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XXII Miércoles durante el año

Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.

Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.

Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.» Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.

Palabra del Señor

Comentario

En el Evangelio del domingo, Jesús criticaba a los fariseos por caer en la hipocresía, por olvidarse de lo esencial y pensar que la impureza del corazón provenía de las impurezas exteriores. «Ustedes siguen tradiciones humanas, pero se olvidaron del mandamiento de Dios», les dijo Jesús. Eso es verdad y hay que afirmarlo una y mil veces. No podemos vivir una religiosidad profunda y sincera si no vivimos finalmente con alegría aquello que Dios nos manda, que es finalmente lo más sagrado y lo más lindo: el amor. Sin embargo, podemos caer en el otro extremo que tanto se pregona hoy, que finalmente parece que lo exterior no interesa para nada. Nosotros también vivimos una religiosidad que está cargada de simbologías, especialmente en nuestras liturgias, que nos ayudan a interiorizar la verdad. Por eso no hay que despreciar ni una cosa ni la otra, no hay que oponer. Cuidado cuando escuchas a aquellos que se oponen, que les encanta oponer. Hay que olvidarse de todo lo exterior, lo único que importa es el corazón, o aquellos que dicen: «¡No!, hay que poner todo el acento en lo exterior». Son las dos cosas. Por eso, cuando escuches a alguien que opone demasiado, olfatea que algo no anda tan bien.

Para seguir, también quería que recordemos las palabras de la Carta de Santiago, donde se habla sobre la Palabra. Dice así: «Pongan por obra la Palabra y no se contenten solo con oírla, engañándose a ustedes mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo, se contempla, pero yéndose se olvida de cómo es». ¡Qué lindo!

La Palabra de Dios, por ser lo que Dios desea para nosotros, es como un espejo para nosotros mismos, nos permite conocernos, nos permite saber realmente quiénes somos, nos permite saber qué es lo que necesitamos, a qué estamos aferrados, de qué cosas tenemos que liberarnos, qué cosas también tenemos que proyectar y soñar.

La Palabra es todo, porque es lo que Dios quiere decirnos, lo que él nos enseña, y por eso intentemos quedarnos siempre con algo de lo que se nos dice, pero intentemos ponerla en práctica, intentemos meditarla.

Hoy pretendo dejar algunas preguntas para que podamos hacer este camino, para que podamos juntos ponernos frente al espejo que es el mismo Dios que nos habla, porque somos imagen y semejanza de él, para que reflejándonos podamos ver en qué cosas nuestra imagen está algo deformada o está alejada del deseo de Dios, en qué cosa también nos estamos pareciendo más a él, a Jesús, que es la «imagen del Dios invisible».

Y por eso creo que nos puede ayudar Algo del Evangelio de hoy, donde vemos a un Jesús en todo su esplendor –por decirlo de alguna manera–, un Jesús que enseña, que cura dolencias y que vence a los demonios. Esta triple dimensión de la misión de Jesús, que se manifestó en su vida terrenal, pero que sigue manifestándose hoy, silenciosamente, a través también de su Iglesia. Él sigue enseñando, sigue curando, sigue venciendo al demonio y, al mismo tiempo, vemos que Jesús se aleja un poco también de la multitud porque necesita algo de paz.

Por eso hoy hagámonos juntos algunas preguntas que nos pueden ayudar: ¿Qué cosas de las enseñanzas de Dios todavía no asimilamos? ¿Qué cosas todavía no comprendemos porque no hicimos el esfuerzo para lograrlo? ¿Qué cosas rechazamos a veces de la Palabra porque no nos gustan o no nos caen bien? ¿Qué cosas nos producen un poco de resistencia? Esto a veces nos puede pasar con la Palabra de Dios y con las enseñanzas de la Iglesia. ¿Qué cosas no asumimos de corazón y que, en realidad, son para nuestro bien? Me parece que hay algo que no podemos olvidar o dudar, y es que… ¿cómo es posible que Dios Padre pueda enseñar algo que hace mal al hombre si el hombre es su propia criatura y, además, la más amada?
Animémonos a preguntarnos: ¿Qué enseñanzas de Dios dejamos de lado, las cajoneamos, las dejamos ahí y no las reflexionamos, o incluso a veces nos damos el lujo de cuestionar? ¿De qué dolencias necesitamos que Dios nos sane?, ya sea morales, espirituales o físicas.

Y a veces acarreamos cosas físicas que quisiéramos que Dios nos libre de ellas, y puede ser que nos libre, pero Jesús libera también los dolores «físicos» para que nos demos cuenta que hay algo más profundo, que existen otras dolencias morales o espirituales que son las que nos atormentan profundamente, como nuestras propias debilidades psicológicas; las debilidades o pecados de los otros que nos hacen sufrir; las debilidades que no sabemos sacar adelante por temor o impotencia y, por supuesto, el pecado, que es lo que nos ata y nos destruye, el pecado que no nos deja acercarnos al Padre. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, no podemos olvidar que ese pecado es también a veces trampolín para llegar a él, para que descubramos el amor misericordioso de nuestro Padre siempre.

En mis pocos años de sacerdocio conocí muchísima gente que se acercó al Padre después de fuertes experiencias de pecado, y paradójicamente terminan más cerca de aquellos que piensan que no necesitan nada, porque aparentemente «están bien».

A veces, para con nuestro Dios actuamos como con los médicos, hasta que no nos duele algo no vamos, raramente consultamos al médico cuando estamos bien; lo mismo hacemos con nuestro buen Dios.

Bueno, todos podemos descubrir las dolencias que tenemos para poder dar un salto hacia Jesús, y buscarlo cada día más sinceramente. Y finalmente, siguiendo con lo anterior, Jesús sigue venciendo a los demonios que nos tientan y nos alejan de su amor. Y entonces podemos también pedirle que nos muestre el por qué a veces estamos atormentados, qué tenemos que dejar que nos enseñe y qué cosas tenemos que dejar que nos cure para poder liberarnos.

Dejemos que hoy la Palabra sea el espejo de nuestro corazón, para encontrar todo lo lindo que Dios nos dio y todo lo que él desea transformar y sanar. No tengamos miedo a mirarnos a nosotros mismos en el espejo más puro y más verdadero que podamos reflejarnos, que es la misma Palabra de Dios.