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XX Martes durante el año

Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.»

Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible.»

Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.

Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.»

Palabra del Señor

Comentario

Ir escuchando en el evangelio situaciones y comportamientos de Jesús que nos “descolocan”, de alguna manera, nos sacan de esa comodidad que a veces tenemos en el pensamiento. Nos debería hacer bien o, por lo menos, ayudar a darnos cuenta de que, muchas veces, nuestros pensamientos no son los de Dios. No pensamos como él piensa y como quiere que pensemos. Por eso vamos a continuar reflexionando un poco con el evangelio del domingo, en donde, paradójicamente, Jesús elogia la fe de una mujer que, supuestamente, para los otros no tenía fe. ¡Qué extraño!, ¿no? Una mujer considerada pagana termina demostrando que tenía una fe muy grande. «Mujer, qué grande es tu fe». Jesús, antes que nada, nos enseña que jamás podemos “subestimar” a nadie en su vivencia de la fe, que jamás podemos adueñarnos de lo que en realidad es un regalo: la fe. Dentro de la Iglesia, estando cerca de Jesús, corremos muchos riesgos, entre ellos está el de “monopolizar” la fe o, por decirlo así, adueñarnos de su “distribución”, considerando que todo debe “pasar” por nosotros. Ayer decíamos que ser cristiano no es seguir una moral.

Hoy agrego que no es seguir una doctrina, sino es seguir a una persona, que nos enseña una doctrina y una moral. Seguir a Jesús nos “mete” en un camino distinto. Aprendemos a vivir de otra manera. Aprendemos una doctrina, es verdad, pero ese no es el fin… el fin es él. Por eso tener fe, en lo más profundo de su significado, es “fiarse” de él, creer en él, confiar en él, no necesariamente saber muchas cosas. Hay muchas personas muy “formadas” en la doctrina. Hay muchos teólogos que escriben libros y libros de Jesús, pero por ahí no tienen la fe de esta mujer del evangelio. Por ahí no confían en Jesús de esta manera, tan intrépida, tan confiada- valga la redundancia-. ¡Cuánto tenemos para aprender todavía!

Difícilmente podremos comprender estas palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy si no dejamos que él mismo fije su mirada en nosotros y nos diga esta frase, estas palabras: «Para el hombre todo esto es imposible, pero para Dios todo es posible».

Para Dios es posible que empecemos a comprender que nuestra riqueza más grande no pasa por las cosas que tenemos y no importa cuánto tengamos. No es por la cantidad de bienes que poseamos que somos ricos o pobres, sino por el apego que les tengamos a esas cosas, por la fuerza con la que las “agarramos”. Podemos ser muy apegados a lo que tenemos siendo pobres o ricos. O al revés, podemos ser muy desprendidos, generosos y despreocupados de lo material, teniendo mucho o poco.

Ahora… hay algo que hoy dice Jesús que no podemos callarlo. Teniendo mucho, teniendo mucho es muy difícil ser pobre de corazón. Es más difícil ser desprendido, no ser “agarrado”, como se dice. Así lo dice él: “Es muy difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Es muy difícil que un rico comprenda esta relación de amor que es el Reino de los Cielos, en donde todos somos hermanos. Es difícil que alguien que acumuló mucho comprenda que lo que tiene, también, puede ser compartido, si no, no hubiera acumulado tanto. Es difícil que un rico comprenda que los bienes de este mundo no son solo “propiedad privada”, también los bienes del corazón. Es difícil que un rico comprenda y asimile que la pobreza de este mundo es por falta de justicia también. Es difícil, no hay que negarlo, sino el mundo sería muy distinto a lo que vemos y conocemos.

El que es rico de corazón, teniendo mucho o poco, está encerrado en sí mismo. Es egoísta en el fondo. No puede ver más allá de sus deseos, y sus deseos son siempre pasajeros. No aspirando a lo grande, a la magnanimidad y, además, cuando los sacia ya quiere saciar otros, pero centrándose en sí mismo, no en los demás. No quiere saciar el hambre ajeno, solo el suyo.

A esto nos llama Jesús, a vos y a mí, a buscar saciar las necesidades de los otros y no únicamente las nuestras. Y la voluntad de Dios es que levantemos la cabeza y nos demos cuenta de que a otros no les tocó lo mismo que a nosotros, que otros la están pasando peor y sufren mucho más que lo que nosotros pensamos. Y que, si somos generosos, descubriremos y tendremos la verdadera riqueza que tiene que ver con abrir nuestra vida a los demás, compartiendo lo que tenemos, recibiendo también de los que son pobres. No sólo dándonos nosotros mismos sino también compartiendo cosas que tenemos. ¿Cuántas cosas tenemos guardadas sin usar? ¿Cuántas cosas compramos alguna vez pensando que servirían y terminaron tiradas por ahí? ¡Cuánta riqueza tenemos todos, aunque seamos pobres! Mucha riqueza para pocos y demasiada pobreza para muchos. Hay bienes y recursos para todos, pero es verdad que no sabemos compartirlos.

¿Te imaginás cómo sería nuestra vida y nuestra sociedad si fuésemos un poco más pobres de corazón y supiéramos compartir más y ayudar a crecer a los que menos tienen? Animémonos a que Jesús nos mire a la cara, a los ojos, y nos invite a seguirlo de verdad, dejando nuestras seguridades para estar con él y con los otros.