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XX Martes durante el año

Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.»

Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.»

Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.

Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.»

Palabra del Señor

Comentario

Son muchas las cosas vanas que nos invaden, a veces inevitables, porque, al fin y al cabo, como dice el libro del Eclesiastés, todo es «vanidad de vanidades», muchas cosas en este mundo son superfluas. Todo es vanidad, y no en un sentido moral como por ahí estás pensando, sino en el sentido de que justamente todo es vano –como lo dice la Palabra–, todo es pasajero, todo es caduco; y no quiere decir que sea en sí algo malo vuelvo a decir, sino que todo, todo pasa. Por eso Jesús decía: «Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Todo pasa, incluso nuestra vida, los años y no por eso debemos despreciarla, pero al mismo tiempo, como dice el salmo, podemos decir juntos: «Aparta de mí las cosas vanas, vivifícame con tu palabra». Por eso, pidamos hoy que lo vano, lo que es superfluo, lo que realmente no nos debería afectar tanto, no nos quite el pensamiento y el corazón, no nos robe tanto tiempo y no le demos el corazón, aunque nos moleste, aunque nos perturbe o incluso nos tiente. Cuantas cosas vanas finalmente nos quitan tiempo para lo que es verdaderamente esencial, la Palabra de Dios que nunca pasa.

En Algo del Evangelio de hoy, difícilmente podremos comprender completamente las palabras de Jesús si no dejamos que fije su mirada en nosotros y nos diga esta frase tan importante: «Para el hombre todo esto es imposible, pero para Dios todo es posible».

Para Dios Padre es posible que empecemos a comprender que nuestra mayor riqueza, la más grande, no pasa por las cosas que tenemos, que no importa cuánto tengamos, en definitiva; el tema no es la cantidad de bienes que poseamos, sino el apego que le tengamos. Podemos tener muy poco y estar muy aferrados o podemos tener mucho y ser muy avaros; o al revés, podemos ser pobres materialmente y tener una gran pobreza de corazón que nos permita ser generosos y podemos ser ricos y ser también muy generosos. Finalmente, vuelvo a decir, no es la cantidad, sino qué es lo que nos apega. Es lo mismo estar atado con una cadena que con un hilito de una tela de araña, lo importante es que podemos estar atados. Ahora, también es verdad que, teniendo mucho, es muy difícil ser pobre de corazón; por eso Jesús lo dice claramente que «es muy difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos», que un rico comprenda esta relación de amor que es el Reino de los Cielos que empieza acá; porque no se refiere solamente a salvarse para llegar al cielo cuando uno muera, sino al hoy, al aquí y al ahora.

El que es rico de corazón, el que no es generoso finalmente, teniendo mucho o poco, está encerrado en sí mismo, es egoísta, no puede ver más allá de sus deseos y sus deseos son siempre pasajeros, son vanos; y cuando los sacia, inmediatamente quiere saciar otros, pero centrándose en sí mismo y no en las necesidades de los demás.

El punto clave entonces es la pobreza de corazón que tenemos que lograr: buscar saciar las necesidades de los otros y no únicamente las nuestras; y entonces, el rico de corazón y el que es rico materialmente, no puede vivir esta relación de amor que es el Reino de los Cielos, que en nuestra vida se traduce en hacer la voluntad de Dios amando a los otros, especialmente acordándonos de los que menos tienen. La voluntad de Dios es que levantemos la cabeza y nos demos cuenta que a otros no les tocó lo mismo que a nosotros, que otros la están pasando peor y sufren mucho más por diversas circunstancias; y que si somos generosos, descubriremos y poseeremos la verdadera riqueza que puede tener un hombre, la de abrirse a la vida de los demás, no solo dándonos a nosotros mismos, sino también compartiendo cosas que tenemos.

¿Cuántas cosas tenemos guardadas a veces sin usar, como queriendo eternizarlas? ¿Cuántas cosas tenemos por ahí considerando que «algún día» nos serán necesarias? ¿Cuántas cosas compramos alguna vez pensando que era imposible no tenerlas y ahora están guardadas? ¿Cuánta gente se va del cementerio guardando cosas sin sentido y que finalmente la muerte les demuestra es que no valía tanto la pena? ¡Cuánta riqueza tenemos muchos de nosotros! y teniéndolas no somos capaces de mirar la necesidad de los demás.

Hoy Jesús nos invita a eso, a que nos demos cuenta que todos somos algo ricos de corazón y nos cuesta levantar la cabeza y mirar la necesidad de los demás. ¿Te imaginás cómo sería nuestra vida y nuestra sociedad si fuéramos un poco más pobres de corazón?

Acordémonos que para Dios todo es posible, es posible que hoy seamos un poco más generosos, es posible que abramos nuestro interior y la riqueza que hay en él a los demás, es posible también que compartamos algo de lo mucho que materialmente a veces tenemos.

Probemos hoy ser entregados, el que se abre a los demás, el santo, el que busca la voluntad de Dios: tiene muchas casas, muchos hermanos y hermanas, muchos padres y madres, muchos hijos y muchas cosas… porque siendo generosos los corazones de los demás se abren al amor y nunca nos cerrarán la puerta. El que es entregado siempre tendrá más que el avaro, porque tendrá lo que no se puede comprar con nada del mundo, que es finalmente el «amor».