Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: «¡Y, sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó sana.
Palabra del Señor
Comentario
¿Cuántas madres existen como la de Algo del Evangelio de hoy? ¿Cuántas madres hubo, hay y habrá en la historia de este mundo como estas hasta que vuelva Jesús? ¿Cuántas madres en este momento están sufriendo por alguno de sus hijos? ¿Cuántas madres desesperadas día a día acuden a Jesús para rogarle que haga algo por sus hijos? ¿Cuántas veces por día se repetirá esta escena del evangelio en tantos rincones del mundo, de este mundo que no cuida lo más preciado de la vida, que son, de algún modo, los hijos? ¿Cuántas veces vos que sos mamá, o que sos papá, te arrojaste a los pies de Jesús para suplicarle que haga algo por la sanación de tus hijos? Solo Dios puede contestar todas estas preguntas que me estoy haciendo. Solo él sabe lo que sufre una madre, un padre, por sus hijos, porque a él también le pasa lo mismo. Solo él sabe lo que nosotros no sabemos y, por no saber, muchas veces, juzgamos. Solo él sabe de amor verdadero y puro, aunque a veces parezca que no le importa.
En este domingo quisiera ser por un momento esta mujer de la escena de hoy o por lo menos tener su actitud, su fe, su esperanza. Ser como esta mujer anónima, sin nombre, pero con un corazón grande como una casa, tan grande como para que entre tanta fe. Una mujer cananea, una mujer pagana, como se decía en ese momento, que no pertenecía al pueblo de Israel, a la fe del pueblo de Israel. ¿Hace falta explicar lo que significaba eso para los judíos de ese tiempo? Si hoy a nosotros nos cuesta, de alguna manera, “no discriminar”, si al mundo de hoy con todos sus grandes avances en post de la igualdad le cuesta aceptar lo distinto… imaginá lo que era en esa época. Esta mujer, de alguna manera, rompe con todos los prejuicios que puedas imaginarte. Esta mujer, en realidad, es una gran mujer, como tantas otras que andan luchando por la vida, dispersas por este mundo, en este momento, seguramente como vos, que estás escuchando.
Lo duro de Algo del Evangelio de hoy de la relación de Jesús con nosotros es que a veces él no nos responde nada. Ante nuestros pedidos parece callar. Parece desinteresarse, esconderse, no hacerse cargo de lo que le pedimos. Lo duro de lo que escuchamos hoy y de tantas situaciones de la vida, es que ni siquiera ante la intercesión de otros, como los discípulos, parece darnos Jesús lo que deseamos. Lo duro de la Palabra de hoy y de lo que nos pasa a veces en momentos límites es que aun cuando nos “arrojamos” a sus pies para suplicarle que nos socorra, que nos salve, él nos puede responder que “el vino para otra cosa” y no para eso. Durísimo parece, tristísimo. No parece ser el Dios, el Jesús en el cual creemos. ¿Cómo salir entonces de esta situación? ¿Cómo salir de este aparente callejón sin salida? Seguro que estarás pensando para dónde va a disparar elpPadre con esta explicación. Es verdad, es complicada. Pero, en realidad, hay que seguir leyendo el texto para entender cuál es la salida. No hay que desesperar, no hay que tenerle miedo a la palabra de Dios, siempre nos dará la respuesta si esperamos con paciencia a lo que viene.
¿Sabés cuál es la salida ante esta aparente respuesta dura de Jesús? La humildad, la respuesta humilde de esta gran mujer que los deja “boquiabiertos” a los discípulos y le arranca el mejor elogio que salió de los labios de Jesús a una mujer que no tenía su misma fe: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Jesús muchas veces en los evangelios tiene actitudes y palabras duras o frías, pero que en el fondo son para llegar a algo distinto, a algo mejor. ¿No lo hiciste alguna vez con algún ser querido? ¿No te hiciste el duro o la dura con algún hijo o hija o con alguien a cargo para enseñarle algo más profundo o para sacar lo mejor de él?
Eso hace Jesús con esta mujer. Eso hace con nosotros. Calla para que hablemos nosotros. Habla él para que aprendamos a responder otra cosa. Responde con dureza para que sigamos buscando. Nos niega lo que buscamos, de alguna manera, para hacernos humildes y que jamás nos olvidemos que somos criaturas. Sé que es difícil pensar así y que, además, todo esto que digo no deja de ser un lenguaje muy humano sobre lo que es, hace y piensa Jesús. Pero esto también nos pasa a nosotros. Pensemos si alguna vez no lo sentimos así y si, justamente, por no ser humildes, por no haber sabido esperar e interpretar lo que él nos decía, al final nunca alcanzamos lo que en realidad deseábamos.
Ya quisiéramos todos tener esta fe, la de esta mujer, como para arrancarle al corazón de Jesús un verdadero milagro. Ya quisiera tener la fe de tantas mujeres que no se cansan de pedirle a Jesús lo mejor para sus hijos, aun cuando parece que nadie las escucha. “Pedir para otros” creo que debe “enternecer” el corazón de Jesús, y las madres saben pedir por otros. Esta mujer pidió por su hija, no para ella. Eso también es un signo de humildad, esa humildad que todos necesitamos para alcanzar lo que deseamos.