos». Es lindo saber y sentir que las manos de Dios nos formaron, que Dios es como un alfarero, que disfruta amando a su creatura, llenándola de su ternura al formarla. Es bueno saber, al mismo tiempo, que el pecado nos fue deformando y que, a causa de eso, perdemos el color y la forma que Dios soñó para cada uno de nosotros. La maravillosa obra de Dios que somos vos y yo, todo ser humano, pierde su rumbo y su guía por apartarse de los mandamientos de Dios, que no son otra cosa que eso, rumbo, guía, luz para el camino. Por eso debemos pedirles a esas manos que nos hicieron y formaron, que nos instruyan, que nos vuelvan a dar la forma original. Debemos pedirle a la mano poderosa de nuestro Padre que se pose sobre nosotros para hacer lo que tenga que hacer, para acariciar, para corregir, para cariñar, para abrazar, para consolar, para reprender incluso. No podemos tenerle miedo, debemos dejarnos sostener por las misericordiosas manos de nuestro Padre.

Un modo de ir transformando de a poco nuestro corazón, para que se parezca más al de Algo del Evangelio, o sea, al corazón de Jesús, es dejar que su corazón se vaya «metiendo» en el nuestro. Implica tener una actitud más receptiva que activa, aunque en realidad ser «receptivos» es ya de por sí una actitud que necesariamente pida que «hagamos algo», que nos hagamos receptivos, o sea, también es un modo de actividad. No es fácil ser receptivos, no es fácil decirnos a nosotros mismos cada día: «No voy a hacer nada», solo voy a recibir, para poder en realidad hacer mucho. No es fácil decirnos: «Voy a dejar de correr un poco». Muchas veces en la vida «no hacer nada» es hacer mucho, porque aunque nos parezca a veces una contradicción, no hacer nada es entregarse, y para eso hay que trabajar. Siempre hay tiempo para la acción, siempre encontramos motivos y situaciones para hacer cosas, nos sale naturalmente y es bueno que así sea, porque estamos «hechos» para ser también cocreadores con nuestro Padre del Cielo, para soñar y hacer grandes cosas en este mundo, según los dones que él nos dio.

Pero al mismo tiempo es bueno darnos cuenta que para encontrar la mejor versión de nosotros, eso que anda escondido, para que salga lo más genuino de nuestro corazón, es necesario tomarnos tiempo, apartarnos y escuchar al que más sabe, al Padre de Jesús y de nosotros. Dejemos de correr, como hizo Jesús, que supo dejar de correr y frenar. Él necesitó hacerlo y lo hizo. No tuvo problemas en estar treinta años apartado de toda actividad, para hacer lo que tenía que hacer, y en medio de la actividad, también cuando le tocó, supo «escaparse» para estar solo con su Padre y decidir lo mejor para establecer el Reino de Dios en la tierra. Pensemos en esa noche de diálogo con su Padre. Pensó a quién quería y debía llamar para estar cerca de él y sintió en lo profundo de su corazón quiénes debían ser sus apóstoles, aquellos que continuarían su obra en el mundo. Qué lindo que es imaginar que en ese momento fue el momento finalmente en donde la Iglesia empezó a nacer en su corazón, en donde también soñó formar una familia, con vos y conmigo, con todo el mundo.

Las cosas grandes y lindas, las obras que perduran en el tiempo, no nacen de un impulso de nerviosismo, de un arrebato místico maravilloso, tampoco de una pelea con alguien, de una idea aislada. No, las grandes obras de Dios, como la Iglesia que Jesús quiso fundar para darnos a nosotros la posibilidad de conocerlo, nacen de la fecundidad de una actitud que sabe esperar y escuchar, sabe dejar de correr. Él supo esperar y escuchar a su Padre. No eligió con el apuro de aquel que desea hacer su proyecto y su plan. Jesús supo retirarse para enseñarnos que los nacimientos deben estar precedidos siempre por deseos del corazón, de sueños, de una voluntad que busca lo que desea y que sabe que las cosas grandes se van gestando y desarrollando en el tiempo. Así se concibió la Iglesia, podríamos decir que en esa noche. También ahí, en esa noche de oración Jesús, pensó en vos y en mí, nos deseó con todo su corazón para que seamos discípulos en estos tiempos, los apóstoles de este tiempo.

Hoy recemos con esta verdad. Él no improvisó, se tomó un tiempo apartándose un poco de todo. Hagamos lo mismo hoy, de alguna manera. Hagamos lo mismo, si necesitamos tomar una buena decisión, si necesitamos elegir algo importante, si necesitamos madurar una intuición que nos persigue, un sueño posible, si estamos por dar un paso necesario que no nos animamos. Apartémonos para rezar. Recemos también imaginando a Jesús esa noche. No somos frutos de la improvisación divina, no somos un producto del azar, somos amados y deseados por un Dios que es Padre y que desde siempre nos eligió por medio de su propio Hijo y que, al mismo tiempo, con su vida nos enseña el camino de la sabiduría y de la paciencia.

Si nos apartamos un ratito, el mundo no se vendrá abajo, al contrario, seguirá bastante igual, pero nosotros estaremos distintos para poder mejorarlo algo con nuestras decisiones y nuestra alegría.

Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.