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XXII Martes durante el año

Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.

En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre.» El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!»

Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.

Palabra del Señor

Comentario

Veíamos que Pedro en el evangelio del domingo se convirtió en un obstáculo para Jesús, incluso Jesús se animó a llamarlo Satanás. ¿Por qué Jesús llamó Satanás a Pedro, al que había nombrado de hace poquito, de hace un momento, como “piedra de la Iglesia”, a quien le había dicho: «Feliz de ti, Simón, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo» ¿Por qué? Porque, en definitiva, Satanás es el enemigo de la Cruz. Él es el enemigo del amor y, como odia el amor, en el fondo odia la entrega, y la entrega es la Cruz. Por eso, cuando no pensamos como piensa Dios, cuando actuamos como Pedro, cuando nos dejamos guiar por nuestros pensamientos y no por los de Dios, sin darnos cuenta estamos siendo instrumento de los pensamientos de Satanás, que odia la Cruz y prefiere saltearla. Odia la entrega. Odia el sacrificio. Odia todo aquello que hace que nos entreguemos a nosotros mismos por amor a los demás, todo aquello que hace que nos neguemos para ser plenamente humanos: para aquello para lo cual Dios nos ha creado.

Lo que escuchábamos ayer en Algo del Evangelio, al comenzar el ministerio público de Jesús, y ese anuncio de venir a liberar a los oprimidos hoy- en este texto- se pone de manifiesto con este episodio en el que Jesús actúa realmente y expulsa al demonio de esta persona. Pero es interesante ver cómo lo vence, porque su forma de vencer al demonio nos ayuda también a, cada día, luchar contra su accionar, contra sus tentaciones. ¿Cómo lo vence? Con su palabra, «Cállate y sal de este hombre» le dice.

El diablo es el que busca dividir y mentir. El diablo es el que divide tus pensamientos, los confunde y los mezcla. Divide también nuestros sentimientos, nuestro corazón. Intenta que no distingamos, que mezclemos todo, que no sepamos discernir y distinguir. Como enseñaba san Pablo también: «Sepan discernir aquello que agrada, lo bueno, lo que es perfecto». Acordémonos que «la Palabra es viva y eficaz» y discierne los pensamientos del corazón y ayuda a distinguir. El diablo, al contrario, busca siempre confundir, divide nuestras relaciones humanas, divide a la familia. Busca que estemos enemistados con los demás; que nos mantengamos en nuestra posición, en nuestros pensamientos duros y rígidos, en nuestra lógica, en nuestros sentimientos; que no cambiemos, aunque sean viejísimos, y que sigamos con esos rencores, con broncas, que no olvides. Busca que nos peleemos con el de al lado, con el que está viajando, con tu jefe, con nuestro compañero de trabajo, con nuestros hermanos, con tu marido, con tu mujer, con tu vecino.

Él busca siempre eso y nos engaña y nos miente para que vivamos engañados y fuera de la verdad de Dios, que es el amor. Nos inclina a que pensemos siempre en lo malo, en lo negativo, a que veamos la parte mala de la vida y nos olvidemos de todo lo bueno. Divide también a la sociedad. Genera “mentiras nacionales”, ideologías, pensamientos, formas de vivir que no buscan el bien común. Genera las ideologías que producen las famosas «grietas».

Para evitar caer en sus engaños tenemos que conocer cómo actúa y qué vino a hacer Jesús con el demonio. Y para eso es mejor no centrarse en las conocidas posesiones –como en el caso de hoy–, que son en realidad pocas, sino más bien en la cotidianidad, es decir, cómo actúa el diablo normal o cotidiana y silenciosamente.

Por eso – y como un paréntesis- te recomiendo, lo recomendé alguna vez, que puedas leer un libro genial de un autor que se llama Lewis. El libro se llama «Cartas del diablo a su sobrino», donde genialmente va describiendo cómo hace el diablo para engañarnos. Es como un libro de espiritualidad, pero visto desde las sombras. Pero te dejo tres consejos también, al mismo tiempo, de un gran santo, san Ignacio de Loyola, que nos enseña a poder distinguir el actuar del demonio en nuestra vida.

Él dice que el demonio primero actúa como una mujer y que se vuelve débil ante la fuerza y se hace fuerte ante la debilidad ajena. Por eso ante las tentaciones y en las pruebas tenemos que enfrentarlo al demonio. No debemos tenerle miedo. Tenemos que rezar más. Tenemos que enfrentarlo también con nuestros pensamientos, no dejarse ganar. El diablo se hace débil cuando nosotros nos hacemos fuertes por la gracia, por supuesto, con la ayuda de Jesús, con la oración, con la Virgen- con nuestra madre-, con los sacramentos.

Segundo, dice San Ignacio que el demonio se hace como alguien que quiere enamorar a escondidas a una mujer; entonces como la quiere enamorar y es una persona prohibida, busca que no se sepa de ese engaño. Entonces ¿qué es lo que hace el demonio? Busca que no hablemos, que callemos, que no contemos lo que nos pasa, que ocultemos las cosas. ¿Cuál es la solución entonces? Sencilla pero difícil: abrir el alma a alguien, abrir el corazón, compartir esos pensamientos, esas dudas que nos invaden, a un sacerdote, a un amigo, a alguien espiritual, alguien que nos conozca de verdad y que nos ayude.

Y tercero, por último, dice este santo que el diablo actúa como alguien que quiere conquistar una ciudad. ¿Y por dónde va a entrar? Obviamente por el lugar más débil, es astuto. No va a entrar por el lugar más fuerte. Por eso, ¿por dónde nos va a querer debilitar el demonio? Por nuestro lugar más débil, por nuestra característica más frágil, por el lugar más flaco, por la gran debilidad. Siempre se filtrará por ahí, como el agua que entra por donde hay agujeros ¿Cuál es la solución entonces? Prestemos atención a nuestras debilidades, a las más fuertes, y fortalezcamos esa debilidad. Y ahí es donde nos tenemos que ir generando una fortaleza donde ya nadie pueda entrar; porque, si no entra por la debilidad, no va a poder entrar por ningún lado. No hay que tenerle miedo.

Principalmente, Jesús es más fuerte. Ese es el anuncio. Jesús hoy nos muestra su poder. Hay que vencer al demonio con la Palabra, la Palabra de Dios: «Callate y salí de acá. No me molestes, no me molestes más, que yo amo a Jesús más que a todas las cosas de este mundo». Y, como decía san Bernardo, «Por vos no empecé esto, por vos no lo voy a dejar». Por el demonio no empezamos el camino de Jesús, mucho menos por él lo vamos a dejar.