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XXIII Domingo durante el año

Jesús dijo a sus discípulos:

Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.

Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

Palabra del Señor

Comentario

Otro día del Señor, otro domingo que se nos vuelve a regalar. Es, como siempre, para agradecer, para disfrutar, aunque estemos viviendo situaciones distintas y difíciles cada uno de nosotros, esparcidos por el mundo. Entiendo que no es fácil, todos lo entendemos. Entiendo que no todas las familias, por ahí, pueden vivir el domingo como de alguna manera la Iglesia nos propone. Entiendo que no siempre nuestros hijos lo entienden, lo quieren, y eso muchas veces hace sufrir a los padres. A veces también entre esposos. No todos comprenden lo mismo. No todos quieren vivir lo mismo. Entiendo que no todos ven el domingo como un día para dedicarle más al Señor y a nuestros hermanos. Lo entendemos y sé que también lo entendés, pero no nos desanimemos. Sigamos apostando a cuidar el domingo, a custodiarlo; a cuidar la familia, la que tengamos; a no escondernos y seguir luchando por vivir un día distinto, como nuestro buen Dios lo quiere.

Algo del Evangelio de hoy nos habla y nos introduce en lo que llamamos, tradicionalmente en la Iglesia, «corrección fraterna», la corrección entre hermanos fraterna. Preguntas que me vienen: ¿Corrección fraterna? ¿Ir a corregir a un hermano teniendo yo muchos pecados también? ¿Hacerse cargo del otro de alguna manera? Suena un poco difícil, extraño y hasta a veces casi imposible.

Porque ¿qué tengo que esperar?, ¿no tener ningún pecado para ser también hermano de otros y corregir? Mucho más en un mundo donde parece que «todo vale», donde finalmente lo importante es que uno sea feliz a su manera y no dejándose guiar por la Palabra. Donde parece que todo es bueno y es aceptable que cada uno haga lo que le parezca o lo que sienta, sin importar tanto si es verdad o no ese pensamiento o sentimiento o ese modo de obrar. Escuchaste alguna vez, seguramente, esa frase que dice: «Y si lo hace feliz, que haga lo que quiera». Tiene parte de verdad, pero es tan común escucharla. Esa es la ley del mundo de hoy, del pensamiento mundano – podríamos decir-. Mientras no molestes a nadie, mientras no le hagas mal a nadie y, además, mientras vos consideres que lo que hacés está bien, alcanza, con eso basta. No hay ninguna ley superior, mucho menos la ley de Dios, que pueda regir nuestra vida. Parece ser que no hay una verdad clara, en donde debemos confrontar lo que hacemos. Es la ley del respeto, pero mal entendido, la ley de la libertad mal entendida, mal interpretada. En el fondo es la ley del relativismo, donde se proclama que no hay verdad, pero en el fondo es una dictadura del relativismo. En el fondo esa supuesta «no verdad», que proclama el relativismo, se transforma en verdad para los que piensan así y por eso les enoja que otros tengan otra verdad.

Sin embargo, ¿te parece que Jesús puede pensar así?, ¿un cristiano puede pensar así? ¿No sería una gran contradicción? La enseñanza de la palabra de Dios es todo lo contrario, la de hoy: «Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a un hermano». Bastante distinto, ¿no? Ese es el mandato de Jesús, que nos sintamos hermanos, que nos tratemos como hermanos, que nos cuidemos como hermanos, que no permitamos que un hermano se pierda. Somos hijos de un mismo Padre. Corre por nuestras venas la misma sangre divina que nos va santificando y sanando por medio del amor, para que algún día todos estemos con él en el cielo. Por eso, si un hermano sufre, yo sufro con él. Si un hermano se alegra, me alegro con él. Por eso tenemos que cuidarnos entre nosotros, y el pecado es lo que hiere la relación entre hermanos. Si eso es así, si creemos esto- que somos realmente hermanos-, ¿cómo me va a dar lo mismo que mi hermano se equivoque y se salga del camino? ¿Cómo no voy a aceptar que un hermano me corrija a mí cuando yo me equivoco? No es lo mismo, no puede darme lo mismo. Jesús nos pedirá cuentas de algún modo de nuestros hermanos, de aquello que hemos podido hacer algo y no lo hicimos. Nos preguntará si nos hicimos cargo de los otros de algún modo, si de verdad los consideramos hermanos o no y si nos dejamos corregir también por los demás. ¡Qué difícil es dejarse corregir!

La corrección fraterna claramente no es fácil, lo sabemos. No es para cualquiera, digamos así. Es para aquellos que se sienten hermanos de verdad, que buscan la santidad; para aquellos que tienen fe, para los que creen en la fuerza del amor y del perdón, y saben que Dios Padre puede hablarme a través de otro, no solamente en mi silencio. Se necesita para esto, por supuesto, mucha humildad. Pero es maravilloso pensar que en el cielo pueden «desatarse o atarse» las cosas según nuestra manera de obrar. Podemos con nuestro amor ayudar a que alguien «desate» de su corazón el pecado, o bien podemos pecar de omisión dejando que alguien se quede «atado» a su pecado. Ese poder tan grande que nos dejó el Señor es un gran misterio: desatar o dejar atado. Corregir y ayudar o callar y dejar pasar.

La corrección entre hermanos es un don que debemos pedir en la oración. No puede darse si no se acepta con humildad también ser corregido. Cuando nos reunimos en su Nombre, él está. Cuando nos unimos a pedir algo a nuestro Padre del cielo, él lo concede. Por eso hay que pedir cosas grandes: la salvación de los que se están perdiendo por el pecado (nuestros hijos, nuestros seres queridos, nuestros amigos). Pidamos tener el amor suficiente para darnos cuenta que corregir también es amar y que, para corregir bien, hay que corregir por amor, con amor, por el bien del otro y estar dispuestos a ser corregidos. Nos salvamos juntos, de algún modo, ayudándonos entre todos. O nos quedamos solos y, en el fondo, no nos salvamos.

La hermandad que llegará al final de los tiempos, cuando vuelva Jesús, tenemos que empezar a vivirla desde acá y se va forjando cada día con nuestra manera de obrar: desatando y atando con nuestro amor o con nuestra falta de amor.