• www.algodelevangelio.org
  • hola@algodelevangelio.org

XXI Viernes durante el año

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:

El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.

Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro.»

Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?» Pero estas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado».

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.

Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos», pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco.»

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

Palabra del Señor

Comentario

Cuando se cree que Jesús es el Hijo de Dios realmente, cuando se cree que es Dios hecho hombre, un hombre que al mismo tiempo era Dios, o sea, que ese hombre, Jesús, es nuestro “todo”. Cuando se cree en serio y con esa convicción tan profunda, difícilmente una dificultad, un dolor, una decepción, un sufrimiento profundo, nos haga perder la fe, que nos fue revelada por el Padre que está en el cielo. Sí podemos tropezar, caer, desanimarnos, pero ¿perder la fe? Difícil. Cuando se tiene esa fe profunda, diría que no hay ventarrón que la pueda voltear. Pedro pudo decir eso ese día por gracia y desde ahí, aunque cayó muchas veces y lo sabemos (dudó, prometió y no cumplió, traicionó), en el fondo, jamás perdió la fe, la confianza, la certeza íntima del corazón, que Jesús no era un hombre más. No era un hombre cualquiera.

Alguien me dijo una vez: “Padre, usted en la misa del domingo nos dijo que pensemos quién era Jesús para nosotros. ¿Puedo decirle quién es para mí?” “Sí- le dije- con gusto”. “Para mí, Jesús es mi único salvador, mi único maestro. Qué lindo, ¿no? ¿Vio qué lindo?” me terminó diciendo, como necesitando que le afirme su afirmación. “Sí, muy lindo. Muy lindo, la verdad” le dije. La verdad es que es gratificante que alguien diga eso frente a los demás en una reunión, que lo diga con tanta frescura y amor, sintiendo verdaderamente lo que dice y no teniendo vergüenza.

Vos pensarás “y bueno… en un ambiente de Iglesia es fácil”. Y sí, es verdad, puede ser, pero hay que decirlo. También, no dijo es mi salvador y mi maestro, sino que dijo una palabra muy importante: “mi único, mi único salvador”. Hay muchos que se creen los salvadores de nuestras vidas, muchos que se hacen los maestros, pero para los que tenemos fe en realidad tenemos que volver a decir que hay un solo maestro y un solo salvador: es Jesús. Eso es tener fe. Sabiendo y creyendo esto, ¿qué nos puede quitar la fe? ¿Quién nos puede quitar la fe? Así lo dice San Pablo: “¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” Si perdemos la fe, si se enfría, es por falta de amor en el fondo, por falta de perseverancia, por falta de oración, por recurrir a otras cosas que nos hacen perder el tiempo, por olvidarnos de esta verdad tan linda: mi único salvador, mi único maestro. Repetítelo al corazón. Repetí lo que me dijo esa buena señora, una vez: “Jesús sos mi único salvador, mi único maestro. No permitas que busque otras salvaciones por ahí”.

¿Sabés qué es lo que nos ayuda a mantener la fe hasta el final? Algo del evangelio de hoy nos orienta y nos da una linda pista: el ser prudentes, o sea, el estar preparados. El tonto es el que pierde la fe. El necio pierde la fe. La pierden por tontos, en el fondo. Por quedarse sin combustible en el camino, sin aceite, por no haber previsto que se podía acabar. El que no es prevenido, el que no “guarda” el aceite que le ayudará a tener luz mientras se demora Jesús, ese es el que pierde la fe. Las vírgenes necias van al momento más importante de sus vidas, al encuentro con Jesús, y no llevan aceite, no se preparan, no son precavidas, no tienen en cuenta que el esposo puede demorarse. Confían en su criterio, en sus pensamientos y, por haber confiado demasiado en ellas mismas, se pierden lo mejor, se quedan en la puerta, afuera.

Podemos perder la fe y perdernos de ver a Jesús por haber pecado de demasiada confianza en nosotros mismos y pensar que podíamos solos. Me parece que el aceite de la lámpara que no llevan estas vírgenes simboliza que, en el fondo, no nos damos la luz a nosotros mismos, que para iluminar necesitamos de otros. Necesitamos el amor de los demás, el amor de Jesús que brota del corazón de los otros, por medio de otros. Ese es nuestro combustible, lo que nos hace andar por esta vida. No hay otro camino. Cuando nos la creímos, cuando nos pensamos que teníamos combustible para mucho más y nos pasamos de largo en la estación de servicio creyendo que llegábamos, nos quedamos a la mitad de camino. Nos quedamos por el camino o nos quedamos a la puerta de la felicidad solos, esperando que alguien nos salve y no nos dimos cuenta que el único que nos salvaba era Jesús. Nos quedamos por el camino cuando nos convencemos a nosotros mismos que la felicidad, la fe, el amor, depende exclusivamente de nuestras propias “reservas”. Esa es nuestra gran necedad, la gran estupidez de nuestra vida, nuestra gran sonsera.

Mientras estemos en la tierra siempre habrá tiempo de pedir un poco de aceite a los otros para seguir iluminando, y está bien. Eso es necesario. Pero al final de nuestra vida ya no habrá tiempo. Es cosa seria. La llegada de Jesús al final de los tiempos o al final de nuestra propia vida, aunque no sepamos cuándo será, es cosa seria. No es para andar jugando con la misericordia de Dios. Hay que tomarse en serio la vida. No se puede andar “zafando”-como se dice acá en Argentina- siempre, especulando con el amor y después pretender que los otros me den lo que yo mismo podría haber conseguido por mis propios medios.

Estamos en el tiempo de la misericordia, pero no sabemos cuándo se acabará. Por eso, mientras tanto, hay que ser inteligentes, prudentes y saber que Jesús es nuestro único salvador y maestro. No somos salvadores y maestros de nosotros mismos para creer que podemos solos.  No seamos tontos. Busquemos el aceite del amor en otros amando también a los otros. Busquemos el amor que necesitamos en los demás y, también, el amor que los otros necesitan de nosotros.