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XXII Miércoles durante el año

Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.

Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. De muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.

Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.» Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.

Palabra del Señor

Comentario

«Dios no lo permita, eso no va a suceder» le dijo Pedro a Jesús el domingo, cuando se dio cuenta que su amigo iba a ser entregado y que iba a morir, cuando escuchó que su amigo iba a sufrir. Esa frase tan conocida por nosotros y que muchas veces sale de nuestros labios y de nuestro corazón cuando queremos que no pase lo que no deseamos, obviamente. No queremos sufrir ni queremos que los demás sufran. No deseamos que… en el fondo, ¿sabés qué nos pasa? No nos gusta que Dios permita el sufrimiento. Por eso, gritamos y decimos que «Dios no permita esto, por favor». Ese es uno de los grandes misterios que tenemos que seguir profundizando día a día, a lo largo de nuestra vida, por qué Dios permite el mal o para qué lo permite. Para qué permite que pasen las cosas que pasan, que nos pasen esas cosas que rechaza nuestro corazón, como le pasó a Pedro. Sin embargo, la respuesta de Jesús es ya un camino para seguir: «Sos para mí un obstáculo. ¡Retírate de mí, ve detrás de mí, Satanás!» Los pensamientos que no son de Dios. Esos pensamientos que quieren evitar la entrega, en el fondo quieren evitar el amor; por eso no son de Dios. Pero continuemos con lo de hoy.

La palabra de Dios se transforma en consuelo del corazón, consuelo que llega a veces de manera inesperada, que cae en el alma como gota de lluvia torrencial y, de golpe, hace ruido, moja todo. Moja como un baldazo de agua que refresca la vida y el corazón. Pero otras veces la palabra de Dios va consolando como gota de agua que se filtra por el techo- como en una gotera-, lenta y silenciosamente, y va mojando de a poco, casi imperceptiblemente, pero cuando te das cuenta estás todo «empapado de Jesús». Sea como sea, siempre hay que escuchar teniendo esta certeza: «Todo lo que escucho me hará bien, tarde o temprano. Aunque al principio no parezca, aunque no perciba los frutos, aunque no entienda mucho». Repetite esto a vos mismo, creé en lo que decís y vas a ver que todo es distinto. Vas a ver que tarde o temprano, si perseveras, tu vida va cambiando al ritmo de lo que Dios quiere. No busquemos cosas «maravillosas». Las cosas grandes empiezan en el silencio y en la constancia del día a día. No se cambia el mundo a los gritos, ni a los «ponchazos», ni a los golpes. Se cambia la vida, vamos siendo santos, gracias a la gracia -valga la redundancia- que va actuando así, como Dios quiere y en el tiempo que él quiere.

La misma vida de Jesús es un ejemplo de lo que te estoy intentando decir. La vida de Jesús es modelo para nosotros en todas sus dimensiones. Esto nunca podemos olvidarlo. No solo en cuanto a su bondad, en cuanto a lo moral, sino en cuanto al modo como él «encaró» las cosas, lo que eligió, lo que no eligió, cómo vivió, qué tipo de vida prefirió vivir. Jesús eligió ser un hombre y vivir como hombre. No fue un superhombre, un Dios, que se hizo «pasar» por hombre para que nos creamos que era hombre. No, todo eso son desviaciones o herejías de nuestra fe. Jesús fue Dios con todas las letras y hombre con todas las letras. Es Dios hecho hombre y justamente ahí radica el misterio y lo más propio de nuestra fe en él.

Acabamos de escuchar en Algo del Evangelio casi como un resumen de un día de Jesús en ese tiempo. Un día de Jesús en plena vida pública, en plena «fama» -diríamos- y, al mismo tiempo, en pleno momento de preparación para su muerte: yendo a Jerusalén, a su entrega. Jesús hace todo en un día, de todo, pero hace todo bien y en la medida justa. Algo que nosotros tenemos que aprender. Un sabio sacerdote me dijo una vez: «Nadie hace más cosas que el que hace una cosa por vez». Te estarás riendo porque, en este mundo en el que vivimos, tenemos la gran «posibilidad» y «peligrosidad» de hacer varias cosas al mismo tiempo. De hecho, seguro que ahora mientras estás escuchando, al mismo tiempo estás desayunando, manejando, viajando o arreglando tu habitación o mirando otras cosas o pensando el día que empieza o que termina. Son pocos los que están haciendo una cosa por vez. Sin embargo, Jesús, mientras estuvo con nosotros en la tierra siendo Dios, hizo una cosa por vez. Esto nos enseña el evangelio de hoy.

¡Qué extraño!, ¿no? «¡Qué Dios tan poco eficiente!» diría alguien. Diría un activista del mundo de hoy. Mirá todo lo que hizo en un día, pero todo en su momento y lugar. Salió de predicar en la sinagoga, curó a la suegra de Pedro, después curó a muchos enfermos, expulsó e increpó a los demonios. Se fue a dormir cuando tenía que dormir, se levantó temprano y se fue a un lugar solo. Se retiró cuando se tenía que retirar. No se dejó retener y se fue a otra ciudad cuando consideró que tenía que hacerlo. Se retiró para orar, para discernir. Jesús fue dueño siempre de sí mismo para el bien de todos, aunque ni siquiera él mismo llegó a todos los de su tiempo. ¡Qué enseñanza tan grande! También tenemos que aprender de Jesús, el no creernos omnipotentes y autosuficientes, mucho más en el mundo de hoy donde pensamos que todo el mundo tiene que enterarse de todo. No podemos estar en todos lados al mismo tiempo y no podemos pretender que todo sea «ya». Solo Dios es así. Y ahora Jesús sí está en todos lados al mismo tiempo, pero siendo hombre no hizo eso. No pudo hacer eso.  ¿Qué nos pasará a nosotros que a veces pensamos que podemos ser así, como dioses? Probemos hoy, por lo menos, no escuchar ahora la palabra de Dios haciendo otra cosa. Porque cuando se reza, se reza. Cuando se habla con el Señor, cuando se lo escucha, se lo escucha.