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XXI Domingo durante el año

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»

Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».

«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»

Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».

Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.

Palabra del Señor

Comentario

¿Pensaste alguna vez, para vos, quién es Jesús? ¿Y qué harías si Jesús hoy te preguntara quién es él para vos? ¿Te preguntaste a vos mismo alguna vez esa gran verdad que todos necesitamos responder? Es la pregunta que tarde o temprano nos tendremos que hacer o, mejor dicho, tendremos que dejar que Jesús nos haga. Pero no me refiero a que podamos responder algo “teológicamente correcto”. Cosa que, si sabemos lo mínimo indispensable de nuestra fe, lo sabremos contestar. Me refiero a poder contestar, realmente, desde el corazón, pero dejando que la respuesta también venga “desde arriba”, desde el cielo. A eso me refiero.

Vos y yo, los que escuchamos la palabra de Dios cada día, los que nos acercamos a la Iglesia a enriquecernos y los que no tanto, seguramente sabremos responder todos, más o menos bien, acertando la respuesta como lo hizo Pedro, respondiendo lo que hay que responder y no como la mayoría de la gente que seguía a Jesús, pero, que, en realidad, no sabía bien quién era. Pero la cuestión no es responder de la boca para afuera o de la cabeza pasando por la boca, sino responder lo que estamos viviendo ahora, lo que estamos creyendo. Por un lado, para nosotros es fácil responder porque ya sabemos, de alguna manera, el “final de la película”, por decirlo así y, por otro lado, es difícil, porque “saber” quién es Jesús, no nos asegura amarlo y seguirlo como él quiere.

Hoy también hay miles de personas que siguen y dicen seguir a Jesús, pero en realidad no saben bien quién es. No terminan de comprender su misión en sus vidas y en este mundo. Para muchos Jesús hoy es “un santito” más de la estantería o un santo más de la cantidad de ofertas que tenemos para elegir. Jesús es “víctima”, por decirlo de algún modo, de un mundo que se “arma” un diosito a su propia medida, según sus criterios, caprichos y pensamientos. Por eso puede haber personas que, además de en Jesús, creen en un montón de cosas más. O incluso le dan más importancia que a él mismo o “usan” muchas otras cosas para encontrar su bienestar espiritual.

Y es así como vamos creando, sin maldad, pero creando una especie de “ensalada de frutas” de propuestas espirituales acorde, en definitiva, a nuestras necesidades. Me animo a decir que el pobre Jesús sufre mucho más eso que otras cosas. Sufre mucho más que no lo conozcamos realmente, que por muchas de nuestras infidelidades que a veces cometemos. Porque, en definitiva, no somos lo que Dios quiere que seamos. No amamos como él quiere que amemos porque, en realidad, no terminamos de conocerlo. Si lo conociéramos, ¡cuánto lo amaríamos!

Por eso él nos pregunta. Por eso en Algo del Evangelio de hoy les pregunta a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Para terminar, preguntándole a los más cercanos: «Y ustedes – les preguntó – ¿quién dicen que soy?» Y ustedes, los que están más cerca, los que supuestamente me siguen por amor, para ustedes ¿quién soy? Y así volvemos al principio… para vos, ¿quién es Jesús? ¿Qué harías si Jesús hoy te preguntara quién es él para vos? ¿Te preguntaste a vos mismo alguna vez eso? Es la pregunta que tarde o temprano nos tendremos que hacer o, mejor dicho, tendremos que dejar que Jesús nos la haga.

No se conoce a Jesús “desde la carne y la sangre”, o sea, desde lo puramente humano, desde respuestas ya “hechas”, desde respuestas de libros de historia o del catecismo. Se lo conoce a Jesús verdaderamente cuando se nos lo revela desde lo alto, como le pasó a Pedro: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo». Ese debe ser nuestro mayor anhelo, nuestro mayor deseo: “Conocer -como decía San Ignacio- internamente al Señor, para amarlo y seguirlo”.

¿Cuántos de nosotros sabemos muchas cosas de él y, sin embargo, no terminamos de enamorarnos profundamente, no terminamos de seguirlo con todo el corazón? Me incluyo. El ser sacerdote, el estudiar mucho, el enseñar catequesis, el hablar de él y tantas cosas más no nos asegura un conocimiento profundo de Jesús. Al contrario, muchas veces, puede ser que nos “juegue”, de alguna manera, en contra. Puede atentar contra la espontaneidad en el amor a Dios haciéndolo muy racional, muy calculado, muy de receta, muy de librito.

Pedro es feliz porque no respondió lo que respondieron todos, sino lo que Dios Padre le inspiró en el corazón y lo llevó a jugarse, finalmente, por Jesús. Es admirable encontrar personas que no “saben” nada de teología, nada “teológicamente correcto” de Jesús y, sin embargo, lo conocen mejor de lo que uno piensa, lo conocen por el amor, desde el amor a él. Porque en definitiva conocer es amar y solo conoce el que ama, el que se entrega, el que confía y no el que calcula y lo mide todo. Y así volvemos otra vez al principio… para vos, ¿quién es Jesús?