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XXI Martes durante el año

Jesús habló diciendo:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: ¡la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.

Palabra del Señor

Comentario

Parece duro, pero hay que reconocer que es bueno y necesario, que Jesús nos pregunte como les preguntó a sus discípulos, sin pelos en la lengua en el evangelio del domingo: «¿También ustedes quieren irse?» ¡Qué dolor debe haber sentido Jesús al ver que muchos se alejaban de Él por no comprenderlo, por quedarse en lo superficial y no descubrir la esencia de su mensaje, de sus palabras! ¡Qué dolor debe sentir Jesús al ver que muchos se alejan de Él por no creer, por no animarse a confiar! Muchos se alejaron de Jesús en su tiempo por considerar duro su lenguaje, muchos se alejan también hoy de la Iglesia, que en definitiva es lo mismo para los que creemos en Jesús, porque Él es la cabeza y nosotros su cuerpo. La apostasía parece ser un fenómeno de moda por estos días, esto de renunciar a la fe es noticia de todos los días, pero en realidad pasó siempre y seguirá pasando, porque es una de las opciones, creer y confiar, o no creer y apostar a uno mismo o a no sé qué. Pero no hay que desanimarse, al mismo tiempo somos incontables los que experimentamos la alegría de creer y confiar en Jesús a pesar de las dificultades y errores, o incluso de los pecados de nosotros que decimos creer. Somos incontables los que cada día decimos: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios».

En algo del evangelio de hoy seguimos escuchando los reproches de Jesús a los fariseos. El “fariseísmo” es el gran mal del corazón de los hombres religiosos, y no me refiero únicamente a los sacerdotes y a los consagrados –aunque por supuesto que es más grave cuando se da en nosotros–, sino a todo hombre que se jacta de tener fe y de creer en un Dios que es amor, tal como lo creemos nosotros los cristianos.

Hoy te propongo que pienses el por qué muchas veces hacemos ciertas cosas;  porqué nos mentimos y mentimos a los demás, o si querés podemos decirlo de otra manera; nos falta verdad o nos alejamos de la verdad, que nos libera, cuando desde un pensamiento engañoso generamos palabras falsas y actuamos muchas veces hipócritamente, o bien, al revés; una acción que realizamos que está carente de verdad nos lleva a tener que justificarla con palabras falsas que hace que terminemos engañándonos y justificándonos a nosotros mismos, ¿Cuántas veces hacemos esto?

Vuelvo a decirte y vuelvo a decirme hoy: Jesús rechaza la mentira porque quiere la verdad, porque Él es la verdad y la verdad nos hace libres. El ser veraces nos ayuda a dejar de esclavizarnos por la hipocresía. Qué difícil que es vivir en la verdad; nos da miedo mostrarnos como somos, nos da miedo mostrarnos débiles, frágiles, nos da miedo reconocer que nos equivocamos, por orgullo, y, además, porque estamos presionados por un deseo desenfrenado de ser “perfectos”, intachables, exitosos, aplaudidos, nosotros mismos nos presionamos por ser cuasi perfectos; una perfección engañosa.

Y a eso hay que sumarle que el mundo aplaude al supuestamente exitoso y se ríe del llamado fracasado, entonces vivimos más presionados todavía.

Bueno, hoy vemos que los fariseos encarnan esta manera de vivir falsa e hipócrita, ¿qué hace un fariseo? Dos cosas: descuida lo esencial y se preocupa por lo externo, por lo superficial. Descuida lo esencial, descuida la justicia, la misericordia, la fidelidad; “busca filtrar el mosquito” –que está en lo accesorio– y “se traga el camello de lo esencial”.

Por eso somos fariseos cuando criticamos y vemos los pecados ajenos y nosotros no podemos ni con nuestros propios pecados y debilidades, que muchas veces son más grandes que los de los demás.

También somos fariseos cuando estamos preocupados y criticamos por cómo se hace esto o aquello, acá o allá pensando que nuestra forma es la mejor y no amamos en lo concreto, como cuando vemos a un pobre y no tenemos caridad. Dice Jesús que hay que practicar esto sin descuidar aquello, lo accesorio y los detalles; no es que no sea importante, pero lo más importante es otra cosa, lo esencial.

Y la segunda característica del fariseo es que se preocupa por lo externo, lo superficial que no es lo más importante.

Todos creen que es bueno, puro, santo, humilde; pero por dentro no tiene misericordia, no es justo y no es fiel. Y se olvida de que, si empieza por cuidar su corazón, lo de afuera vendrá por sí solo. Se olvida que tiene mucho que cambiar en sí mismo y se distrae fijándose en las pequeñeces de los demás. El día que se ponga de manifiesto –como dice San Pablo– los corazones y las intenciones de cada uno de nosotros, nos daremos cuenta el tiempo que perdimos “matando mosquitos” porque nos enojaban y no nos dábamos cuenta que se nos llenaba la casa del corazón de camellos, se nos llenaba el corazón invadido por la maldad.

Que Jesús hoy nos libre de este virus del fariseísmo que nos ataca a todos y que lo único que logra es enfermar y matar nuestra vida de fe que tiene que ser libre y sencilla, humilde y amorosa.